Almuerzos exprés entre pantallas: el nuevo paisaje del bienestar urbano. Foto: Mart Production / Pexels
Y en la era del multitask
Comer bien cuando no hay tiempo: la contradicción más moderna del día
Queremos comer sano, pero vivimos deprisa. El resultado: comidas que duran un correo y almuerzos con sabor a multitarea
Por Equipo Welife
30 DE OCTUBRE DE 2025 / 16:53
Hay días en que la pausa para comer parece un mito. Comemos con una mano en el teclado, la otra en el móvil y la mente en el correo de las 15:00. Y, aun así, seguimos hablando de «alimentación consciente» como si fuera algo compatible con el Excel abierto. Pero no es fácil comer bien cuando no hay tiempo.
La generación que más se preocupa por el bienestar es, paradójicamente, la que menos tiempo tiene para practicarlo. El almuerzo se ha convertido en un acto funcional, casi de trámite, y el placer gastronómico ha pasado a depender del calendario. Según un estudio, el 76 % de los empleados americanos come frente al ordenador al menos la mitad de los días laborales. El estudio más reciente español (2021) señala que casi el 90% lo hace frente algún tipo de pantalla… Lo llaman productividad; el cuerpo lo llama prisa.
La paradoja del bienestar exprés
Comer bien cuando no hay tiempo es la nueva contradicción vital. Leemos etiquetas, contamos proteínas, elegimos «real food» y, sin embargo, lo hacemos a toda velocidad. Una revisión sistemática con metaanálisis publicada en The American Journal of Clinical Nutrition concluyó que comer más despacio reduce la ingesta energética frente a comer rápido; el efecto sobre la sensación de hambre inmediata es menos consistente. No es hambre: es el cuerpo intentando alcanzar a la agenda.
Los expertos lo llaman mindless eating (comer sin mente). No tiene tanto que ver con qué comemos, sino la desconexión con el acto de comer: la multitarea ha convertido la comida en un trabajo más.
Almorzar es el nuevo dormir ocho horas
Durante décadas, comer bien fue una cuestión de tiempo y recursos. Hoy es, sobre todo, de organización mental. Igual que dormir ocho horas, hacer ejercicio o desconectar del móvil. Queremos hacerlo pero, a ver quién puede…
El sociólogo Tim Lang, profesor emérito de política alimentaria en la City University of London, ha estudiado durante décadas cómo el sistema alimentario moderno moldea nuestra relación con la comida. En sus investigaciones y obras como Feeding Britain: Our Food Problems and How to Fix Them (Pelican Books, 2020), advierte que la aceleración del ritmo de vida ha convertido la pausa del mediodía en un lujo.
El efecto no es solo físico. Según la Universidad de Harvard, comer sin pausa reduce la sensación de placer y dificulta la percepción de saciedad. Y un estudio sobre hábitos alimentarios y estrés postprandial, apunta que comer con distracciones aumenta la fatiga percibida tras la comida. Es decir, lo que debería ser descanso se convierte en transición acelerada.
Comer rápido, pensar lento
Quizá el problema no esté en la comida, sino en la expectativa. Hemos convertido el almuerzo en otro campo de batalla de la autoexigencia: tiene que ser saludable, bonito, equilibrado y, a ser posible, instagrameable. Pero no siempre hay tiempo, ni ganas, ni cocina.
En ese contexto han surgido nuevas fórmulas que no apelan al sacrificio, sino al pragmatismo. Desde las meal boxes de autor hasta los menús semanales por suscripción o los platos listos en microondas que reivindican el sabor sin culpa. Lo interesante no es la marca: es el fenómeno. La Sirena, por ejemplo, acaba de lanzar FoodUp, una gama inspirada en street food (cous cous con verduras, verduras braseadas, wok…) que se prepara en siete minutos, compatible con nuestro ritmo real.
El almuerzo como nuevo termómetro del bienestar urbano
El modo en que comemos dice mucho de cómo vivimos. No es casualidad que las mismas generaciones que meditan con apps o hacen yoga a las 23:00 busquen también soluciones que les devuelvan al cuerpo en mitad del caos. Comer bien cuando no hay tiempo no es una contradicción: es una adaptación.
Quizá el reto no sea ralentizar el reloj, sino resignificar el gesto. Detenerse aunque sea tres minutos y comer, aunque sea deprisa. Pero con la mínima conciencia de que lo estamos haciendo. Porque muchos tenemos que recalentar el bienestar.