Una mujer camina por las calles de Paiporta (Valencia) tras el paso de la DANA. FOTO: Pablo Blazquez Dominguez/Getty Images.
Opinión
Una tarde normal
Esperamos que en las fechas especiales suceda algo extraordinario, pero al final casi nunca pasa nada. Es en los días teñidos de normalidad cuando la vida da un vuelco. Así ocurrió con la DANA.
09 DE NOVIEMBRE DE 2024 / 11:10
«Era una tarde normal», le cuenta una chica valenciana en la radio al locutor Jaime Cantizano. Se refiere a la tarde del 29 de octubre, cuando una DANA azotó el litoral mediterráneo con consecuencias devastadoras. La chica relata que ella estaba trabajando en su puesto en un centro comercial, como un día cualquiera, y que al salir se encontró con que el mundo se había derrumbado.
La escucho mientras conduzco de camino de vuelta a casa, a la salida de mi propio trabajo, a poco más de 350 kilómetros de donde ella se encuentra. Su narración me recuerda a la de Joan Didion en El año del pensamiento mágico: cuenta la escritora que, un día cualquiera, se sentó a cenar con su marido y éste cayó fulminado por un infarto.
La vida cambia deprisa.
La vida cambia en un instante.
Te sientas a cenar y la vida que conocías se acaba.
Todos esperamos que en las fechas especiales (cumpleaños, aniversarios, nocheviejas…) suceda algo extraordinario, pero al final casi nunca pasa nada reseñable. Es en los días normales, en las tardes normales, cuando la realidad da un vuelco. Para bien y para mal.
En otro libro, Biografía del silencio, Pablo d’Ors hace una defensa radical de las circunstancias normales, esas en las que no hay un ápice de lo que a menudo consideramos como ingredientes imprescindibles para llevar una existencia plena:
Hoy sé que conviene dejar de tener experiencias, sean del género que sean, y limitarse a vivir: dejar que la vida se exprese tal cual es, y no llenarla con los artificios de nuestros viajes o lecturas, relaciones o pasiones, espectáculos, entretenimientos, búsquedas… Todas nuestras experiencias suelen competir con la vida y logran, casi siempre, desplazarla e incluso anularla. La verdadera vida está detrás de lo que nosotros llamamos vida.
El locutor se despide de la chica valenciana justo cuando llego a mi destino.
Apago la radio, bajo del coche, entro en el portal, subo las escaleras, giro la llave, entro en casa. Mi marido me pregunta «qué tal». Le respondo que sin novedades, que no tengo gran cosa que contar, que sólo ha sido una tarde normal.
Y entonces caigo en la cuenta de lo poco que suelo valorar ese tipo de tardes.
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