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mujer con gesto altivo en un bar, símbolo de cómo tratar con alguien con mucho ego sin perder la calma

Hay miradas que no buscan diálogo, solo reflejo. Y a veces lo más sabio es dejar que se contemplen a sí mismas hasta cansarse. Foto: Mart Production / Pexels

Manual de superviviencia emocional

Cómo sobrevivir al ego ajeno sin aplaudir, ni discutir

Hay quien siempre necesita tener razón, brillar o presumir. No puedes cambiar su ego, pero sí aprender a no perder la calma (ni el humor)

Por María Corisco

13 DE OCTUBRE DE 2025 / 07:30

Hay días en que no hace falta mirar mucho alrededor para comprobarlo: los egos van sobrados de energía. En la oficina, en las cenas, en las redes. Siempre hay alguien dispuesto a imponer su versión, a recordar sus logros o a tener la última palabra. Y ahí estás tú, intentando mantener la calma, sin aplaudir… ni discutir. Aprender cómo tratar con alguien con mucho ego sin perderte en su ruido puede ser casi un arte.

El ego (de los demás) y esa voz que no se calla

Llámalo Pepito Grillo o voz interior. Es esa especie de tu otro yo sabio que te recuerda lo que has hecho bien, lo que falta por lograr, la que te compara con los demás o te advierte de los peligros. Solo que, en algunas personas, esa voz se amplifica hasta ocupar toda la habitación. A esa voz la llamamos ego. Es parte de lo que somos y sin ella sería difícil desenvolvernos en la vida cotidiana. El ego así visto no es negativo. El problema empieza cuando domina la conversación, las relaciones o, directamente, la vida entera.

Frente a este «yo social» o ego, algunos pensadores y médicos han explorado otra dimensión de la mente a la que llaman supraconciencia: un estado más profundo, que no se aferra a la apariencia ni a la necesidad de aprobación. Lo contrario de lo que suele suceder cuando alguien necesita brillar constantemente. Es ese yo que conecta con lo esencial del ser humano.

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Conexión con tu yo más auténtico (aunque el de enfrente no ayude)

Uno de los autores que más ha trabajado en esta línea es el doctor Manuel Sans Segarra, cirujano con una larga trayectoria, muy conocido por sus investigaciones en torno a las experiencias cercanas a la muerte (ECM). En su libro Ego y supraconciencia plantea que gran parte del sufrimiento humano procede de la confusión entre estos dos planos.

«El ego es un falso yo que se alimenta de la opinión de los demás. Busca el éxito, el poder o la apariencia, pero nunca se sacia», explica Sans Segarra. «Nunca en la vida se puede ser feliz con un ego desmedido, porque el ego nunca nos dará la auténtica felicidad».

En cambio, la supraconciencia sería «el verdadero yo. Es una conciencia que no depende del reconocimiento externo, donde no hay máscaras ni necesidad de aparentar». Descubrirla y vivir desde ella permitiría cultivar serenidad, autenticidad y una vida más plena. También cierta inmunidad frente al ego ajeno —y, por extensión, una forma más inteligente de aprender cómo tratar con alguien con mucho ego sin perder la calma.

Esa extraña lucidez cuando tenemos un pie en la muerte 

Parte del interés de Sans Segarra por la supraconciencia nace de su investigación sobre las ECM. A partir de cientos de testimonios de pacientes que atravesaron paradas cardiacas o situaciones límite ha llegado a la conclusión de que «la conciencia no se extingue con la muerte clínica». En esos relatos aparecen vivencias de lucidez, paz, sensación de unidad y, en muchos casos, la experiencia de «ser más que el cuerpo físico».

El autor interpreta estas experiencias como una prueba de que la conciencia trasciende lo biológico. Él lo denomina «conciencia no local». La supraconciencia, en este sentido, sería una expresión de esa dimensión que podemos experimentar también en vida, si aprendemos a reconocerla. No hace falta haber pasado por una ECM para intuirlo: basta con observar lo que ocurre cuando dejas de alimentar el ego —propio o ajeno— y simplemente escuchas.

Estar en Babia era esto

Más allá de las interpretaciones espirituales, lo cierto es que la psicología y la neurociencia también han estudiado el ego y la conciencia. En psicología, el ego se entiende como parte de la estructura psíquica que media entre los impulsos internos y la realidad externa. En términos más modernos, podríamos decir que es la narración que construimos sobre nosotros mismos para darle coherencia a nuestra vida.

Las neurociencias, por su parte, relacionan esta función con lo que llaman «red neuronal por defecto»: un conjunto de regiones cerebrales que se activan cuando no estamos concentrados en una tarea externa y que se asocian a la autorreferencia, los recuerdos y las proyecciones de futuro. En otras palabras, es ese viaje a nuestro interior que nos pasa cuando dejamos la mente echar a volar, o, como nos decían en el cole, cuando estamos en Babia.

Curiosamente, los estudios muestran que cuanto más nos centramos en nosotros mismos (o en la imagen que los demás tienen de nosotros), más activa está esta red. La meditación o los estados de atención plena la reducen, lo que muchos describen como una sensación de “silenciar el ego” y conectar con un estado de calma y presencia más profundo.

De alguna manera, esta idea científica guarda paralelismos con la propuesta de Sans Segarra: más allá del yo narrativo o social, existe la posibilidad de conectar con otra forma de conciencia más amplia y menos dependiente de las comparaciones. Una conciencia que también puede servirte cuando intentas convivir con quien solo parece escuchar su propia voz.

Por qué importa cómo tratar con alguien con mucho ego (también en la vida cotidiana)

Hablar de ego y supraconciencia no es un mero ejercicio teórico y, de hecho, tiene implicaciones muy prácticas. Buena parte de los problemas emocionales actuales — estrés, ansiedad, vacío existencial — se relacionan con un ego que nunca está satisfecho. Y, cuando ese ego es el de los demás, el desgaste puede ser doble. La comparación constante con los demás, la necesidad de reconocimiento en redes sociales o la presión por demostrar éxito generan un bucle de insatisfacción permanente.

«Estamos tan identificados con lo que no somos — advierte Sans Segarra — que nos olvidamos de lo esencial. El día que descubrimos que no somos solo el ego, sino algo mucho más profundo, empieza una verdadera transformación». Y quizá ahí esté el verdadero bienestar: en aprender cómo tratar con alguien con mucho ego sin dejar que su energía desborde la tuya.

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Más allá del ruido del ego

Prácticas como la meditación, la atención plena, el contacto con la naturaleza o incluso el arte pueden servir como puertas de entrada a esa dimensión más profunda. No es necesario haber pasado por una experiencia cercana a la muerte para intuir que hay algo más allá del ruido del ego.

El planteamiento del doctor Sans Segarra puede suscitar debate, especialmente cuando se habla de la conciencia después de la muerte. Sin embargo, su propuesta conecta con una búsqueda universal: entender qué somos más allá de las etiquetas, las posesiones y las comparaciones.

En un mundo donde abundan los egos que gritan más de lo que escuchan, aprender a no discutir (ni aplaudir) es casi un acto de higiene mental. Quizás la supraconciencia, como él sugiere, no sea un concepto esotérico, sino una invitación a recordar que debajo de las máscaras siempre hay un yo más auténtico, silencioso y profundo, esperando ser reconocido.

El silencio también es una respuesta

Al final, nadie escapa del ego, ni siquiera quienes intentan escapar del de los demás. Pero aprender a reconocerlo —en uno o en otro— ya es una forma de calma. La misma que se encuentra cuando entiendes que no todo merece respuesta. Ni aplauso.

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