La vida sigue igual

Con el árbol y los adornos de Navidad ya recogidos en cajas, reviso las tendencias que, según los gurús, nos marcarán el paso en este 2025 que ahora comienza. Y así me entero de que en el nuevo año se llevarán los materiales hechos para durar, el sharenting (compartir online la vida de los hijos: pobres) y los viajes concebidos no para visitar lugares, sino para vivir experiencias culinarias.

Además, compraremos productos para las mascotas hechos con cannabis, nos perfumaremos con salvia, decoraremos nuestra casa con el color Mocha Mousse, aplaudiremos los anuncios que abracen el sentido del humor y acabaremos hartos de política, pues están previstas nada menos que 64 elecciones en todo el planeta.

Mientras observo las novedades que se perfilan ante mí no me quito de la cabeza las secuencias de Los años nuevos, la serie de Rodrigo Sorogoyen que he visto durante mis vacaciones. Me ha gustado muchísimo, pero también me ha dejado una especie de vacío, una certeza de que nada es como esperábamos. Porque cada 1 de enero nos convencemos de que a lo largo de los doce meses siguientes nos sucederán muchísimas cosas apasionantes y, sin embargo, lo que nos muestra la serie es que todo acaba resultando bastante mediocre.

A Ana y Óscar, los protagonistas, no les ocurre gran cosa a lo largo de una década. Me corrijo: sí que les pasa, pero lo que les pasa es la vida, en la que mueren padres y nacen hijos. Es decir, que se trata de cosas externas, pero por dentro ellos siguen como siempre, con las mismas dudas, las mismas inseguridades, el mismo ahogo existencial.

Y como Ana y Óscar no son especialmente guapos ni feos, ni listos ni tontos, ni graciosos ni aburridos, ni visten de manera diferente a cualquiera de nosotros, tenerles delante es como mirarse en el espejo. Y darse cuenta de que, como cantaba Julio Iglesias, los años pasan, pero la vida sigue igual.