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Elena Molera, psicóloga y speaker.
Testimonios
Elena Molera, psicóloga y speaker, cuenta a WeLife cómo sufrir dos tipos de cáncer y vivir el peor momento de su vida le llevaron a convertirse en psicóloga.
Por Equipo Welife
16 de diciembre de 2023 / 11:51
Elena Molera se convirtió en psicóloga después de trabajar durante años en el mundo de la banca. Los diagnósticos de un cáncer de mama y después de uno de tiroides le hicieron replantearse todo y perseguir un nuevo sueño: convertirse en psicóloga.
Ahora, utiliza sus conocimientos para ayudar a otras mujeres a pasar por lo mismo que tuvo que atravesar ella. Nos lo cuenta con sus propias palabras.
Estudié Psicología clínica en la UCM, en el pleistoceno superior, allá por el final de los noventa. Pero a la hora de decidir si ejercer o no, un sentido de la responsabilidad descomunal (que mantengo) y las decisiones de los 20, hicieron que aterrizara en la banca, donde fui directiva durante 25 años.
Tras varios años en lo que podríamos llamar: “la rueda del hámster” con un nivel de estrés bastante alto. En octubre de 2019 debuté en el mundo oncológico con un cáncer de mama. Situación que se complicó, no sólo por el contexto de la pandemia del COVID, sino por cómo se desarrollaron los diagnósticos y los tratamientos a los que fui sometida.
Pasé por casi de todo: varias biopsias, mastectomía sin posible reconstrucción directa, sesiones de quimioterapia y radioterapia, etc. En 2020, y rematando la quimio, me diagnosticaron un cáncer de tiroides, que requirió nuevas intervenciones y tratamientos. Y para terminar el guion, este año me han quitado los ovarios para poder parar la «peligrosa actividad ovárica» y mantenerme en menopausia. Situación que afecta de manera muy diversa a las que recorremos este camino que nadie quiere andar. Desde entonces me gusta decir que soy, entre otras cosas, adiestradora de hormonas.
En los años de banca, siempre sentí que me traicionaba a mí misma, aunque ahora, si tomo distancia, veo que es un sector muy necesitado de psicólogos. La formación académica determinó que ejerciera la profesión desde un enfoque diferente, no sólo con los clientes, sino también en la organización.
Mi pasión por el ser humano y todos sus matices ya era un rasgo diferenciador en mi día a día, pasando de acompañar las necesidades financieras de las personas, a, actualmente, ayudarles en sus procesos terapéuticos.
Cuando llegó el primer cáncer, y con él la imposibilidad de ser madre de forma definitiva, también llegó la pérdida de mi identidad física y profesional. Ser mujer monoteta, sin hijos y sin carrera profesional es una combinación dura de asumir cuando la sociedad y el sistema dictan precisamente que es eso a lo que has venido a este mundo.
Lloré, me enfadé con la galaxia, hice mucha terapia y tome la decisión de parirme a mí misma como camino para poder sobrevivir a todo el dolor que sentía.
Debo decir que en el cáncer de mama se habla mucho de la caída del pelo y poco de las neuronas. Al terminar la quimio, el daño cognitivo o chemo brain, el efecto secundario más duro que tuve fue estar sin poder leer durante más de un año. Con este panorama, tomé la decisión de que de la misma manera que iba a un fisio para recuperar el movimiento del brazo o hacía sentadillas para cuidar mis huesos, debía ejercitar mi cabeza.
Mi hermana Lola, siempre ahí, me regaló un Máster de Psicoterapia Integradora de Universidad Antonio de Nebrija. Entre camas de hospitales y encierros domésticos, conseguí terminar con unas notas fantásticas el máster, que al final ha dado sentido a mi vida.
El aliento de mis profesores y compañeros ha sido fundamental para que, con todo lo vivido y todo lo aprendido, tomara la decisión de empezar a ejercer y tener la certeza de que nunca abandonaré esta profesión. En concreto, por todo lo que supone para las que ahora son mis pacientes y para mí misma, que encuentro en cada una de ellas inspiración y admiración profunda.
Durante largas horas de soledad y tratamientos, empecé a reconocer una necesidad de cambiar las cosas. Sentía una impotencia tremenda al ver cómo una enfermedad, que tiene todos los pantones de marrón posibles, se pinta y se cuenta de un rosa que no refleja la realidad. Me hizo comprometerme conmigo misma a buscar el legado que quería dejar, a explicar de otra manera lo que para mí representa algo que necesita ser reescrito, recontado y reaprendido.
He decidido acompañar a mujeres a desaprender y aprender su cáncer, aportando mi propia experiencia, desde el respeto a la propia singularidad de sus diagnósticos y sus situaciones personales. Ofrezco mi formación académica como terapeuta, que mantiene ese sentido de la responsabilidad descomunal que un día fue un palito en la rueda, pero que ahora me parece un súper poder. Este es mi “para qué” en la vida.
Y así es como nacimos mi «Bitácora de una teta» y yo. Una propuesta que se gestó desde las necesidades que he sentido y siento como paciente, acompañante y profesional del cáncer, los tres roles de esta enfermedad que en algún momento vamos a tener todos que conjugar. Detectar el sufrimiento evitable para acompañar el sufrimiento inevitable desde la ilusión de una nueva vida.
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