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Cuando la microbiota cutánea se desajusta, no hay crema que calme el picor: a veces la solución empieza en el plato, no en el neceser. Foto: Cottonbro / Pexels

El eje intestino-piel

Acné, rosácea o dermatitis: comer bien o mal afecta a la microbiota cutánea y se nota en la piel

Cada vez hay más evidencia científica del impacto de la alimentación diaria en la buena o mala salud de los microorganismos buenos que viven sobre nuestra piel. Comer mal arruina tu piel.

Por Verónica Fernández

27 DE NOVIEMBRE DE 2025 / 07:30

¿Cómo hay que cuidar la piel? La respuesta habitual es mediante un arsenal de cremas, sérums y tratamientos tópicos.  Podemos añadir un paso cada cierto tiempo por nuestro centro estético favorito a hacer algún que otro tratamiento facial. Pero lo que se nos suele escapar es que lo que comemos también afecta a la piel. Junto con la hidratación, el sueño y el estrés, la alimentación afecta al estado de la microbiota cutánea.  

Tania Gil, especialista en Nutrición Humana y Dietética en el Instituto Médico Ricart (IMR) explica que «tenemos evidencia científica de que la dieta regula procesos como el sebo, la inflamación y la calidad de nuestra barrera cutánea. Incluso la variedad de microorganismos beneficiosos que habitan en nuestra piel».

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Para comprender cómo influye la alimentación en la piel, primero hay que hablar de la microbiota. Y no de la intestinal, sino de ese conjunto de microorganismos (hongos, bacterias, arqueas, virus y parásitos) que reside sobre nuestra piel y mucosas.

Esa microbiota cutánea (también llamada flora de la piel) forma un ecosistema complejo y dinámico que vive sobre la superficie de la epidermis. Actúa como una auténtica extensión del sistema inmunitario, creando una barrera defensiva frente a agresiones externas y contribuyendo al buen estado de la piel.

Se habla mucho del eje intestino-cerebro, pero hay otro que enlaza con la piel. La relación entre la microbiota intestinal y la salud de la piel es fundamental para el equilibrio cutáneo. 

Tania Gil define así ese eje intestino-piel: «El estado de nuestra microbiota intestinal influye directamente en el equilibrio de la microbiota cutánea. Los microorganismos del intestino producen metabolitos que afectan a la inflamación, a la inmunidad y a la barrera epitelial. Para que nuestra piel esté sana, nuestro intestino también debe estarlo. Cuando hay una disbiosis intestinal, la piel puede manifestarlo con brotes de acné, dermatitis, psoriasis, rosácea o incluso eccemas”, añade la especialista.

Existen diversos trastornos digestivos que pueden manifestarse a través de problemas cutáneos. Uno de los más frecuentes es el desequilibrio de la flora intestinal, donde aparecen patologías como el SIBO (sobrecrecimiento bacteriano del intestino delgado), LIBO (sobrecrecimiento en el intestino grueso) o IMO (sobrecrecimiento de microorganismos productores de metano). “En estos casos, la piel suele responder con brotes de dermatitis atópica, acné, eccemas muy reactivos, rosácea o una piel especialmente sensible o reactiva. De hecho, el SIBO se asocia directamente con la rosácea», explica la especialista.

Otro desequilibrio habitual es el intestino permeable. Sucede cuando la barrera intestinal se debilita y permite el paso al torrente sanguíneo de sustancias nocivas que no deberían atravesarla, como las endotoxinas. «Cuando esto ocurre, el sistema inmunitario se activa y aumenta la inflamación sistémica. Esto favorece el empeoramiento de la psoriasis, la inflamación cutánea, la dermatitis o el enrojecimiento persistente», señala Gil.

Los trastornos digestivos inflamatorios, como la enfermedad de Crohn o la colitis ulcerosa, también provocan cambios profundos en la microbiota. Su reflejo en la piel va desde aftas orales, erupciones, sequedad intensa a un retraso en la cicatrización, dermatitis o psoriasis.

Los problemas de absorción de macronutrientes y la maldigestión generan exceso de compuestos fermentables en el intestino y una mayor irritación. «Esto puede traducirse en piel apagada, sequedad persistente, caída del cabello, uñas quebradizas, descamación e incluso brotes inflamatorios», afirma la nutricionista. La razón es simple: el intestino no consigue absorber correctamente nutrientes esenciales para la piel, como zinc, selenio, ácidos grasos, vitaminas antioxidantes (A y E) o vitaminas liposolubles como la D.

Parece casi un chascarrillo, pero la falta de regularidad no solo se nota en el humor. El estreñimiento crónico también tiene un impacto directo. Al prolongarse el contacto de las toxinas bacterianas con la mucosa intestinal, aumenta el riesgo de inflamación o disbiosis. Su reflejo en la piel aparece en forma de acné inflamatorio, granitos, aspecto apagado o congestión.

Por último, el estrés digestivo funcional, que viene provocado por hábitos irregulares, comidas rápidas, ansiedad o un ritmo de vida acelerado, puede alterar la microbiota y favorecer una piel más sensible, con episodios intermitentes de inflamación e, incluso, dermatitis seborreica.

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Para mantener una microbiota cutánea en buen estado, la nutricionista del IMR recomienda apostar por una alimentación basada en vegetales, con presencia diaria de frutas, hortalizas y cereales integrales.

A ello se deben sumar las grasas saludables y los omega-3, que conviene incluir varias veces por semana, así como un adecuado aporte de micronutrientes esenciales, como zinc o selenio, ya sea a través de la dieta o, cuando sea necesario, mediante suplementación supervisada por un profesional.

En el polo opuesto, Tania Gil aconseja evitar alimentos ricos en grasas saturadas y trans, azúcares simples y productos ultraprocesados.

También recomienda moderar el consumo de lácteos, sobre todo los desnatados, el alcohol, las dietas pobres en polifenoles, vitaminas y minerales, así como los menús con alimentos de alto índice glucémico o las dietas excesivamente restrictivas y desequilibradas.

«Está comprobado que ciertos probióticos específicos pueden mejorar problemas como la dermatitis, la psoriasis o el acné», señala. Insiste en que su eficacia depende de la cepa, la dosis y del estilo de vida del paciente. Aun así, la recomendación es clara: «La base siempre debe ser una buena alimentación. Los probióticos pueden ser un complemento, no un sustituto».

La investigación en este campo avanza a gran velocidad. Ya existen mapas detallados de los distintos tipos de microbiota cutánea y de cómo responden a cambios dietéticos o tratamientos específicos. «Una piel equilibrada es, en gran medida, el reflejo de un organismo equilibrado», afirma Gil. No es descabellado pensar que en unos años podamos recibir dietas personalizadas según nuestro tipo de microbiota cutánea, del mismo modo que ya ocurre con la intestinal.

En consulta, «ya trabajamos con recomendaciones nutricionales personalizadas basadas en el perfil de la microbiota. Cuando alguien llega con una patología de la piel, solemos proponerle un test de microbiota intestinal (o de otros disponibles según cada caso). Así, podemos entender mejor qué está ocurriendo por dentro y ofrecer pautas de alimentación y suplementación que realmente ayuden a mejorar el problema cutáneo».

 

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