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La sobrecarga no siempre viene de la desmotivación: el burnout también acecha incluso cuando hay satisfacción laboral. Foto: Cottonbro / Pexels

dicen que el trabajo dignifica...

El cansancio de quienes lo dan todo: burnout, validación y otras trampas del entusiasmo profesional

Amar tu trabajo no inmuniza. A veces, cuanto más das, antes te quemas. Tres expertas explican por qué el entusiasmo también agota y cómo recuperarlo

Por Patricia de la Torre

19 DE DICIEMBRE DE 2025 / 14:00

Quieres ser feliz. Sentirte satisfecho en tu trabajo. Y no siempre es posible. ¿Es posible evitar el burnout sin renunciar a la satisfacción profesional? La psicóloga María Jesús Álava Reyes, la experta en bienestar laboral Eva Rimbau y la coach Silvia Escribano analizan si desconectar emocionalmente del trabajo es una estrategia de protección o un riesgo mayor.

La cultura del «ama tu trabajo y no trabajarás ni un día de tu vida» se tambalea frente a un dato alarmante: según el INE, la depresión es la causa más frecuente de incapacidad laboral de más de 15 días, con una duración media de 167,9 días. ¿Y si amar tu trabajo no te protege del agotamiento, sino que te lanza directo a él?

Eva Rimbau, profesora de la UOC y experta en bienestar laboral, lo advierte: «El distanciamiento emocional aparece como un mecanismo de autoprotección cuando la persona siente que no dispone de recursos suficientes para sostener la exigencia a la que hace frente».

A corto plazo puede parecer útil. Pero a medio y largo plazo, no lo es. «La evidencia muestra que este estado no protege. Más bien señala que la persona ya está pagando un coste psicológico».

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Desde su perspectiva, trabajar en modo automático es una reacción comprensible ante el agotamiento emocional, pero mantenerlo revela un deterioro de esas emociones profundo.

Se pierde sentido, crece el cinismo y se debilita la sensación de competencia. Ese desgaste alcanza incluso a los más fuertes. Para Rimbau, «lo saludable no es desconectarse, sino modular la implicación y asegurar una recuperación real». El desapego, aunque alivie, no es viable si el contexto sigue siendo desbordante.

La coach ejecutiva Silvia Escribano lo define sin rodeos: «Desconectarse del trabajo para sobrevivir es como cerrar los ojos para no ver una herida: calma, pero no cura». Según ella, cuando el desapego se cronifica, el profesional no solo pierde motivación: pierde identidad. Ya no celebra logros, los administra. Ya no lidera, gestiona. «Cuando eso ocurre, se trabaja sin alma. No se innova, no se cuestiona, no se crece».

La clave está en redefinir la implicación. «Pasar de esforzarnos desde el miedo a implicarnos desde la consciencia y la dignidad». Porque sí, se puede trabajar sin hipotecar la salud mental. Pero hace falta inteligencia emocional, liderazgo con humanidad y culturas organizativas que lo permitan.

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María Jesús Álava Reyes, psicóloga referente y directora del Centro de Psicología Álava Reyes, lo confirma con datos abrumadores: «Más del 40 % del malestar emocional proviene del trabajo». Explica que el burnout no surge solo por exceso de tareas, «sino por entornos insostenibles que normalizan la sobrecarga. El verdadero reto es trabajar sin perder salud, descanso ni vida personal».

Álava Reyes lo advierte con contundencia: «Tenemos muy pocos líderes inspiradores y muchos malos jefes». El problema suele estar en la estructura, no en la persona. Lo que más deteriora la salud mental «es la ausencia de reconocimiento, la falta de justicia organizativa y una comunicación interna deficiente. «Los trabajadores no se sienten escuchados. Los jefes solo hablan para dar órdenes, no para construir confianza». 

Esa desconexión está generando una crisis de motivación silenciosa, incluso en quienes antes estaban plenamente implicados. «Las funciones no están claras, las decisiones no son imparciales y todo depende de criterios subjetivos. Así es como se desactiva el talento».

A la erosión emocional se suman consecuencias físicas y productivas: «Una persona emocionalmente bien tiene un 54 % menos de bajas y es un 37 % más productiva. Quien se siente bien comete menos errores». Cuidar la salud mental no es buenismo, es una cuestión de funcionamiento organizativo.

Su centro ha creado una herramienta para evaluar la salud mental laboral y detectar las causas estructurales del desgaste. Y aunque admite que la desconexión puede funcionar como «muleta en una crisis»,  advierte que no es un modelo sostenible. «Si pasamos gran parte de nuestra vida trabajando, más vale que aprendamos a disfrutarlo sin que nos consuma». 

Vivimos inmersos en una cultura que idealiza el trabajo como fuente de realización y propósito. Pero esa narrativa, que parecía inspiradora, se vuelve tóxica cuando se convierte en exigencia constante. Cuando amar tu trabajo se transforma en nunca desconectarte, el resultado no es satisfacción, es agotamiento.

Como señala Silvia Escribano, «el bienestar no es ausencia de estrés, es presencia de sentido». Y como recuerda Eva Rimbau, «el disfrute y la satisfacción pueden proteger incluso en entornos exigentes, siempre que las demandas no superen de forma sistemática la capacidad de la persona para recuperarse».

Esto solo es posible, añade Rimbau, cuando las condiciones laborales acompañan.

Renunciar a la satisfacción profesional no es la solución. Pero sí lo es cuestionar una cultura laboral que glorifica la hiperexigencia y romantiza el sacrificio. «Necesitamos más espacios para hablar del cansancio real, del derecho a cuidarse, y de lo legítimo que es bajar la intensidad sin sentir que has fracasado», señala Rimbau.

Trabajar con sentido no debería ser un privilegio. Debería ser una posibilidad accesible, segura y compatible con el descanso, la dignidad y la salud mental. Por eso, las tres expertas coinciden en que la salida no es apagar la emoción, sino regularla. Recuperar fuera del horario (Rimbau), implicarse desde la conciencia y la dignidad (Escribano) y exigir entornos que cuiden y escuchen (Álava Reyes) son claves para trabajar con salud y sentido.

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