A veces la dirección correcta no es la más recta, sino la que simplemente te sale natural. Foto: Ivy Sonshine / Pexels
Cuando el instinto acierta
La ciencia de seguir una corazonada y no arrepentirse después
Esa voz interior no es magia ni misticismo. La neurociencia confirma que la intuición es conocimiento rápido... si sabes escucharla
Por María Corisco
14 DE OCTUBRE DE 2025 / 14:00
Todos hemos sentido esa chispa: una impresión instantánea al conocer a alguien, una corazonada de qué decisión tomar o incluso la sospecha de que conviene cambiar de fila en el supermercado. Y, de repente, acertamos.
Confiar en la intuición es hacer caso a esa voz interior que nos dice “sí” o “no”, algo que durante mucho tiempo se ha tachado de poco fiable frente al razonamiento lógico. Sin embargo, cada vez más científicos se preguntan: ¿y si esa sensación pudiera explicarse desde la neurociencia más que desde el azar?
No es magia: es experiencia comprimida
En esta nueva mirada, la intuición no surge de la nada. Es una brújula silenciosa que combina memoria, aprendizaje y señales corporales que se activan antes de que podamos explicarlas con palabras.
Daniel Kahneman, Gary Klein o Antonio Damasio lo han demostrado desde distintos ángulos: detrás de nuestras corazonadas hay procesos mentales veloces y precisos.
Investigadores como el premio Nobel Daniel Kahneman, el psicólogo cognitivo Gary Klein o el profesor de neurociencia, psicología y filosofía Antonio Damasio, han demostrado que detrás de nuestras corazonadas hay procesos mentales rápidos y precisos.
Kahneman, en su conocido Thinking, Fast and Slow, distingue entre dos modos de pensar: uno rápido, intuitivo y automático (Sistema 1), y otro más lento y analítico (Sistema 2). La intuición forma parte del primero: es ese piloto automático que, lejos de ser irracional, nos permite reaccionar con eficacia en milésimas de segundo.
Klein, especializado en contextos de alta presión, estudió cómo profesionales experimentados -como bomberos, médicos o militares- toman decisiones críticas sin pasar por un análisis consciente paso a paso. Su modelo, Recognition-Primed Decision, muestra que lo que parece instinto es en realidad reconocimiento de patrones grabados en la memoria tras años de práctica.
Damasio, por su parte, puso el foco en el cuerpo: con su teoría de los “marcadores somáticos” explicó cómo nuestras sensaciones físicas (un nudo en el estómago, un cosquilleo de alerta) son señales emocionales que nos orientan antes de que el pensamiento racional articule una respuesta.
En resumen: lo que llamamos intuición no es magia. Es conocimiento condensado, filtrado por la experiencia y expresado en tiempo récord.
Ese sexto sentido también se entrena
En este terreno se mueve Mikel Alonso, investigador y autor de El valor de la intuición (Planetadelibros), quien defiende que “la intuición no es un lujo. Es una herramienta que todos tenemos y que podemos mejorar”. No se trata de elegir entre instinto o análisis, sino de integrar ambas capacidades para tomar decisiones más completas.
Su propuesta pasa por entrenar la intuición. ¿Cómo? Prestando atención a las corazonadas y comprobando después si se confirman. «Si te acostumbras a escuchar lo que sientes y a contrastarlo con lo que ocurre, aprendes a diferenciar la intuición real del simple ruido”, explica. Además, recuerda que la intuición se alimenta de experiencias: “Cuanto más mundo, más intuición. Viajar, aprender cosas nuevas, exponerse a situaciones distintas… todo eso nutre tu cerebro y le permite reaccionar mejor”.
Ni todo impulso, ni todo excel
Alonso insiste: no se trata de ir por la vida como pollo sin cabeza. Las mejores decisiones suelen venir de una corazonada validada con análisis posterior. Elegir pareja, invertir en un negocio o cambiar de trabajo rara vez se decide solo con números, pero tampoco basta con una sensación. «Escuchar la intuición y después contrastarla con un análisis racional es la combinación más potente», asegura.
Kahneman y Klein coinciden: la intuición se nutre de patrones aprendidos, pero puede y debe enriquecerse con reflexión y datos. Es como una danza entre dos tiempos: el cerebro rápido nos da el primer aviso, y el lento lo confirma o lo corrige.
El ojo clínico también es intuición
El libro de Alonso recoge ejemplos que cualquiera puede reconocer:
- El médico que detecta un problema grave en un paciente al primer vistazo, gracias a años de experiencia que le dan el célebre ojo clínico.
- El entrenador que cambia a un jugador justo antes de que se lesione, guiado por un patrón que ha visto repetirse.
- La madre que percibe que su hijo está triste, aunque diga que todo va bien.
- El cliente que elige la fila más corta del supermercado y, efectivamente, pasa más rápido.
Lejos de ser golpes de suerte, estos casos muestran cómo el aprendizaje y la observación construyen un banco de datos interno que la mente consulta de forma instantánea.
Ojo: el miedo también parece intuición
Por supuesto, no todas las corazonadas son fiables. Alonso advierte: «Hay que diferenciar las que provienen de la experiencia de las que nacen del miedo, la pereza o los prejuicios». Kahneman añade que nuestros sesgos cognitivos pueden distorsionar la percepción, mientras que Damasio recuerda que interpretar correctamente las señales del cuerpo requiere práctica y autoconocimiento.
El error más común es confundir una intuición fundada en experiencia con un impulso emocional pasajero. Por eso, Alonso recomienda una especie de escucha activa: observar de dónde viene esa corazonada y, siempre que sea posible, contrastarla con hechos.
Confiar… pero con criterio
La ciencia nos invita a confiar en la intuición. O lo que es lo mismo, a reconciliarnos con nuestras tripas y usarlas con criterio. Alonso lo resume así: «Muchas de las mejores decisiones de nuestra vida no las tomamos pensándolas hasta el agotamiento, sino sintiéndolas».
La ciencia confirma que escuchar esa voz interior tiene fundamento biológico y psicológico, y que combinarla con la razón multiplica nuestras probabilidades de acierto. En un mundo obsesionado con datos y métricas, esta mirada resulta refrescante: recuerda que somos más que cálculo y análisis, y que nuestra intuición, bien entrenada, puede ser una brújula confiable.
Quizá ahí esté la clave: menos Excel, más estómago… pero bien educado.