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Mujer con estrés por multitasking descansa en un sofá

Acabar tirada en el sofá diciendo 'no puedo con la vida'. Es el resultado de ir por la vida como mujer multitasking. FOTO: Look Studio/Pexels.

Siempre conectados, nunca presentes

El engaño del multitasking: nos condena al estrés crónico y a vivir haciendo zapping con nuestra vida

Hemos normalizado estar a cuatro cosas a la vez a sabiendas de que no terminamos bien casi ninguna. El neurocientífico Andrea Bariselli tiene la receta para romper ese bucle de estrés infernal.

Por Verónica Fernández

17 DE DICIEMBRE DE 2025 / 14:00

Preparas la cena mientras ves una serie en la tablet. Junto a los cachivaches de la cocina tienes el móvil para contestar al grupo de Whatsapp de tu familia y chequeas al tuntún las ofertas en Wallapop. ¿Te suena? Y en el trabajo es similar. Respondes mails mientras terminas una presentación y actualizas un Excel. Todo es urgente, todo es para ya. Entre pantallas, notificaciones y mil tareas a la vez, vivimos haciendo malabares sin parar. Nos creemos que somos un ordenador capaz de ejecutar varias tareas a la vez. Pero somos humanos y en nuestra genética no hay una función multitasking 24/7. De hecho, esta obsesión por llegar a todo a la vez nos agota. 

El neurocientífico italiano Andrea Bariselli advierte que «nuestro cerebro no está preparado para esta especie de videoclip permanente. Cada vez que abrimos otra pestaña o miramos una notificación, nuestro sistema de atención entra en alerta para decidir si eso es importante o es solo ruido. A largo plazo, ese estado de vigilancia constante pasa factura: fatiga mental, irritabilidad, dificultad para concentrarse…». Es esa sensación tan conocida de estar siempre conectado, pero, prácticamente, nunca presente.

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Vivir haciendo zapping vital

Hemos sido engañados. Nos han vendido la multitarea como la habilidad estrella del siglo XXI. Pero la neurociencia insiste en aguarnos la fiesta: la multitarea no existe. «Lo que llamamos multitasking es, básicamente, un cambio rápido de tareas, como hacer zapping con el cerebro», apunta Bariselli. Y cada salto tiene un coste: se va energía, baja el rendimiento y suben los errores.

Esa sensación de tengo mil cosas a la vez y soy imparable, suele ser, en realidad, estrés con máscara de productividad. «Nuestro escritorio mental»—así llama Bariselli a esa memoria de trabajo donde guardamos lo que necesitamos en cada momento— «se satura rápidamente». ¿El resultado? Decisiones impulsivas, irritabilidad, despistes y esa niebla mental que parece instalada de serie en nuestras vidas. «No es un fallo personal: es pura biología intentando sobrevivir al caos», explica el neurocientífico.

Entonces, llega el estrés

Estar en alerta permanente necesita un combustible poderoso. Y ahí aparece el cortisol para alimentar ese permanente estado de estrés crónico. Los efectos no se hacen esperar y el cuerpo somatiza la presión. «Tensión muscular, dolores de cabeza, digestiones raras, sueño revuelto, falta de motivación… Cuando vivimos en multitasking constante el cuerpo queda atrapado en modo supervivencia», apunta Bariselli. 

El descanso no es un lujo, es una necesidad

Aunque el mundo nos empuje a estar siempre disponibles, el cerebro necesita pausas, al igual que el cuerpo necesita dormir. Bariselli explica que «cuando paramos y pasamos unos minutos sin móvil, un rato de silencio, un respiro literal, se activa la red neuronal por defecto. Es esa red que se encarga de integrar experiencias, guardar recuerdos y darle sentido a lo que vivimos».

Descansar no es perder el tiempo, sino reorganizar tu mente. Y, en ocasiones, recuperar el equilibrio emocional. «Sin esos pequeños respiros, todo se acumula sin procesar. Las emociones se estancan y el agotamiento mental se dispara. El silencio, la quietud o incluso el aburrimiento (ese del que se suele huir), son vitaminas para el cerebro», añade Bariselli.

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Naturaleza: el antídoto más sencillo (y más potente)

El último libro de Bariselli, Naturaleza y neurociencia (Pinolia), nació de una mezcla entre investigación y necesidad vital. El neurocientífico reconoce que  llegó a un punto de sobrecarga que lo llevó a buscar refugio en la naturaleza. Y no fue al único: su podcast A Wild Mind, con más de 2,5 millones de escuchas en Italia y número 1 en Spotify durante varias semanas, está lleno de mensajes de personas abrumadas por el estrés y necesitadas de un ritmo más humano.

Ese aluvión de experiencias le confirmó algo que ya intuía: necesitábamos un puente entre la ciencia y la vida real. Y así nació su libro, pensado para recordarnos que nuestro cerebro evolucionó para ritmos naturales, no para pantallas infinitas ni jornadas sin descanso. El mensaje es claro: «Cuando nos alejamos de la naturaleza, algo dentro se desajusta».

¿Para qué queremos piernas si pasamos horas sentados? 

«Vivimos con un cerebro prehistórico en un mundo que cambia más rápido de lo que nuestra biología puede seguir. Estamos hechos para movernos, pero pasamos horas sentados. Estamos diseñados para experiencias sensoriales reales, pero vivimos rodeados de información abstracta. Estamos programados para la conexión humana, pero muchas veces nos sentimos solos en medio del ruido social», reflexiona.

Este desajuste no nos hace débiles. «Nos hace vulnerables. Reconocerlo es el primer paso para rediseñar nuestra vida de una forma que respete lo que somos por dentro», añade.

El verde para reducir el ruido mental

Pasar tiempo en entornos naturales reduce la rumiación mental, reduce el estrés y mejora la atención y la memoria de trabajo. «Incluso escapadas breves ayudan a disminuir la fatiga cognitiva», asegura Bariselli.

Los famosos fractales naturales —esos patrones que se repiten en hojas, olas, nubes— se procesan sin esfuerzo y producen un efecto calmante inmediato. «Es como si la naturaleza hablara el idioma nativo de nuestro cerebro, actuando como un suave regulador del sistema nervioso. Y cuando la naturaleza nos tranquiliza, también nos abre emocionalmente a los demás. Bariselli lo resume así: «Al regular el sistema nervioso, la presencia y la empatía aumentan. Caminar juntos entre árboles reduce tensiones, baja las defensas internas y crea una sensación de humanidad compartida. La naturaleza une, repara y recuerda que formamos parte de algo más grande que nosotros».

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