Dejad que los niños se aburran (y ensucien)
18 DE NOVIEMBRE DE 2025 / 14:00
Los niños necesitan moverse, ensuciarse, aburrirse y dejar volar la imaginación. Entre pantallas, deberes y agendas repletas de extraescolares, cada vez es más difícil que tengan tiempo
Montse Erostarbe
Psicóloga de la Unidad de Neuropediatría de la Clínica Universidad de Navarra.
Ni Wi-Fi, ni tutoriales. Solo el viejo truco de saltar hasta cansarse. Foto: Pexels
Los niños necesitan moverse, ensuciarse, aburrirse y dejar volar la imaginación. Sin embargo, entre pantallas, deberes y agendas repletas de extraescolares, cada vez es más difícil que tengan tiempo para jugar sin estructura. Y ese juego libre infantil no es solo cuestión de ocio: es clave para su neurodesarrollo y construcción del autoconcepto.
Trepar a un árbol, construir una cabaña o inventar un juego sin adultos que dirijan la actividad son experiencias que estimulan la creatividad, la autonomía y la confianza. No se fortalece solo el cuerpo, también lo hace el cerebro.
El movimiento libre favorece la expresión corporal y emocional, y permite ir conociendo sensaciones físicas. No se trata solo de hacer deporte, sino de relacionarse con elementos ajenos a nosotros, explorar el entorno y crear sin guión. Estos momentos son esenciales para el neurodesarrollo y para que los niños puedan construir un autoconcepto sano de sí mismos.
Cuando experimentamos en primera persona pequeños dolores, como rasparnos las rodillas, podemos comprenderlos mejor y aprender a manejarlos. Una vez que el dolor pasa, haberlo vivido y superado nos ayuda a formarnos una idea más precisa de su verdadera magnitud. Esto, a su vez, nos permite no anticipar en exceso futuros malestares y, probablemente, afrontar situaciones similares con mayor confianza.
Este conocimiento no se aprende de igual manera con el aprendizaje vicario o por observación, que podría darse en los dispositivos digitales. Aprender a través de este método a cómo manejar el dolor resulta difícil incluso para los adultos, aunque algunas personas puedan conseguirlo.
Durante los años de pandemia, el uso de herramientas digitales se disparó en las aulas. Ordenadores, tabletas y plataformas online se convirtieron en aliados indispensables para mantener el aprendizaje y la evaluación académica a distancia. Sin embargo, con el paso del tiempo y gracias a la evidencia acumulada, empieza a tomar fuerza un movimiento en sentido contrario: la vuelta a lo analógico.
Cada vez más colegios, incluidos muchos concertados y privados, se están sumando a esta tendencia, apostando de nuevo por el libro de texto en papel y las actividades a lápiz, en busca de un aprendizaje más consciente y menos dependiente de las pantallas.
Algunos centros del país han ido un paso más allá: los alumnos guardan sus móviles en fundas con candado electrónico durante la jornada. En psicología, esas prácticas se llaman “medidas de control de estímulos”.
Es posible que en un principio a los alumnos les cueste aceptar esta dinámica y suponga cierta irritabilidad y malestar entre ellos. Sin embargo, si todos los profesores se mantienen constantes en esta estrategia en el tiempo, entonces sí puede ser una medida que ayude a que los alumnos acepten la nueva situación, con la consecuencia de que se distraerán menos con el móvil y les permita estar más conectados con sus amigos y con lo que ocurre en el aula, en los pasillos y en el patio en general.
Ya sabemos que el tiempo que los padres pasan frente a las pantallas está estrechamente relacionado con el que también dedican sus hijos. Por eso, como adultos responsables, es fundamental ejercer una crianza coherente y exigir a nuestros hijos aquello que también practicamos. Predicar con el ejemplo no solo refuerza nuestro mensaje, sino que además nos facilita poner normas y establecer límites claros sobre el uso de las pantallas.
Una buena forma de empezar es dedicar un momento a autoobservarnos: cuánto tiempo pasamos frente a los dispositivos, de qué manera los usamos y, sobre todo, cómo lo hacemos delante de nuestros hijos. Esta mirada honesta nos permite tomar conciencia del modelo que estamos ofreciendo y, si es necesario, ajustar hábitos para ganar en autocontrol.
Quizás aún no somos del todo conscientes de la cantidad de automatismos que nos llevan a mirar el móvil sin motivo o de la costumbre de llevarlo siempre encima y encendido. También conviene detenernos a observar cuántas veces el móvil se interpone en una conversación o en un momento de juego con nuestros hijos.
El primer paso, sin duda, es hacer una reflexión sincera sobre si realmente estamos dando el ejemplo que queremos transmitirles. Cuando ese cambio nace de una decisión personal y consciente, las medidas y recomendaciones dejan de sentirse como imposiciones: se convierten en elecciones propias, sostenibles y coherentes en el tiempo.
Montse Erostarbe Psicóloga de la Unidad de Neuropediatría de la Clínica Universidad de Navarra. Colaboradora del Máster en Intervención Educativa y Psicológica de la Universidad de Navarra. También es escritora de cuentos infantiles, como Juego sin móvil o Ya no me aburro.