
Ir de víctima por la vida puede ser señal de que buscas validación de los demás. Pero te puede salir mal. FOTO: Cottonbro / Pexels.
Las exageraciones cansan
Adictos al drama: por qué hay quien reacciona a todo como si el mundo se fuera a acabar
La adicción al drama y el victimismo constante puede provocar empatía, pero tarde o temprano acaba en conflicto. Y agota a todos
Por Paka Díaz
23 DE OCTUBRE DE 2025 / 14:00
Adoptar el papel de víctima y centrarse en lo negativo que nos rodea puede parecer una vía para obtener empatía, pero suele provocar conflictos, agotamiento emocional y un aislamiento cada vez mayor. Es lo que pasa cuando tienes adicción al drama como forma de interactuar con lo que te rodea. El doctor Scott Lyons, autor de Adictos al drama, coach ejecutivo y consultor en bienestar, señala que «vivimos en una época donde el conflicto, la intensidad y la crisis parecen formar parte del paisaje cotidiano». Pero, ¿qué ocurre cuando el drama acaba por ser algo a lo que necesitas engancharte?


El drama, esa droga emocional
Esa búsqueda constante de crisis obedece a una pulsión más profunda: la necesidad de sentir que nuestro sufrimiento importa, de recibir validación en forma de atención, emoción, reconocimiento. Según el Lyons, «el drama es la vida con las partes aburridas eliminadas. Se concentra la máxima emoción».
Lo malo es que no solo implica cierto gusto por lo intenso, sino una estrategia adaptativa frente al dolor latente. «La adicción al drama es una estrategia evitativa que nos ayuda a mantener distancia del dolor y el trauma subyacente», explica. En otras palabras, cuando el mundo interno duele o se silencia, el drama actúa como un estimulante: nos recuerda que estamos vivos, que importamos.
La obsesión por que todo salga mal
Lyons identifica diversas señales que permiten detectarlo. Primero, la falta de control de la realidad externa, que hace que nos sintamos desbordados.
Quien tiene tendencia al drama, lo vive en una intensidad permanente. «Es una urgencia constante por estar en un estado emocional elevado. Sin ella te sientes mal», apostilla. Además, se tiende a reaccionar en siempre de forma desproporcionada. «La persona piensa que nadie puede sostenerla o ser su cómplice emocional», aclara. Por eso se siente una inquietud persistente. Siempre parece que algo va a salir mal. Es vivir en una tensión anticipatoria.
Esto provoca de forma simultánea un entumecimiento emocional y una sobreestimulación sensorial. Mucho y nada a la vez. El resultado de tanta agitación es una disociación que tiene repercusiones físicas. Lyons advierte que esta adicción a las emociones fuertes puede «desencadenar fatiga crónica, trastornos autoinmunes, dolores articulares o musculares. Se explica porque sustenta constantemente un estado de alerta interna». En ese estado, la adicción al drama se convierte en un medicamento. Una dosis emocional extrema que reanima los circuitos apagados por el dolor que provoca.
El espíritu dramático se contagia
Adoptar el drama como forma de vida refleja, según Lyons, una necesidad de validación. «Hace sentir que el sufrimiento es visto, que alguien nos escucha, que nuestro dolor merece atención. No hacerlo se consideraría, por el contrario, indiferencia», explica el médico.
Lyons confiesa que él mismo fue rey del drama y que lo usó como herramienta para forzar empatía. Por eso advierte que el drama es contaminante, ya que activa neuronas espejo y provoca resonancia emocional en quienes nos rodean. «El estrés es el sentimiento más contagioso que tenemos. Cuando estás cerca de alguien adicto al conflicto, se produce una respuesta fisiológica en tu cuerpo», comenta. Además, el drama no circula en el vacío, sino que en las relaciones genera entrar en bucles que desgastan y que erosionan los límites.
Del drama también se sale
Para superar esta adicción al drama no basta con suprimir lo que genera conflicto. Hay que pasar por un proceso de desenganche gradual hacia la vulnerabilidad. A través de prácticas somáticas, meditación y ejercicios introspectivos, insta a reconocer el trauma no resuelto, a conectar con necesidades no atendidas y a construir relaciones estables como sostén emocional.
Un paso clave es aprender a asentarse en la calma. El drama adictivo rechaza el reposo interior porque lo experimenta como inseguro. Pero precisamente, cultivar estados de quietud y presencia interior abre la posibilidad de escuchar el dolor que antes se negaba. Lyons sugiere también redefinir los picos emocionales como una trampa. «Cuando alguien deja de alimentar su drama, suele sentir vacío. Ese ese vacío no debe rellenarse con una nueva crisis, sino con aceptación y conexión gradual con la vida ordinaria», sugiere.
Si no eres Shakespeare, no montes dramas
Ser del team drama es, en primera instancia, una maniobra desesperada de validación. Con el conflicto se reclama atención, se valida el dolor y se anhela sentir que uno importa. Pero ese camino es insostenible, porque acaba por agotar al que lo sufre y a su entorno.
La clave no es borrar la intensidad emocional, que es parte inherente de la condición humana, sino reconocer sus fuentes y desactivar ese automatismo adictivo. «El drama es el estímulo, el medicamento para sentirnos vivos frente al entumecimiento del mundo interno y externo», explica Lyons. Pero esa medicina se paga con desgaste emocional y físico. Por eso es tan importante buscar autovalidaciones menos explosivas, pero más auténticas. Como dicen algunas camisetas ‘deja de montar dramas, que no eres Shakespeare’.
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