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Los dispositivos de uso doméstico tienen sus virtudes: son prácticos, seguros y permiten mantener los resultados entre sesiones profesionales. Pero no llegan —ni pretenden llegar— al nivel de precisión y profundidad de una cabina. Foto: Unsplash / WeLife

Cuando el autociudado tiene enchufe

Masajeadores faciales: lo que hacen, lo que dicen que hacen y lo que tú crees que hacen

La cosmética se alía con la tecnología para colarse en tu cuarto de baño. ¿Hasta dónde llegan estos aparatos?

Por Silvia Capafons

6 DE AGOSTO DE 2025 / 14:02

Seguramente hayas oído hablar —o incluso tengas ya en casa— alguno de esos dispositivos o masajeadores faciales que prometen iluminar el rostro, difuminar las líneas de expresión o tonificar los músculos faciales. Desde los más populares, como los de luz LED, hasta los que funcionan con microcorrientes, corrientes galvánicas, vibración o radiofrecuencia, lo cierto es que la tecnología de belleza ha dado el salto al cajón del cuarto de baño. Y lo ha hecho con fuerza. Hoy bastan apenas unos minutos al día para darle un plus a la rutina cosmética sin necesidad de pasar por cabina. O al menos, esa es la promesa.

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«Estos dispositivos han sido diseñados para reforzar y mantener los resultados de los tratamientos profesionales, pero también para aquellas personas que quieren prevenir y cuidar su piel desde casa de forma constante», explica Diana Montoya, especialista en estética y fundadora del centro homónimo. ¿Cómo lo hacen? Utilizan tecnologías como el calor, la luz, la vibración o la estimulación eléctrica para inducir procesos naturales en la piel: «Estimulan el colágeno, mejoran la firmeza, afinan la textura y ayudan a redefinir los contornos faciales», resume.

Pero —y esto no conviene olvidarlo— que estén de moda no significa que valgan para todo el mundo ni para cualquier piel. «Lo más importante es partir de la premisa de que cada piel es única. Su uso debe ser siempre prudente y personalizado. Y la elección debe estar guiada por un profesional, ya que no todas las tecnologías son aptas para todos los tipos de piel ni para todas las sensibilidades cutáneas». Como en casi todo en cosmética: lo que le va bien a tu amiga, no tiene por qué funcionarte a ti.

La clave no está solo en tener un masajeador facial, sino en saber si tu piel lo necesita (y cómo usarlo sin hacerle un roto)

La democratización de la tecnología estética tiene una cara B: el mal uso. Que algo esté disponible no significa que debamos usarlo sin criterio. «El uso doméstico de estos aparatos requiere seguir a rajatabla las instrucciones y evitar exceder la frecuencia recomendada», insiste Montoya. De lo contrario, pueden aparecer efectos secundarios —normalmente leves— como irritación, deshidratación o sensibilidad aumentada.

Por eso, lo ideal es empezar con una valoración profesional: conocer el estado real de la piel y sus necesidades es el primer paso para acertar en la elección del dispositivo. No se trata de comprar por impulso, sino de invertir con cabeza. O con cara, mejor dicho.

Los beneficios reales: mejor circulación, más colágeno, menos arrugas… y activos que sí penetran.

Más allá de la aparatología, lo interesante es lo que pasa en la piel. Estos gadgets actúan como potenciadores: aumentan la microcirculación —lo que mejora el flujo sanguíneo y la oxigenación—, y eso se traduce en una piel más fresca, luminosa y con mejor tono. Además, favorecen la penetración de activos cosméticos, como serums o cremas, lo que multiplica su eficacia. También estimulan la producción de colágeno y elastina, reducen líneas de expresión, tonifican la musculatura facial, afinan la textura, calman rojeces y disminuyen la inflamación. En definitiva, ayudan a que la piel se comporte como una versión mejorada de sí misma. Pero —aviso a navegantes— todo esto sucede cuando se usan con regularidad, con la técnica adecuada y adaptados a la piel concreta.

Luz LED, vibración, microcorrientes, radiofrecuencia… Un repaso claro y sin promesas mágicas.

Diana Montoya resume los tipos de masajeadores faciales más comunes:

  • Luz LED: Emplea distintos colores que la piel absorbe como fuente de energía para estimular su regeneración. El rojo activa la producción de colágeno y mejora las arrugas; el azul tiene efecto calmante y antibacteriano (ideal para pieles acneicas); y el verde ayuda a unificar el tono y aporta luminosidad. Cada color, una función.

  • Corrientes galvánicas: Utilizan una corriente eléctrica de baja intensidad para limpiar en profundidad y facilitar la penetración de principios activos. El resultado: más hidratación, oxigenación, firmeza, y una piel más viva.

  • Vibración: A través de impulsos mecánicos, mejora la circulación, el drenaje linfático y la relajación muscular. Aporta tonificación y revitalización, aunque no es recomendable en casos de rosácea activa o sensibilidad extrema.

También hay otras opciones, como la radiofrecuencia facial, los cepillos sónicos de limpieza, los rodillos con microagujas, los dispositivos de crioterapia o la tradicional (y muy de moda) piedra Gua Sha. «Cada vez hay una gama más especializada porque el cuidado facial se ha sofisticado, y el cliente ya no busca un ‘todo en uno’, sino soluciones ajustadas a su piel», explica Montoya.

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Los dispositivos domésticos son aliados, pero no sustitutos. Para cambiar la piel, hay que ponerse en manos expertas.

Los dispositivos de uso doméstico tienen sus virtudes: son prácticos, seguros y permiten mantener los resultados entre sesiones profesionales. Pero no llegan —ni pretenden llegar— al nivel de precisión y profundidad de una cabina. «En los centros estéticos se emplean equipos con mayor potencia y tecnología avanzada. Además, el especialista ajusta cada protocolo según la respuesta cutánea, lo que garantiza seguridad y resultados más duraderos», apunta Montoya. En resumen: en casa se puede cuidar, pero para transformar, hay que ponerse en manos expertas.

La piel también sabe cuándo la escuchas

Los dispositivos de belleza no son magia, pero sí herramientas útiles si se emplean con cabeza, constancia y criterio. No harán en tres semanas lo que no ha ocurrido en tres años, pero pueden ayudar a que la piel se sienta acompañada, sostenida, atendida. Al final, lo importante no es tanto el aparato como la forma de relacionarnos con el espejo: con menos prisas, con más conciencia. Porque en un mundo que pide resultados exprés, quizás lo más revolucionario sea dedicarle cinco minutos más… y tocarnos la cara como quien se da las gracias.

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