
Nada de reprimir las emociones. Es malo para la salud mental y complica mucho las digestiones. FOTO: Cottonbro / Pexels.
Lo que el cuerpo se traga
Hay emociones que hinchan como los gases
No siempre es lo que comiste. A veces, la pesadez viene de lo que callas, y el cuerpo lo dice a su manera
Por Paka Díaz
12 DE NOVIEMBRE DE 2025 / 07:30
La hinchazón no son solo gases porque algo te ha sentado mal. cada vez hay más evidencia de la relación entre esa hinchazón y las emociones. Así lo recalca la especialista en salud digestiva Inma Borrego: muchas de las molestias intestinales que padecemos tienen su raíz en emociones reprimidas, en esas palabras que no decimos y que el cuerpo termina gritando a su manera. Igual que dormir ayuda a nuestra microbiota, también lo hace conectar con nuestras emociones y soltarlas.
«La conexión entre el cerebro y el intestino no es simbólica, sino totalmente real y constante», explica Borrego. Esa comunicación fluye principalmente a través del nervio vago, «una especie de autopista de doble sentido: lo que piensas y sientes influye en cómo digieres. A la vez, lo que pasa en tu intestino también afecta a tu estado de ánimo».
Microbiota, hinchazón y emociones
Graduada en Fisioterapia, Inma Borrego se formó en psiconeuroinmunología clínica y microbiota humana para comprender la colitis ulcerosa que sufría. Hoy es experta en salud digestiva y acaba de publicar Lo que tu mente calla, tu intestino lo grita (Zenith). En él señala las conexiones entre reflujo o hinchazón con las emociones.
«Cuando no expresas lo que sientes, o vives haciendo una cosa pero sintiendo otra, tu sistema nervioso se tensa. Entra en modo alerta, se activa el eje del estrés y sube el cortisol», señala la experta. Cuando eso ocurre, el cuerpo interpreta que hay peligro y produce menos enzimas, ralentiza el tránsito intestinal y altera el equilibrio de la microbiota. El resultado es hinchazón, gases, digestiones pesadas, estreñimiento o diarrea.
Si esa tensión emocional se mantiene en el tiempo, el intestino se inflama y la barrera intestinal se debilita, lo que aumenta las intolerancias y las molestias. «Lo emocional no es algo abstracto. Es físico. Lo que no dices, el cuerpo lo acaba expresando», resume Borrego.
Cuando tu cuerpo habla por ti
En su consulta, Borrego constata que «las personas más rígidas o perfeccionistas tienden a tener intestinos igual de tensos. Las que viven tragando lo que no dicen, acaban literalmente sin poder digerirlo», subraya.
La experta observa que muchos síntomas empiezan tras momentos de cambio o pérdida: una ruptura, una mudanza, una etapa de estrés. «El intestino no solo digiere comida: también digiere emociones, decisiones y responsabilidades», apunta. De ahí que sea tan importante escuchar el cuerpo en vez de silenciarlo. «Lo que no se dice, el cuerpo lo cuenta a su manera», alerta la experta. Emociones e hinchazón van de la mano, lo que se se suelta por un lado, acaba atascando por otro.
Cómo afecta reprimir emociones a la salud digestiva
Decir lo que uno siente, o incluso gritarlo, puede parecer un consejo poco convencional para mejorar la digestión. Pero la ciencia lo respalda. «Sabemos que reprimir las emociones altera la biología del cuerpo», afirma Borrego. Las personas que tienden a tragarse sus emociones presentan niveles más altos de proteína C reactiva e interleucina-6, dos marcadores clásicos de inflamación. Por el contrario, quienes expresan o procesan mejor sus emociones muestran un intestino más equilibrado y menos inflamación.
«La expresión emocional activa el nervio vago y ayuda al cuerpo a volver a un estado de calma fisiológica», añade la especialista. Prácticas como hablar, escribir o simplemente respirar profundo ayudan a reducir la inflamación y a mejorar la motilidad intestinal. Cuando se trabaja en las emociones, a través de terapia, mindfulness o escritura emocional, los marcadores inflamatorios bajan y mejoran los síntomas digestivos.
El sistema nervioso como un semáforo
Muchas personas viven con el estómago contraído sin darse cuenta. «El cuerpo simplemente se acostumbra a vivir a la defensiva», explica. Cuando el estrés se convierte en un estado permanente, el organismo entiende que estar en alerta es lo normal. Pero hay una buena noticia: el sistema nervioso puede reentrenarse. «Tiene memoria, pero también plasticidad», dice Borrego. Ella usa una metáfora sencilla: «Cuando estás en rojo, el cuerpo está en alerta; en ámbar, intenta aguantar. Pero solo en verde puede digerir, reparar y descansar. El problema es que muchos llevan tanto tiempo en rojo que ya ni recuerdan cómo se sentía estar en verde».
Reentrenar al sistema nervioso no requiere grandes cambios, sino constancia. Respirar más despacio, comer sin pantallas, hacer pausas reales, dormir bien o reír son gestos que envían señales de seguridad al cuerpo. «Eso también entrena al sistema nervioso. Y el intestino lo nota», asegura. », asegura.
El intestino emocional
El intestino posee su propio sistema nervioso y fabrica la mayor parte de la serotonina del cuerpo. Además, las bacterias intestinales producen sustancias como el GABA, que influyen directamente en la calma mental. «Lo que pasa en tu intestino cambia tu cerebro… y lo que pasa en tu cabeza cambia tu intestino», resume Borrego.
La experta cita estudios de neuroimagen que muestran cómo la microbiota intestinal afecta al cerebro. «Cuando se modula la microbiota con probióticos, cambian los patrones de activación en regiones cerebrales que gestionan las emociones, como la amígdala o la ínsula», explica. También se ha visto que trasplantar microbiota de personas con ansiedad o depresión a animales provoca en ellos los mismos rasgos emocionales.
El nervio vago al rescate
El nervio vago es la pieza clave de esta conexión. Este sistema nace en el tronco cerebral y baja hasta el abdomen, por lo que conecta cerebro y órganos digestivos. «Lo curioso es que el 80 % de sus fibras van del intestino al cerebro, no al revés», explica Borrego. En realidad, es el cuerpo quien le habla al cerebro.
Cuando el nervio vago está activo, el cuerpo entiende que puede descansar y digerir. Pero si el estrés lo bloquea, el mensaje cambia a alerta de peligro, y la digestión se interrumpe o ralentiza. Afortunadamente, este nervio se puede entrenar con ejercicios sencillos: respiración diafragmática, canto, risa o exposición al frío moderado. «El nervio vago no se activa con esfuerzo, sino con confianza. Cuanto más seguro se siente el cuerpo, más se atreve a digerir, y a descansar», resume la fisioterapeuta.
Cómo soltar las emociones
Para quienes sienten vergüenza o miedo de expresar emociones, Borrego recomienda empezar poco a poco. Además de estimular el nervio vago, sugiere tomarlo con calma. «Hay personas que aprendieron que mostrar lo que sentían no era seguro. Forzarse solo genera más tensión». advierte. Por eso en vez de apresurarse aconseja crear entornos de seguridad. Por ejemplo empezar por escribir lo que no puedes decir, llorar a solas o respirar sin prisa.
Cuando el cuerpo ya percibe que puede estar en calma sin que pase nada malo, entonces las palabras llegan solas. No hay que empujar la emoción, hay que acompañarla. Y con esa calma recuperada, también vuelve el equilibrio digestivo. Porque, como repite Borrego, «cuando el cuerpo aprende que puede estar tranquilo, la digestión, y la vida entera, cambian de ritmo».
- TEMAS
- EMOCIONES
WeLife hoy
Juguetes sexualesHinchazónClínicas longevidadRosalíaRunningSiguenos :)