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El kinstugi es un arte milenario que nos hace apreciar el pasado y la belleza de las heridas

El kinstugi es un arte milenario que nos hace apreciar el pasado y la belleza de las heridas. / Unsplash

Mente

Kintsugi, la filosofía japonesa que rinde homenaje a las cicatrices de la vida

La técnica milenaria del kintsugi permite mostrar la belleza de la imperfección y de las heridas vitales, aceptando las experiencias negativas como oportunidades para brillar y fortalecernos.

Por Tamara Izquierdo

15 de septiembre de 2022 / 07:11

Kintsugi es un arte que consiste en reparar objetos de cerámica con oro o plata líquida dándole a la pieza una segunda vida en la que se resaltan sus “heridas” y haciendo de ella un elemento único e irrepetible. De esta técnica se extrae una filosofía de vida que celebra la experiencia vital, dando luz a las cicatrices, desterrando miedos e inseguridades, sanando las heridas aportando belleza y una nueva dimensión a nuestro ser. Como cada ser humano, cada pieza no se rompe de la misma forma, por lo que el resultado del trabajo de reparación nunca va a ser igual, de ahí su auténtica belleza, un regalo único que nos recuerda que de una experiencia negativa podemos salir fortalecidos y con un precioso aprendizaje que nos transforma y que moldea nuestro camino.

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La historia del kintsugi

Hace muchos años, en el siglo XV, el shogún (militar que representaba al emperador en el Japón clásico) Ashikaga Yoshimasa, mandó a China dos tazones de té para que fueran reparados. Cuando regresaron las piezas, habían sido torpemente ensambladas con unas grapas de metal que hacía que los tazones lucieran a la vista peor que rotos porque se habían convertido en piezas de gran fealdad. A Yoshimasa, obviamente, no le gustó nada el resultado por lo que buscó a unos artesanos japoneses que arreglaran. Estos artistas lo que hicieron fue mezclar laca con polvo de oro, dándoles a la piezas una segunda vida y una nueva belleza y singularidad. El señor feudal quedó muy satisfecho al ver que el pasado de estos objetos era tratado con tanta delicadeza y respeto.

La palabra “kintsugi” une las palabras “oro” y “arreglo” por lo que vendría a traducirse como “arreglo de oro” o “parche de oro”. Esta técnica milenaria cuenta con una doble lectura al equipara al ser humano con las piezas que se rompen y que renacen llenas de luz y belleza al afrontar las adversidades que la vida les plantea. Así nace una filosofía que homenajea las cicatrices que dejan las heridas que sufrimos a la largo de nuestra existencia. Una metáfora que expresa la importancia de la resilencia, la fortaleza humana y el valioso aprendizaje que nos brindan las adversidades.

Si quieres profundizar en la historia y la técnica del kintsugi te recomendamos el libro de Céline Santini: Kintsugi, el arte de la resilencia (Libros Cúpula).

libro kintsugi
El libro de Santini es práctico e inspirador. / Libros Cúpula

La belleza de las cicatrices

El tiempo es inexorable y aquello que nos marca pasa a formar parte de nosotros. La filosofía kintsugi aboga por mostrar con orgullo las cicatrices, como un elemento embellecedor, no algo de lo que avergonzarse y que hay que ocultar. Cada herida es un nuevo paso, un nuevo logro, algo nuevo aprendido, nunca nacen en vano y por eso hay que celebrar la huella que dejan en nosotros, porque, para bien o para mal, forman parte de nuestra historia.

La técnica del kintsugi consiste en unir las piezas mediante un tipo de laca llamado urushi, que proviene de la resina del árbol urushi, mezclada con polvo de oro, plata o platino con un pincel de especial de kebo o makizutsu. Cuando se termina la reparación, la pieza luce en todo su esplendor, con sus brillantes cicatrices, como si ya no fuera la misma, como si fuera una versión mejorada porque la ruptura no es necesariamente el final. En este arte japonés el arreglo otorga un nuevo valor a la pieza, esto hace que incluso se consideren más valiosas las piezas reparadas que las que nunca se han roto. La experiencia en este caso sí que es un grado.

El kintsugi resalta la belleza de las cicatrices.
El arte del kintsugi otorga un nuevo valor a la pieza. Incluso mayor del que tienen las que nunca se han roto. / Unsplash

El aprendizaje de la herida

Vivimos en una sociedad de consumo donde el reemplazo está a la orden del día. Buscamos novedades, lo fácil, no enfrentarnos muchas veces a los problemas, así tirar a la basura objetos, relaciones, tapar emociones… se ha convertido en algo habitual. El kintsugi viene a decirnos que hay que valorar lo que tenemos, celebrar el pasado, darle luz verde a nuestro crecimiento personal, viniendo de forma más sana y consciente. Nuestras experiencias, también las negativas, van modelando y estructurando nuestra personalidad y guiando nuestros pasos. ¿Por qué no intentar aprender de las heridas? ¿Arreglar las cosas en vez de tirarlas y reemplazarlas? ¿Por qué no dar más cabida a segundas oportunidades? ¿Por qué no estar orgullosos de nuestras cicatrices? Son un símbolo de vida y de aprendizaje.

«La paciencia y el resurgimiento son las claves de este bello arte japonés»

Esta filosofía nipona nos enseña a aceptar el daño como algo de lo que no hay que avergonzarse ni ocultarlo. Aprender de las heridas debería hacer que luciéramos nuestras cicatrices con satisfacción. ¿Por qué no lo hacemos en Occidente? Tenemos mucho que integrar de esta maravillosa filosofía del país del sol naciente.

Si quieres iniciarte en el arte japonés del kintsugi, tienes disponibles kits de iniciación muy completos con los que aprender fácilmente esta técnica milenaria.

kit reparación kintsugi
Kit de reparación kintsugi básico con polvo dorado.

Ojalá pudiéramos dejar de camuflar el dolor y aceptarlo como una enseñanza, sin ocultar defectos, sin mantener siempre el tipo y la sonrisa, mostrando que nuestra fragilidad es bella, que es vida, que nuestra vulnerabilidad es humana. La paciencia y el resurgimiento son la clave en este bello arte japonés, una forma de superación alejada de las prisas y que invita a amarnos como somos, con nuestras grietas, con nuestros desperfectos, con nuestras heridas y con nuestros cambios constantes. Como seres únicos e irrepetibles que somos.

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