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NO TE PIERDAS Dormir sin dar vueltas: ejercicio de 2 minutos para soltar el run-run mental

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mosaico de una mujer mostrando múltiples expresiones faciales que simbolizan la conexión entre emociones y digestión

Todas las caras de un mismo día: así de rápido viajan las emociones del cerebro al intestino. Foto: Olly / Pexels

Por qué nos duele la barriga por nervios

Del enfado al ardor: el eje intestino-cerebro en plena faena

Cuando la emoción aprieta, el estómago responde: nudos, ardores y retortijones son la letra pequeña del eje que une cabeza y tripas

Por María Corisco

22 DE SEPTIEMBRE DE 2025 / 17:00

Un disgusto que se te atraganta, un enfado que te revuelve las tripas, una mala noticia que te pone un nudo en el estómago. Son expresiones cotidianas que pueden sonarte a metáforas, pero que tienen una base biológica real: el intestino y el cerebro están profundamente conectados. Y no solo a través del nervio vago, que transmite señales en ambas direcciones, sino también mediante mensajeros químicos, hormonas y la microbiota. Lo que los expertos llaman el eje intestino cerebro.

Esta relación, conocida como el eje intestino-cerebro, es una autopista bidireccional por la que circulan emociones, pensamientos, sustancias y sensaciones físicas. Lo que vives, lo que piensas y lo que sientes no se queda en la cabeza: también se somatiza. Y afecta a las tripas.

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Todo pasa por las tripas

Ocurre con más frecuencia de la que imaginas. El miedo puede estrechar el estómago. El estrés sostenido puede causar diarrea o estreñimiento. La ansiedad puede inflamar. Un trauma no resuelto alterna nuestra microbiota. «Lo que no se expresa emocionalmente, muchas veces se termina manifestando físicamente, especialmente en el aparato digestivo», explica Inma Borrego, especialista en salud digestiva y autora del libro Lo que tu mente calla, tu intestino lo grita (Ed. Zenith). «Reprimir emociones, no afrontar lo que te inquieta o tragarte palabras y situaciones difíciles puede acabar, literalmente, pasándote factura. Cuando algo no se digiere emocionalmente, tampoco se digiere bien físicamente».

La clave está en que el sistema digestivo no solo se encarga de procesar los alimentos, también recibe, interpreta y reacciona ante lo que vivimos. Sientes mariposas en el estómago al enamorarte, náuseas ante una escena violenta o un nudo en el estómago cuando estás angustiada. No es casualidad, explica la experta: «Las neuronas intestinales responden a lo que ocurre en el cerebro. Si ese cerebro guarda silencios dolorosos, conflictos sin resolver o emociones reprimidas durante demasiado tiempo, el intestino empieza a hablar. A veces con síntomas difusos. Otras, con enfermedades concretas. Pero siempre con un mensaje: algo no está bien y necesita atención».

El intestino, un chivato que nunca miente

Para Borrego, no hay duda: «El aparato digestivo lo recibe todo: problemas, conflictos, alegría, tristeza, éxitos y fracasos». Algunas de estas vivencias se digieren bien. Otras, no tanto. Y es ahí donde empieza el desequilibrio.

La experta recuerda que, por muy saludable que sea tu estilo de vida, si no gestionas tus emociones, tu cuerpo lo acabará notando. «Puedes ir al gimnasio, beber agua filtrada y tomar vitaminas, pero si no lidias con todo el lío que está pasando en tu cabeza, tu salud se va a resentir». Y subraya una idea clave: «La salud mental no está solo en la cabeza, también es física».

Muchas veces, los trastornos digestivos son solo la punta del iceberg. «Las patologías vienen para avisarnos de algo», escribe. Limitarnos a tomar probióticos o a cambiar la dieta, es quedarnos a medias. «No nos quedemos solo en los alimentos, la suplementación, el ejercicio físico o el estilo de vida, que también son muy importantes. Vayamos más allá: veamos qué estamos haciendo y qué estamos sintiendo».

Así te enferma el estrés no resuelto

El estrés puntual es una respuesta normal del cuerpo. Pero cuando se prolonga, tiene consecuencias. «El estrés crónico no solo afecta a nivel mental, también enferma físicamente. El intestino es el primer órgano que lo sufre, y tarde o temprano te lo hará saber», explica Borrego. Da igual cuál sea la causa: una discusión de pareja, una carga laboral excesiva o el miedo a no ser suficiente. El cuerpo activa las mismas alarmas. «Se liberan hormonas como el cortisol o la adrenalina. Si se mantienen elevadas durante mucho tiempo, tienen consecuencias perjudiciales».

Entre ellas, Borrego destaca:

  • Deterioro de la comunicación entre intestino y cerebro, afectando al estado de ánimo, el comportamiento, el sueño o la memoria.
  • Aumento de la permeabilidad intestinal, que permite que pasen al torrente sanguíneo sustancias que normalmente deberían eliminarse, provocando inflamación, alergias, intolerancias o infecciones.
  • Disbiosis intestinal, es decir, desequilibrio de la microbiota, que puede derivar en patologías como intestino irritable o enfermedades inflamatorias.
  • Debilitamiento del sistema inmunitario, al reducir la actividad de los glóbulos blancos y aumentar el cortisol, haciendo al cuerpo más vulnerable a infecciones, enfermedades autoinmunes e incluso cáncer.

Todo ello forma un círculo vicioso: los problemas emocionales alteran el intestino, y los problemas intestinales afectan al cerebro. «Esto te puede llevar a una espiral de miedo, a hipercontrolar lo que comes de forma patológica y a seguir empeorando», señala Borrego. Por eso insiste en que «trabajar la relajación, la gestión emocional y la toma de decisiones es tan importante como pensar lo que vas a comer cada día».

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Y tú, ¿qué puedes hacer por tu eje intestino cerebro?

Borrego defiende un enfoque integrador para sanar el sistema digestivo que tenga en cuenta lo físico, lo emocional y lo mental. Estos son algunos pasos clave para empezar a cuidar tu intestino desde dentro:

  • Escucha tus emociones. ¿Qué estás reprimiendo? ¿Qué te cuesta digerir en sentido literal y figurado?
  • Dedica tiempo a relajarte. La respiración consciente, la meditación o incluso pasear en silencio pueden ayudar a rebajar la respuesta de alerta del cuerpo.
  • Exprésate. Habla, escribe, comparte. Lo que se guarda demasiado tiempo puede terminar enfermando.
  • Busca acompañamiento profesional. Psicoterapia, terapia corporal o enfoques integrativos pueden ayudarte a liberar lo que pesa y sanar desde el origen.
  • No hipervigilies tu alimentación. Comer sano es importante, pero no lo es todo. El exceso de control puede esconder miedos no resueltos.
  • Conecta con tu cuerpo. Observa qué siente, cómo reacciona. Tu intestino no se inventa nada. Si se queja, escúchalo.
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