
Si el nutricionista te pregunta si tus flatulencias huelen a huevo podrido responde con naturalidad. Es su forma de interrogar a tu microbiota. FOTO: Freepik.
Preguntas incómodas con el nutricionista
Nada de pudor: el olor de tus gases está gritando las causas de tu hinchazón abdominal
Los médicos a veces hacen preguntas delicadas. Los nutricionistas, también. Pero tienen una buena razón y te ayudará a tener digestiones más saludables.
Por María Corisco
29 DE OCTUBRE DE 2025 / 07:30
Vas al nutricionista porque tienes hinchazón. Te esperas preguntas sobre tu peso, tus hábitos dietéticos, si picas entre horas.. No te imaginas que te va a preguntar por el olor de tus gases, así a bocajarro. Pero sucede y no es por indiscreción. Nuestras tripas tienen su propio lenguaje y, por escatológico que parezca, cuentan mucho sobre nuestra microbiota y sobre el estado de nuestro intestino. Sin necesidad de pincharte, ni hacerte radiografías. Eso sí, con un poquito de sonrojo por hablar de intimidades con un extraño.
Más allá del pudor o de la incomodidad social, «los gases intestinales reflejan cómo trabajan las bacterias de nuestro intestino. Su metabolismo genera hidrógeno, metano o sulfuro de hidrógeno. Las variaciones en su cantidad o tipo pueden indicar desequilibrios microbianos», explica la doctora Mar Sánchez, jefa de la Unidad de Microbiota de la Clínica Neogenia.
El olor da la pista
Cada tipo de gas cuenta una historia distinta. «Un exceso de hidrógeno puede ser una pista de sobrecrecimiento bacteriano (SIBO), mientras que un predominio de metano se relaciona con tránsito lento o estreñimiento». Una pregunta habitual es si esos gases huelen a huevo podrido. No es por hacerte pasar un mal rato, sino para saber si se está generando demasiado sulfuro de hidrógeno en tu interior. «Un aumento de este gas puede indicar que ciertas bacterias están fermentando proteínas en exceso o que la digestión no se está haciendo correctamente», aclara la especialista.
En realidad, los gases son el subproducto natural de un proceso fundamental: la fermentación intestinal. El problema surge cuando el número de bacterias aumenta desproporcionadamente o cuando las que quedan no trabajan bien. Pero esto ya lo intuías: en temporadas con mucho estrés, cuanto tomas antibióticos o si te atiborras a alimentos ultraprocesados, los gases cambian de volumen, frecuencia y olor. Tampoco hay que alarmarse por tener dos gases de más: la clave está en su patrón. «Si el vientre se hincha de manera persistente, hay dolor o el abdomen cambia de forma a lo largo del día, conviene buscar la causa. Hoy, las pruebas de aliento y el análisis de gases exhalados son herramientas de precisión que ayudan a identificar qué bacterias están más activas y qué tipo de fermentación predomina», aclara la doctora.
Las heces, el otro gran chivato del intestino
Cuando creías que lo peor había pasado, el nutricionista te pregunta por tus heces. Que como son, que de qué tamaño y qué textura. «Las heces muestran quién integra y cómo funciona nuestra microbiota: revelan la diversidad bacteriana, la presencia de patógenos y la producción de ácidos grasos fundamentales para el colon y el sistema inmune», explica la doctora Sánchez.
Su análisis permite saber si el cuerpo está aprovechando bien los nutrientes, si hay inflamación o si el tránsito intestinal va demasiado rápido o demasiado lento. «El color, el olor y la consistencia son señales reveladoras». Es la escala de Bristol que todos los nutricionistas muestran con gesto desinhibido ante un paciente abochornado al hablar de estos asuntos. Un tono muy claro puede sugerir problemas biliares; el negro, sangrado; la grasa flotante, mala absorción. Y aunque a menudo preferimos no mirar, los expertos recomiendan echar un vistazo antes de tirar de la cadena para obtener pistas valiosas sobre posibles desequilibrios digestivos o intolerancias alimentarias.
De la observación a la prevención
El análisis conjunto de gases y heces es hoy una herramienta de gran valor clínico. «Nos permite identificar disbiosis, SIBO y otras alteraciones funcionales para poder prescribir probióticos que restauren el equilibrio microbiano», explica Sánchez.
Con ello, los profesionales no solo mejoran síntomas como la hinchazón, las flatulencias o la fatiga, sino que actúan sobre un eje clave de la salud global. Porque el intestino no solo digiere: se comunica con el cerebro, el sistema inmunitario y el metabolismo, influyendo en nuestro ánimo, energía y capacidad de defensa frente a infecciones. La especialista recuerda que este tipo de estudios «ofrecen una visión completa del ecosistema intestinal, facilitando estrategias personalizadas y un seguimiento que ayude a mantener el equilibrio a largo plazo». En otras palabras: no se trata de eliminar todos los gases ni de obsesionarse con la perfección digestiva, sino de escuchar las señales y actuar antes de que se cronifiquen los desequilibrios.
Una razón más para tomarse la vida con calma
Si la microbiota pudiera hablar, probablemente te diría que le gusta lo sencillo: comida real, descanso, movimiento y poco estrés. La alimentación es el principal modulador: una dieta rica en fibra vegetal, legumbres, frutas y verduras de colores variados aporta el combustible que las bacterias buenas necesitan para proliferar. En cambio, los ultraprocesados, el exceso de azúcar y alcohol o los antibióticos indiscriminados pueden desordenar el ecosistema.
El eje cerebro-intestino muestra la sensibilidad de las tripas a las emociones: el estrés crónico altera su permeabilidad y su composición. Por eso, técnicas como la meditación, la respiración o el yoga se recomiendan tanto como una buena ensalada. Y sí, hay que hablarlo sin tabúes: los gases y las heces son un lenguaje biológico de alto valor diagnóstico.
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