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Ni la hamburguesa ni la aguja cuentan toda la historia. Los nuevos inyectables para adelgazar avanzan mientras el estigma sigue pesando más que el plato. Foto: Pavel Danilyuk / Pexels

El estigma del peso en tiempos de inyectables

Se inyectan millones, se callan millones: por qué pincharse para perder peso es un tabú

Ozempic y Wegovy se venden como rosquillas y mueven economías, pero casi nadie admite que se pincha. Por qué adelgazar con aguja sigue siendo un secreto incómodo

Por María Corisco

15 DE SEPTIEMBRE DE 2025 / 07:30

Los nuevos fármacos inyectables contra la obesidad como Ozempic o Wegovy se han convertido en un fenómeno global. Sus ventas crecen a un ritmo imparable y los pacientes se cuentan por millones en todos los países desarrollados. De hecho, el éxito mundial de dos de estos inyectables para adelgazar fue tan grande que el crecimiento económico de Dinamarca en 2023 dependió en gran parte de Novo Nordisk, la farmacéutica que los produce.

Sin embargo, ese boom comercial contrasta con un silencio social: pocas personas reconocen abiertamente que se pinchan.

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«Pincharse para adelgazar sigue siendo un tabú», explica la psicóloga Ana Morales, experta en nutrición emocional y autora de ‘¡Qué buena estoy! Tira las dietas a la basura y vive con salud emocional’ (Ed. La Esfera de los Libros). «Es como si las mujeres estuviéramos autorizadas a intentarlo todo -dietas, gimnasio, ayunos, yoga al amanecer…-, pero no a usar un medicamento. Pincharte se ve como hacer trampa, como si no estuvieras luchando lo suficiente».

La consecuencia es que muchas mujeres optan por vivir el tratamiento con Ozempic o Wegovy en secreto. «Deciden pincharse… pero en silencio. Si lo cuentas, te expones a preguntas, miradas, comentarios que empiezan con ‘yo, si fuera tú…’. Terminan viviéndolo como algo íntimo, con vergüenza y callan como supervivencia emocional, temiendo que, en vez de recibir apoyo, las juzguen».

Una parte importante de este juicio viene de la idea de que los fármacos como Ozempic o Wegovy son un atajo para gente sin fuerza de voluntad. Morales desmonta esta visión: «Seguimos creyendo que adelgazar es una cuestión de esfuerzo. Que todo se resume en más zapato y menos plato. Y si necesitas ayuda médica, es que no vales. Y eso no es verdad. La obesidad no es un fallo de carácter, es una condición compleja, multifactorial».

En sus consultas ve a mujeres que llevan décadas intentando adelgazar sin éxito duradero. «Han probado de todo. Se han culpado, restringido, forzado… hasta quedarse sin energía ni autoestima. Llamar ‘atajo’ a un tratamiento médico es no tener ni idea de lo que implica vivir en un cuerpo constantemente juzgado. Nadie cuestiona a quien toma medicación para la tensión o el tiroides. Pero si es para adelgazar, entonces es trampa».

¿Por qué resulta tan fácil juzgar? «Porque opinar desde fuera es facilísimo», responde la psicóloga. «Quien no ha vivido la angustia de odiar su cuerpo, de comer con culpa y sentir que fallas siempre, no sabe lo que es esto. Cuando no conoces ese infierno, todo parece cuestión de voluntad. Pero lo que falta no es voluntad: es tregua, es paz, es permiso para existir sin justificar tu talla».

Para Morales, estos inyectables para adelgazar no son una frivolidad, sino una respuesta a un sufrimiento prolongado. «Desde ahí, los fármacos no son un atajo. Son una puerta de emergencia. No es una decisión superficial, sino cargada de historia personal y de desgaste emocional».

Si se oculta, es porque decir «estoy a dieta» resulta socialmente aceptado, mientras que decir «me estoy pinchando» abre la caja de los prejuicios. «Decir que estás a dieta es un comodín social. Nadie lo cuestiona. Incluso se aplaude. Pero decir que usas un fármaco activa todas las alarmas: ¿de verdad lo necesitas?, ¿no es mejor ir al gimnasio?, ¿no te da miedo?».

Ocultar el uso de fármacos como Ozempic o Wegovy, se convierte en un escudo. «Cuando llevas años siendo juzgada por tu cuerpo, llega un momento en que no quieres justificar nada más. Además, hay algo perverso: si no adelgazas, te señalan. Si adelgazas ‘demasiado rápido’, también. Si lo haces con dieta, eres una campeona. Si lo haces con medicación, eres una floja. ¿Cómo no lo vas a ocultar?», plantea Morales.

En el centro de esta paradoja está la gordofobia. «Los inyectables para la obesidad son el elefante en la habitación. Vivimos en una cultura que ha convencido a muchas mujeres de que su valor depende del número en la báscula». Lo más doloroso es que esa crítica no solo viene de fuera. «La peor voz es la de dentro, la que aprendimos de niñas: que solo mereces respeto si cambias. Muchas mujeres se pinchan para dejar de sufrir físicamente, pero el sufrimiento emocional sigue ahí. Porque cambiar el cuerpo no borra el estigma, solo lo maquilla».

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Morales reconoce que ocultar el uso de los fármacos como Ozempic o Wegovy alimenta el estigma, aunque lo comprende. “Es una forma de autoprotección. Pero mientras sigamos escondiendo el dolor y la ayuda que necesitamos para estar bien, seguiremos creyendo que estamos solas. Y no lo estamos”.

El secretismo, advierte, también tiene un lado peligroso: «Este fenómeno se ha popularizado tanto que muchas personas lo están usando sin prescripción, comprándolo en canales dudosos o con recetas falsas. Y eso mete miedo. Porque si lo cuentas, la gente no sabe si estás bajo control médico o si te lo ha vendido el primo del vecino por Telegram. Hay tanto ruido, tanta desinformación, que al final lo más seguro parece callar. Pero estamos hablando de un fármaco, no de una infusión detox. Y si lo ocultamos todo, lo que queda es el mercado negro del silencio».