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Inclusión
La adaptación del yoga a ciertos colectivos, como el de las personas sordas, ha democratizado esta práctica ya de por sí popular, haciéndola mucho más inclusiva. Cristina González nos dice cómo lo hace.
Por Miriam Aguilar
25 de mayo de 2021 / 19:58
Si buscas “yoga para principiantes” en Google, contarás con más de seis millones de resultados con todo tipo de propuestas para comenzar esta práctica de forma sencilla y gratis. Pero a las personas sordas estos sistemas pensados para personas oyentes no terminan de encajarles, ya que tienen que estar mirando las posturas para luego imitarlas o, con suerte, conseguir algún intérprete de lengua de signos (en España conocida con las siglas LSE) que pueda explicárselas.
En España, el yoga signado es todavía una práctica novedosa y poco conocida, pero se está popularizando gracias al trabajo de personas como Cristina González López, instructora de yoga e interprete de lengua de signos. Con sus clases de yoga online en LSE ha gestado un verdadero movimiento de inclusión con el objetivo de llevar lo mejor de esta práctica a personas con discapacidad auditiva.
El método específico de Cristina y el soporte digital permiten que cualquier persona sorda, independientemente de su edad o condición física, pueda acceder a una clase de yoga como lo haría un oyente y obtener todos los beneficios que aporta.
Las clases comienzan de forma sencilla, con movimientos suaves. “Lo principal es aprender a hacer bien las posturas y evitar así el riesgo de lesión”, explica la experta. “Porque, aunque el yoga parezca inocuo, si no se realiza adecuadamente puede ocasionar tirones, molestias… Es importante darles una buena base, que los alumnos se sientan cómodos y tengan la tranquilidad de que están ejecutando los ejercicios correctamente”.
Cristina combina sus dos grandes pasiones: el yoga, que lleva practicando desde hace más de 20 años, y la lengua de signos, de la que se enamoró perdidamente al empezar a estudiar el ciclo de interpretación. “Siempre tuve vocación de ayudar y por eso estudié Trabajo Social, pero cuando aprendí el LSE tuve claro que quería dedicarme a ello, así que desde 2010 trabajo como intérprete en conferencias, congresos, clases, etc.”.
Con la visión de ambos mundos, se dio cuenta de “que este colectivo tiene muchas dificultades para acceder al mundo del yoga. Las personas sordas tienen un handicap añadido a su discapacidad: la respiración”, concreta la experta. “Las personas oyentes y hablantes cogen aire automáticamente según hablan, con una respiración que funciona de forma parasimpática. Las personas que no hablan no tienen ese control del diafragma. A ellos les cuesta mucho más respirar adecuadamente, respiran de una manera más entrecortada de forma natural. Si a los oyentes ya nos cuesta respirar bien, ellos tienen que hacer un trabajo aún mayor”.
Y ese trabajo se puede hacer perfectamente a través de las clases de yoga y del Pranayama, una serie de ejercicios respiratorios que nos ayudan a concentrarnos, relajarnos y aumentar nuestra capacidad pulmonar. “El avance que se consigue con la práctica es espectacular. Una de mis alumnas, que padecía apnea del del sueño, tras 4-5 meses de clases ha dejado de usar la máquina para dormir”. Más allá de la respiración, los alumnos de Cristina han conseguido aliviar dolores de espalda y cuello, tener más energía, menos ansiedad…
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Todo se precipitó con la pandemia. La idea de Cristina venía de antes, de hecho fue a formarse como instructora a La India para desarrollar el proyecto, y pudo hacer algunos talleres y charlas puntuales. Pero llegó el confinamiento y tuvo que reformular sus planes. Desde su Granada natal, decidió dejar a un lado la web que estaba creando para comenzar a dar clases de yoga en lengua de signos totalmente gratuitas. La comunicación ya no era una barrera, y la respuesta fue inmediata: cada día crecía el número de sus alumnos, que podían seguir este método sin problemas y obtener todos sus beneficios. Además daba consejos para reducir el nivel de estrés y llevar la situación lo mejor posible.
Ha pasado más un año desde entonces y las clases de Cristina ya son un referente. De hecho, cuenta con 3 niveles (principiante, medio y avanzado) y sesiones de lunes a viernes. La flexibilidad y proximidad que proporcionan las videoconferencias hacen de este sistema el método perfecto para seguir desde casa, siempre bajo la supervisión de la profesora, que ve a los alumnos y corrige sus posturas llegando a ser muy parecido a una clase presencial.
Practican Hatha yoga con algún que otro ejercicio complementario del Kundalini y del Flow, que es un poco más dinámico, y algún movimiento del Tai Chi. Las clases son de una hora, que suele irse a más, y comienzan siempre por la explicación que se repite varias veces para que todo quede claro. “Primero hago la postura, luego la explico marcando la respiración, luego matizo movimientos, estiramientos y cómo se reparte el peso del cuerpo y por último la hacemos juntos. Lo bueno es que antes de hacer la postura tienes toda la información necesaria, lo que permite un mayor control de la situación y mayor presencia. Como oyente, cuando haces una clase vas haciendo la postura a la vez que escuchas la explicación y muchas veces te pierdes. Yo hago las clases como me hubiera gustado que me las hubieran dado a mí, y sabiendo hasta dónde puedo llegar, para evitar lesiones”.
El tiempo de cada asana lo marca la respiración del alumno: cuentan 3, 5 o 10 respiraciones. “Les da la tranquilidad saber cuándo empiezan y cuando acaban. Más o menos todas las personas tienen un ritmo parecido y acabamos casi a la vez. Esto ayuda a que puedan cerrar los ojos. A ellos les cuesta porque pierden mucho el contacto con el ambiente exterior, pero con esta técnica es mucho más fácil”, explica Cristina. También hacen meditaciones guiadas, en este caso con secuencias: se cuenta un trozo de la historia en LSE, cierran los ojos y la visualizan con x respiraciones, vuelven a abrir los ojos y sigue la historia. La instructora suele contarles un cuento de creación propia con una moraleja relativa a temas emocionales o temas prácticos de la vida. “Cuando fui a La India vi que el yoga era otra cosa, y decidí que quería simplificar algunas cosas y hacerlas más accesibles, menos etéreas. Qué nos puede enseñar el yoga en nuestra vida cotidiana”.
Estamos seguros de que la iniciativa de Yoga en Lengua de Signos marcará la vida de muchas personas con discapacidad auditiva. Para su promotora, aportar valor a estas personas, ver lo contentos que están y cómo resuelven situaciones concretas en su día a día es la mejor de las recompensas.
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