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La neurociencia puede ayudarnos a mejorar nuestra relación con la comida. FOTO: D.R.
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El psiquiatra Judson Brewer ha creado un programa basado en la neurociencia para mejorar nuestra relación con la comida.
Por Paka Díaz
18 de septiembre de 2024 / 07:57
Tienes un desengaño amoroso y te lanzas a comerte un kilo de helado. Estás triste y abres la nevera para ver qué comer. En realidad no tienes ganas, sino un ataque de hambre emocional. Nos ocurre mucho y complica nuestra relación con la comida, generando incluso un sentimiento de culpabilidad. El psiquiatra estadounidense Judson Brewer, especializado en adicciones y autor de bestsellers, ha creado un programa de 21 días basado en la neurociencia que ayuda a mejorar nuestra relación con la comida.
Algunas de las claves que da Brewer en su libro Comer sin hambre. Por qué sentimos ansiedad por la comida son fomentar la curiosidad y la autoconciencia. “Mi principal objetivo es ayudar a la gente a abandonar el hábito de machacarse. De pensar que hay algo que no están haciendo bien porque no tienen suficiente fuerza de voluntad”, explica. También señala que otro de sus retos es “empoderarles. Para que sepan cómo funciona la mente y cambiar hábitos insanos”. Como objetivo secundario, señala su interés en lograr que “la gente aprenda a ser más amable consigo misma”. Algo también clave para mejorar tu relación con la comida.
En su libro, Brewer explica cuáles son las causas del comportamiento que nos conduce a comer sin hambre. Y recalca que, normalmente, lo hacemos para cubrir determinados estados de ánimo. “Aprendemos a comer en base a emociones, no en base al hambre. De hecho, hay un término desarrollado por científicos que estudiaban este fenómeno. Se llama el hambre hedonista”, señala, y puntualiza que “eso se ha generado porque tenemos unos mecanismos de supervivencia ancestrales. Nos servían para recordar dónde están la comida y el peligro».
Además, el psiquiatra señala que estos mecanismos “han sido secuestrados, por así decirlo, para que hagamos unas determinadas asociaciones entre la comida y los estados de ánimo”. Por eso, desde pequeños aprendemos hábitos alimentarios relacionados con determinados momentos. Por ejemplo, a comer porque estamos celebrando algo. O porque estamos enfadados, aburridos, tristes, frustrados, pero no porque tenemos hambre. “Todas esas son emociones muy importantes y primordiales en la vida, pero no ayudan a consumir calorías cuando las necesitamos”, recuerda el médico.
El autoconocimiento puede ayudarnos a mejorar nuestra relación con la comida y en el proceso de cambio de hábitos alimentarios. En su libro, Brewer explica que la curiosidad nos puede ayudar a identificar cuándo estamos comiendo por hábito y no por hambre. O por aburrimiento, de forma inconsciente o por alguna otra emoción. De ese modo, empezamos a estudiar nuestros patrones alimentarios. “También nos puede servir para sentir comprender el valor de recompensa que tiene comer sin hambre. Y lo poco gratificante que es, para desencantarnos con ese hábito y alejarnos de él”, destaca.
Además, el médico indica que la curiosidad nos puede ayudar a explorar nuevos hábitos más sanos, como consumir menos cantidad de comida o darnos cuenta de cuánta cantidad puede ser suficiente para nosotros. O cómo nos hacen sentir y qué energía nos dan los diversos alimentos y cómo afectan a nuestra salud física y mental. Por eso, recalca “la curiosidad es importante en todos los aspectos relacionados con cambiar hábitos, desde mapearlos, hasta descubrir nuevas relaciones con la comida”.
El doctor Brewer ha creado un programa de 21 días basado en la neurociencia para mejorar nuestra relación con la comida. De él destaca que los beneficios que se pueden lograr son tanto físicos como mentales. “Enseguida podemos empezar a ver cómo cambia nuestro estado de ánimo, si nos cambia el humor menos a menudo, o nos cambia siempre para mejor”, destaca a corto plazo. A largo plazo señala que se alcanzan beneficios físicos como, por ejemplo, los niveles de energía, cambios también en la fisiología.
El médico destaca que si los hábitos son buenos se puede dormir mejor, descansar mejor y otros beneficios como la reducción de la presión sanguínea. Para mejorarlos, ha “abandonado un enfoque no neurocientífico basado en la fuerza de voluntad, para abordar un enfoque neurocientífico basado en la ciencia, en datos científicos, en investigaciones”. Todo, para romper esos malos hábitos. “Hemos investigado con esta metodología para demostrar el impacto que tiene utilizar la consciencia, aprovechar los mecanismos de cambios conductuales en el cerebro para mejorar la relación con la comida», cuenta.
El programa de 21 días que ha desarrollado Brewer consiste en una serie de herramientas pragmáticas basadas en la neurociencia, y que luego han estudiado clínicamente, en su laboratorio y en su clínica, para demostrar cuáles son los motores de los cambios de comportamiento. «Son una serie de prácticas para ayudar a la gente desde identificar los bucles de hábitos, a desencantarse con sus viejos hábitos, desarrollar la curiosidad, y, por supuesto, a aprender a crear hábitos saludables”, afirma.
Para empezar, propone un ejercicio muy sencillo, “identificar el tono de voz que surge en tu cabeza cuando piensas en comida o estás comiendo”. El médico explica que, a menudo, cuando nos surge un antojo o un impulso de comer esa voz tiene un tono negativo que nos restringe y pensamos que tenemos que resistirnos. Este sencillo ejercicio consiste en ser capaz de tomar distancia y analizar lo que te ocurre, a través de preguntarte ¿cómo me siento, cómo se siente mi cuerpo, qué sensaciones me genera ese impulso? “Es una práctica muy simple, pero tremendamente poderosa”, anima Brewer.
Al doctor Judson Brewer le llevó a especializarse en la intersección de la neurociencia y los hábitos alimentarios su propia experiencia clínica, “veía como mis pacientes fracasaban una y otra vez con los paradigmas para cambiar hábitos que yo había aprendido en la carrera de Medicina”. Estos estaban basados en la fuerza de voluntad. Por eso, empezó a cuestionarse la utilidad de unos métodos antiguos y no basados en la neurociencia. “Me inspiró a investigar en mi propio laboratorio neurocientífico. Después, realice estudios clínicos para ver si efectivamente funcionaba. Y resultó que sí, que funciona bastante bien”, cuenta.
Para conseguir una relación más sana y consciente con la comida, Brewer da un consejo práctico muy sencillo de implementar, “no subestimar el poder de la amabilidad y la curiosidad. También aprender lo fuerte y sabio que es el cuerpo. Y no centrarse en las nociones que están desfasadas para cambiar hábitos. Realmente hay que aprender a escuchar y confiar en la sabiduría de tu cuerpo”.
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