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Mujer joven sonriendo y haciendo un gesto de aprobación con el pulgar, imagen que refleja el espíritu del playfulness y el bienestar ligero

La risa no siempre llega en retiros espirituales: a veces aparece en mitad de la oficina, cuando te permites aflojar un poco la seriedad del día. Foto: Pexels

A ver si así te animas

Playfulness: la versión ligera del mindfulness que te ayuda a bajar un punto el drama diario

Eduardo Jáuregui propone devolverle al mindfulness su parte más humana: el juego, el error, la ligereza y esa risa que los adultos solemos censurar

Por Kino Verdú

29 DE DICIEMBRE DE 2025 / 14:00

Eduardo Jáuregui nació en Oxford un 26 de mayo de 1971. Eso —venir al mundo en Oxford— ya suena a cosa seria, venerable. Su padre era profesor de Antropología. Creció allí, junto a sus dos hermanos. Estudió Psicología Social y se doctoró en Ciencias Políticas y Sociales por el Instituto Europeo de Florencia. Su tesis doctoral, dice, «era un intento de entender lo que era el humor y el mecanismo de la risa desde esos dos puntos de vista». El tribunal le dio el visto bueno.

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Nacer en Oxford y estudiar la risa

Nos conectamos por pantalla. Eduardo está en su casa. No sé por qué, pero escucharle me provoca risa. ¿Será porque venía de leer su nuevo libro, Playfulness (Destino)? «Al estudiar Psicología veía esa falta de interés en las emociones y, concretamente, en el humor y la risa. Descubrí que el humor era un misterio para la ciencia».

«No es un asunto baladí ese del humor; no se lo tomen a risa, o sí». Para él, «asusta, es muy complejo. Enseguida te das cuenta de que es resbaladizo… por eso me metí, me pareció fascinante. Siempre fui el tipo raro en todas las instituciones donde quise investigarlo».

La Malasaña que ya no existe

Fue habitual de la Malasaña dorada, cuando era un barrio punk, indie, rockero y no hipster ni aromatizado con té matcha. «Me encantaba esa vida nocturna tan rica que tenía —y sigue teniendo— Madrid; lo disfrutaba. Pero no fui el amo de Malasaña: los amos eran otros. Yo tampoco tiraba mucho de alcohol o sustancias que te mantienen despierto; llegaba un momento en que me quedaba sopa y me iba a casa».

¿Se quedaba dormido o lo fingía para escapar? «El ser humano en todas las culturas —y más aún en la actual— tiene no ya una máscara, sino muchas. Disfraces asociados a cierta reputación, a cierto estatus».

El miedo al ridículo que nos domestica

Todos andamos como borreguitos: miramos lo mismo, escuchamos lo mismo, pagamos lo mismo. «Hacer algo que se sale de la norma a veces funciona, pero normalmente no. Es fácil que se rían de ti o, peor aún, que te señalen como alguien que no merece estar en el grupo».

La creatividad se apacigua por el qué dirán. El juego se anatemiza «porque tenemos miedo al ridículo, a no hacerlo bien, a que no es para ti, que no eres capaz. Pasamos mucha vergüenza y eso nos limita muchísimo; es una gran fuente de sufrimiento». Especialmente en el ámbito laboral.

«Algo tan sencillo como la postura corporal. En una oficina básicamente puedes estar de pie, sentado o caminando. Lo que no puedes es levantar los brazos de repente». Ni bailar, ni saltar, ni caminar como un cangrejo. «Vivimos encarcelados: el juego es libertad».

Innovar… o morir en el intento

¿Y si te apetece bailar en la oficina? ¿Dar botes? La mirada ajena te frena. «La gente se encierra en el baño o en un cubículo. O sale a caminar un poco, pero tampoco mucho porque tienes que volver… No te das cuenta de lo encerrado que estás hasta que intentas hacer algo distinto».

Como apunta Jáuregui, ni siquiera te dejan innovar, cuando a muchos los contratan precisamente para eso: «Pero luego, cuando intentan hacer su trabajo, se lo bloquean por todos los lados. Acaban durando poco porque encuentran muchísimas barreras». ¿Les suena?

De Florencia al yoga que no quería hacer

Volvemos a Playfulness. Jáuregui dirige la escuela de mindfulness Modo Ser y la consultora Humor Positivo. Es autor de quince libros en veinte idiomas. «Si yo no quería hacer mindfulness, ni meditación, ni estas cosas. No era nada new age; realmente tenía un problema de espalda».

No hacía deporte. Todo el día estudiando, encorvado, de intelectual de pro. «Y mi novia de la época —que sigue siéndolo, treinta años después— me suelta: ‘Deja de quejarte y vete a una clase de yoga».

Fue obligado por la insistencia. «Y efectivamente cumplió mis peores expectativas. Pasé vergüenza y me entraba la risa. Estas señoras florentinas, tan elegantes… que luego se ponían su ropa de yoga y hacían cosas rarísimas, como meterse los dedos en las orejas y zumbar como una abeja». Pero algo pasó: «Mi espalda estaba bien y mentalmente algo había cambiado. Me había calmado».

El teatro de improvisación encontró al mindfulness

Siguió formándose. Meditación, respiración, presencia. Conectó con el planteamiento de Jon Kabat-Zinn. «Supe enseguida que quería ser profesor».

«Al principio sigues los estándares, lo que te han enseñado, pero poco a poco fui introduciendo otros aspectos porque el mindfulness parecía una cosa muy seria y solemne». Esos otros aspectos venían del teatro de improvisación, «una forma maravillosa de crear humor sin contar chistes».

Un amigo clown completó la ecuación: «La escucha, la presencia, la apertura, el error, el fracaso, cómo superarlo… hablábamos de lo mismo». Y ahí entendió la relación entre juego y contemplación.

La trampa del rendimiento continuo

«Hemos caído en la trampa de que todo es rendimiento. Una parte de la vida lo será inevitablemente —hay facturas—, pero deberíamos reservar otra para lo no productivo. Para lo que hacemos solo para nutrirnos, expresarnos, vivir la vida tal cual es».

«Playfulness es mindfulness, que quede claro. Pero el juego me da más. Playfulness es el espíritu. El juego es lo que haces con ese espíritu».

Reírse del error: la sabiduría infantil

«Si ves a los niños jugar, muchas veces van muy en serio. La risa aparece cuando las cosas salen mal. En el error te puedes frustrar —la mentalidad adulta— o divertirte. Equivocarse suele ser lo más divertido».

Lo bonito del árbol es que te puedes caer. Lo mágico de una casa abandonada es que puede haber fantasmas. «El miedo está muy cerca de la risa».

Vivimos zombificados… y ni nos enteramos

Nos zambullimos en Stranger Things. Para él, perfecta metáfora de la vida adulta: «Estamos zombificados, pero tan acostumbrados que no lo vemos. Vivimos en un mundo siniestro». Cita un estudio de Gallup: el 40% de los trabajadores del mundo pasan buena parte del día estresados. «El estrés está diseñado para sobrevivir a una amenaza. Muchas personas viven sintiéndose amenazadas todo el día. Lo hemos normalizado».

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La ligereza como acto espiritual

Ríete. De ti mismo, incluso. «No tomarse tan en serio es tener distancia de uno mismo. Una vez le pregunté al Dalai Lama por la relación entre humor y espiritualidad, y me habló de esa calma interior de la que brotan el humor y la risa».

El juego es siempre social

«El juego es social. Aprendemos negociación, expresión, escucha, imitación, sincronía, baile, canto…». Y ahí entra su mirada antropológica: «Todas nuestras instituciones son autoritarias. La familia, el colegio, la empresa, la religión. Entonces, ¿dónde está la democracia? Para conseguir una sociedad realmente democrática, tenemos que ir hacia una sociedad del juego».

Adiós. Me voy a jugar.

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