
Ese instante en que dudas y saltas: la incomodidad que separa lo seguro de lo que te hace crecer. Foto: Adriano Brodbeck / Pexels
Entrenando el malestar
Quédate en lo que duele un poco: ahí es donde empieza el aprendizaje
Lo que roza y molesta es justo lo que te hace crecer: la incomodidad funciona como gimnasio para el cerebro y taller de creatividad
Por María Corisco
20 DE SEPTIEMBRE DE 2025 / 08:00
Incomodidad. La sola palabra ya resulta incómoda: suena a roce, a prisa, a estar fuera de lugar. La asocias con lo negativo, como esos zapatos que aprietan, una conversación difícil o el silencio que se hace eterno en medio de una reunión. Pero puedes darle una vuelta de tuerca y empezar a ver a la incomodidad no como enemigo, sino como aliado. Salir de nuestra zona de confort nos obliga a avanzar.
La clave, una vez más, está en tu cerebro: no te das cuenta, pero está diseñado para detectar errores, contradicciones o amenazas, y para empujarte a ajustar tu conducta. Es lo que ocurre cuando se activan regiones como la amígdala o la corteza cingulada anterior, que registran el malestar de lo inesperado, de lo que no encaja, y te avisan de que necesitas actuar. La incomodidad es, en ese sentido, una especie de alarma interna. Puede resultar molesta, pero cumple una función crucial: te ayuda a adaptarte.


Dificultades deseables: el valor de tropezar
La psicología y la neurociencia lo tienen claro: el aprendizaje no ocurre en la comodidad absoluta, sino en ese punto de tensión donde lo que sabes se encuentra con lo que desconoces.
Robert Bjork, psicólogo de la Universidad de California en Los Ángeles y miembro de la National Academy of Sciences, acuñó un concepto muy sugerente: “desirable difficulties” o dificultades deseables. Se refiere a “esos pequeños obstáculos que, aunque incómodos al principio, hacen que el aprendizaje sea más profundo y duradero”.
Piénsalo: cuando memorizas algo sin esfuerzo, lo olvidas con facilidad. En cambio, cuando tienes que esforzarte, cuando tropiezas, repites y corriges, tu memoria trabaja más y consolida mejor lo aprendido. “La incomodidad de la dificultad se convierte en la llave de la mejora”, apunta Bjork.
El malestar como catalizador de creatividad
La incomodidad no solo fortalece la memoria; también puede ser un impulso creativo. Un estudio de la Universidad de Chicago mostró que “cuando las personas se exponen a conversaciones difíciles o tareas que generan cierta tensión, acaban valorando más la experiencia y produciendo ideas de mayor calidad”. En otras palabras: abrirte a lo incómodo aumenta tu creatividad.
Lo mismo ocurre con las emociones difíciles. Susan David, psicóloga de Harvard y autora de Emotional Agility, sostiene que “intentar evitar la tristeza, la ira o la frustración solo conduce a más sufrimiento”. En cambio, aceptar y explorar esas emociones incómodas te da información valiosa sobre lo que importa de verdad en tu vida.
Incomodidad física, fortaleza mental
El cuerpo también tiene mucho que enseñarte en este terreno. Exponerte a pequeñas dosis de incomodidad física – un entrenamiento intenso, una ducha fría, un paseo en un día desapacible – activa sistemas de regulación del estrés que te hacen más resiliente.
El neurocientífico Andrew Huberman, de la Universidad de Stanford, lo explica con claridad: “La incomodidad breve y controlada estimula neurotransmisores como la dopamina y la norepinefrina, que mejoran tu capacidad de atención y motivación. Esa molestia puntual es, en realidad, un entrenamiento de tu sistema nervioso”.
Vulnerabilidad: el poder de exponerte
En el plano emocional, la incomodidad aparece cada vez que te atreves a mostrarte vulnerable. Brené Brown, investigadora de la Universidad de Houston, lo resume así: “No hay aprendizaje ni creatividad sin vulnerabilidad. Y no hay vulnerabilidad sin incomodidad”. Atreverte a hablar de lo que sientes, pedir ayuda o decir “no” cuando todos esperan un “sí” genera un malestar inmediato, sí, pero también abre la puerta a relaciones más auténticas y a un bienestar más profundo.
Del mismo modo, Kelly McGonigal, psicóloga de Stanford, ha demostrado que “ejercitar la fuerza de voluntad no consiste en resistir con rigidez, sino en aprender a tolerar la frustración de lo que no puedes tener ahora para alcanzar un objetivo mayor después”. La incomodidad de esperar, de no ceder a la tentación, es en realidad el entrenamiento que refuerza tu resiliencia.
La incomodidad elegida
Aquí está la clave: no se trata de vivir en incomodidad permanente, sino de elegir pequeñas dosis de manera consciente. Es lo que en psicología conductual se llama “exposición controlada”: enfrentarte a situaciones incómodas en entornos seguros para expandir tu tolerancia. Hablar en público, probar algo nuevo, escuchar un punto de vista contrario… Cada momento microincómodo que aceptas amplía tu capacidad de adaptación.
Puedes pensarlo como un gimnasio invisible: cada vez que te expones a una situación difícil, estás entrenando tus músculos emocionales y cognitivos. Al principio duele, pero poco a poco te vuelves más fuerte.
Redefinir la incomodidad
Quizá lo más liberador sea cambiar tu relación con la palabra “incomodidad”. Dejar de verla como un obstáculo y empezar a reconocerla como señal. Cuando sientas que algo aprieta, que te pone nervioso o que te incomoda, en vez de huir, puedes preguntarte: ¿qué me está enseñando esto?, ¿qué oportunidad de crecimiento hay aquí?
No siempre la respuesta será clara ni inmediata. Pero incluso ese gesto -acoger la incomodidad en lugar de rechazarla- cambia tu manera de estar en el mundo. La próxima vez que notes incomodidad, recuerda: no es solo malestar, es información. Es tu cerebro diciéndote que prestes atención, que ajustes, que crezcas. Como una brújula, te indica que estás en movimiento, que no te has quedado anclado en lo conocido.
Y, al final, quizá descubras que la incomodidad no es lo contrario del bienestar, sino su aliada. Porque lo cómodo te mantiene, pero lo incómodo te transforma.
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