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¿Ganas de que se vayan y quedarte a solas? Foto: Modern Family

MENTE

No te sientas culpable por desear que tus hijos se independicen: es el síndrome del nido lleno

La independencia de los hijos puede vivirse con tristeza, pero también con alivio: el síndrome del nido lleno rompe el tabú de los padres que anhelan recuperar su espacio y su intimidad.

Por María Corisco

09 DE MAYO DE 2025 / 12:00

Es fácil que, en tu entorno, muchas de las madres que conoces (también padres, aunque en menor medida) atraviesen un bache emocional cuando sus hijos se independizan y se van de casa. Es el llamado síndrome del nido vacío, un fenómeno bien conocido que provoca sentimientos de vacío, tristeza y soledad. Algo comprensible en una sociedad hiperprotectora y llena de mamás gallina dispuestas a seguir acogiendo bajo el ala a sus polluelos, aunque estos estén ya bien crecidos. Y ahí, frente a ellas, estás tú: con ganas de quedarte sola, de que los chicos levanten el vuelo y de recuperar tu libertad. No tienes por qué sentirte culpable: estás viviendo lo que se conoce como el síndrome del nido lleno.

No todos los padres experimentan tristeza cuando los hijos se van de casa, explica la psicóloga de familia Lidia Morales: «De hecho, muchos desean o necesitan recuperar su espacio, su tiempo personal o su relación de pareja. Para ellos, la permanencia prolongada de los hijos en el hogar puede suponer una carga emocional, económica o de desgaste cotidiano». Aun así, «sentir este deseo puede venir acompañado de culpa, ya que socialmente se espera que los buenos padres quieran tener a sus hijos cerca y estén siempre disponibles y acogedores».

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¿Por qué te sientes mal?

Este deseo de que los hijos se independicen no tiene nada que ver con el desamor. Muchas veces surge del anhelo de una nueva etapa vital, de la necesidad de autocuidado o de la fatiga acumulada tras años de crianza. «Es fundamental normalizar que los padres también tienen derecho a vivir su madurez con plenitud, especialmente cuando han dedicado décadas al cuidado de sus hijos. El anhelo de espacio y autonomía no resta amor, sino que refleja un deseo de equilibrio emocional y personal», señala Lidia.

Pero la culpa puede surgir por distintos motivos:

  • Presión cultural y social: «Vivimos en una sociedad que idealiza el sacrificio parental. Si un padre o madre expresa que desea que su hijo se independice, puede percibirse como un abandono o como falta de afecto», apunta la experta.
  • Ideal del nido perfecto: se espera que el hogar parental esté siempre abierto y que los padres acojan con gusto a sus hijos el tiempo que necesiten, sin importar su edad o situación y sin tener en cuenta que los progenitores también tienen sus propias necesidades, proyectos o incluso ganas de estar solos.
  • Miedo al juicio externo o al rechazo del hijo: muchos padres temen que expresar este deseo se interprete como egoísmo o como si estuvieran echando a sus hijos.

«Aceptar que es sano y legítimo desear ese cambio es fundamental para preservar el equilibrio emocional familiar. Es una forma de cuidar la relación y permitir que tanto padres como hijos crezcan y maduren desde nuevos roles», explica Lidia Morales.

Modelos de familia

El deseo de que los hijos adultos se independicen puede, en ocasiones, estar motivado por el contexto familiar. Según Morales, «cuando estos hijos mayores siguen en casa y no existe una relación fluida, apenas hay comunicación o colaboración en las tareas domésticas, el hogar puede convertirse en un espacio de tensión continua. Esto puede generar resentimiento, agotamiento emocional y una sensación de invasión del espacio personal por parte de los padres». Entre las causas más habituales:

  • Desequilibrio en las responsabilidades: si el hijo no contribuye a las tareas del hogar ni a los gastos, los padres pueden sentir que su rol de cuidadores se prolonga indefinidamente, sin reconocimiento ni alivio.
  • Falta de límites claros: muchos conflictos surgen porque no se establece una convivencia adulta basada en acuerdos y respeto mutuos. El hijo sigue comportándose como un adolescente, mientras los padres esperan una actitud más madura.
  • Desgaste de la relación: la convivencia forzada puede acentuar los desacuerdos y, si ya existían problemas de comunicación, estos se amplifican, generando ambientes tensos o incluso hostiles.
  • Dificultad para abordar el tema: los padres que desean que sus hijos se marchen suelen sentirse culpables o temen que la relación se deteriore aún más si lo expresan abiertamente, lo que los lleva a postergar conversaciones necesarias.

Aun cuando la relación con los hijos adultos sea buena, es perfectamente natural que los padres deseen recuperar su espacio, su intimidad y su libertad. «Este deseo no invalida el amor que sienten por sus hijos ni su compromiso como progenitores, pero muchas veces entra en conflicto con el ideal de padres incondicionales o siempre disponibles, lo que puede generar culpa, duda o vergüenza», concluye la psicóloga.

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Un fenómeno cada vez más frecuente

En Europa, y especialmente en países del sur como España o Italia, este fenómeno es cada vez más común, ya que se ha retrasado la edad de emancipación. Según Eurostat, en España, la edad media de salida del hogar familiar está cerca de los 30 años.

Muchos padres lo viven con frustración o resignación, y la situación se complica cuando hijos que en su día se marcharon regresan al hogar parental. Son los llamados boomerang kids, y este regreso suele deberse a circunstancias económicas, personales o sociales. «Es muy frecuente que, tras un divorcio que los ha empobrecido, los hijos vuelvan a casa. Y esto requiere un reajuste de tiempos y espacios, lo que puede provocar aún más tensiones».

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