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La mayoría de los autores sufren el síndrome del impostor. / Foto: Oscar Wang/Getty.

TESTIMONIOS

Así superé mis inseguridades y me convertí en escritora

María Fernández-Miranda, directora de WeLife, acaba de publicar su tercer libro, "El enigma Balenciaga". En este texto nos cuenta cómo afronta el síndrome del impostor que sufren casi todos los autores.

Por MARÍA FERNÁNDEZ-MIRANDA

12 de noviembre de 2023 / 08:00

Todo fue culpa de Jo March. Calculo que tendría unos diez años cuando leí Mujercitas por primera vez y me quedé atrapada por aquella niña, irascible y desgarbada, que se encerraba en la buhardilla de su casa para escribir novelas mientras sus hermanas cosían o soñaban con convertirse en mujeres de provecho. Sí, yo enseguida quise ser Jo, y desde entonces nunca he dejado de desearlo.

A los once pedí una máquina de escribir a los Reyes Magos, a los doce escribí mi primer cuento (que encuaderné yo misma grapando los folios entre dos hojas de cartulina roja), a los dieciocho me matriculé en Periodismo por la única razón de que era una carrera en la que te obligaban a leer y a escribir… Sin embargo, no publiqué mi primer libro hasta los 42 y únicamente ahora, que acaba de salir a la luz el tercero («El enigma Balenciaga», editado por Plaza&Janés) me atrevo a llamarme a mí misma escritora.

Portada de «El enigma Balenciaga», el último libro de María Fernández-Miranda. / Foto: Plaza&Janés.

 

 

 

 

 

El miedo a la hoja en blanco

Hace unos días, en una cena de trabajo, la comensal que tenía a mi izquierda me dijo que me envidiaba, que ella daría cualquier cosa por escribir un libro. «Hazlo», le respondí sin más. Me miró con los ojos como platos, espantada: «¡Uy, imposible, no me atrevo!». Traté de convencerla de que, en realidad, a mí también me da pánico no ya enfrentarme a la hoja en blanco sino, sobre todo, lo que viene después; es decir, el hecho de que eso que yo he escrito esté en los estantes de las librerías de toda España. Es un sinsentido, lo sé: te pasas la vida aspirando a ser como Jo March y, cuando al fin ves tu nombre impreso en una portada, lo único que quieres es meterte debajo de la cama.

Digamos que escribir un libro es librar una batalla contra tu propia inseguridad. No sólo me pasa a mí, lo cual resulta bastante razonable teniendo en cuenta que no soy precisamente Vargas Llosa, sino que les ocurre a prácticamente todos los autores. Stephen King, que vende libros como rosquillas, anota en «Mientras escribo» lo siguiente: «La verdad es que casi todos los escritores son inseguros, sobre todo entre la primera y la segunda versión, cuando se abre la puerta del estudio y entra la luz del mundo exterior».

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De Sylvia Plath a Charles Bukowski

Hay muchos más ejemplos que confirman esta teoría. En «El peligro de estar cuerda», Rosa Montero alega que el famoso síndrome del impostor es un mal muy frecuente entre los escritores. «Tenemos una notable tendencia a sentirnos un fraude», apunta Rosa, para señalar a continuación que Sylvia Plath se llamaba a sí misma «traidora» e «impostora», mientras que Charles Bukowski dijo: «Ni siquiera soy artista de verdad, sino una especie de impostor que escribe desde el asco más absoluto».

Entonces, ¿cómo se superan las inseguridades para lograr convertirse en escritor? Opino que hay que ser una especie de hooligan de uno mismo, es preciso pensar que te mereces ganar aun cuando todo indique lo contrario. El mejor ejemplo a seguir es el de Cristóbal Balenciaga, el diseñador que protagoniza mi último libro.

En el primer capítulo cuento que, cuando tenía doce años, Cristóbal solía acompañar a su madre costurera al Palacio de Aldamar, donde veraneaba la marquesa de Casa Torres. Un día, la aristócrata le planteó al niño qué le gustaría ser de mayor, y él, observando su elegante modelo diseñado en París, le respondió: «Quiero hacer un vestido como el que usted lleva puesto». La marquesa, sorprendida, le preguntó que por qué habría de hacer tal cosa. ¿Saben qué contestó el pequeño Cristóbal? «Creo que puedo». Ahí está la clave: cuando nos ataca la inseguridad ante un reto formidable, lo único que podemos hacer es mirarnos al espejo y repetir exactamente eso: «Creo que puedo».

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