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Saltarte tus horarios de comidas cuando llega el fin de semana no le hace ningún bien a tu estómago ni a tu salud. FOTO: Pexels.

Alimentación

Eating Jet lag: el caos de comer a deshoras que desajusta tus hormonas (y tu báscula)

Comer a deshoras y en exceso durante los fines de semana no sólo se asocia a una ganancia de peso, sino a una peor calidad del sueño y un aumento de la inflamación crónica.

Por Marcos López

19 DE MAYO DE 2025 / 14:14

Los fines de semana son para relajarse. Para disfrutar. Razón por la que, avanzada la tarde del viernes, una gran parte de la población aparca la rutina que rige sus vidas durante la semana laboral y se deja llevar por un pequeño caos. Cayendo, entre otras consecuencias, en el bautizado como eating jet lag. O lo que es lo mismo, destrozando sus horarios de comida y sueño.

Taylor Ryan, especialista en Nutrición Deportiva, explica que «es ciertamente común que comencemos la semana con las mejores intenciones y sigamos un estricto plan de alimentación para, llegado el fin de semana, desviarnos del camino. Lo que hará que la semana siguiente adoptemos una alimentación restrictiva para tratar de compensarlo».

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No ocurre sólo con las comidas. También con el descanso. Son muchas las personas que, llegado el fin de semana, se levantan –y se acuestan– a las tantas. Que duermen más horas de lo habitual. Ya sea por el desenfreno de unos compromisos sociales a los que no quieren renunciar o para tratar de pagar la deuda de sueño acumulada durante la semana. Da igual. Para funcionar correctamente, el cuerpo necesita la regularidad que marcan las agujas de su reloj biológico interno. Para dormir, sí. Pero pero también para comer. Y es ahí donde entra en juego el eating jet lag.

El nombre lo dice todo: eating jet lag. Comer a unas horas a las que el cuerpo no está acostumbrado. Las hormonas que regulan el apetito se rigen por el ciclo circadiano, y los desfases horarios alimentarios que imperan durante los fines de semana, como ha demostrado la Universidad de Columbia, tienen efectos nada despreciables para la salud. Empezando por una ganancia de peso. Sobre todo cuando uno se da permiso para comer (casi) cualquier cosa, en grandes cantidades y sin mirar el reloj.

Para evitar males mayores el lunes, muchas personas se pasan la semana restringiendo calorías. Pero, apunta Taylor Ryan, «este patrón está saboteando sus objetivos de pérdida de grasa». El cuerpo no funciona bien en modo castigo-recompensa.

Pero el eating jet lag no se queda en la báscula. Comer más tarde de lo habitual conlleva un aumento de la inflamación crónica. Según un segundo estudio de la Universidad de Columbia, cada retraso de 30 minutos en la hora de finalización de las comidas se traduce en un incremento del 13% de los niveles de proteína C reactiva, un marcador de inflamación sistémica asociado a un mayor riesgo de infarto de miocardio.

Por si fuera poco, el descontrol horario también afecta a la calidad del sueño. Dormirse más tarde de lo habitual tras haber cenado hace poco impide una digestión completa. Lo que puede derivar en reflujo, sueño entrecortado y una sensación general de pesadez difícil de ignorar.

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Que llegue el viernes no implica que haya que sumirse en el caos. No todas las costumbres que se adoptan el fin de semana son perjudiciales. Los llamados Weekend Warriors aprovechan los sábados y domingos para practicar el necesario ejercicio que no pueden permitirse el resto de la semana. Y, también, por qué no, darse una pequeña alegría gastronómica.

La clave está en no perder el norte. Como recomienda Becca Cunningham, entrenadora personal, «no hay que restringir en exceso las comidas, menos aún saltarse ninguna ni hacer ejercicio extra para tratar de quemar lo ingerido el fin de semana». La solución, según explica, pasa por retomar la rutina cuanto antes, disfrutar de la energía adicional que nos ha procurado este extra de comida y ser benevolentes con nosotros mismos».