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NO TE PIERDAS La luz, los colores o el ruido de tu casa pueden alterar (o mejorar) tu ánimo

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neuroarquitectura y bienestar: cómo influye el entorno en el estado de ánimo

A veces el bienestar empieza por cambiar el entorno. La neuroarquitectura demuestra que el espacio también puede cuidar de la mente (y tu cuerpo si te sientes como en un spa). Foto: Pexels

bienestar doméstico

A veces la culpa de tu mal humor está en el color de las paredes

No es feng shui ni sugestión: la neuroarquitectura explica cómo la luz, los colores o el ruido de tu casa pueden alterar (o mejorar) tu ánimo

Por Verónica Fernández

16 DE OCTUBRE DE 2025 / 14:00

Tu casa es mucho más que las cuatro paredes entre las que te preparas la comida, ves la tele y duermes más o menos horas. Es un espacio que te acoge, te protege y te acaba transformando. Porque un hogar no es un simple telón de fondo en nuestra vida diaria. Su arquitectura es capaz de impactar en nuestro estado de ánimo, generando sensaciones muy distintas, que pueden ir desde la calma a la tensión. Bienvenidos a la era de la neuroarquitectura, donde las emociones también se diseñan.

Lejos de ser un paso más allá en el marketing inmobiliario, la ciencia ha demostrado que el entorno construido — sus colores, su luz, formas, sonidos y texturas— puede influir profundamente en nuestro bienestar emocional, mental y físico. Comprender cómo actúa esa arquitectura —y diseñarla con intención— permite crear entornos que nos cuiden y nos transformen.

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La locura de una casa en tecnicolor

La neuroarquitectura también habla de color. Y no, no es capricho de los interioristas. Decorar una casa como si fuera a vivir Drácula puede ser letal para el equilibrio emocional. Y no es capricho de los interioristas. La ciencia lo corrobora. Un ejemplo claro es el estudio Color y Emociones, realizado por Roger Küller, psicólogo sueco y pionero en la investigación sobre psicología ambiental; Byron Mikellides, arquitecto y académico reconocido por su trabajo en arquitectura emocional y percepción del espacio; y Jan Janssens, investigador europeo especializado en percepción visual y diseño. Esta investigación analiza los efectos psicológicos y fisiológicos que generan los colores de los espacios interiores. Por ejemplo, usar colores estridentes exacerba el estrés y puede llegar a hacer que nuestros invitados más introvertidos se sientan cohibidos antes tanta profusión cromática.

Otro estudio, llevado a cabo por un equipo de investigadores estadounidenses —entre ellos Charles A. Czeisler y Steven H. Strogatz—, revela que la luz puede restablecer el ritmo circadiano humano, independientemente del ciclo sueño-vigilia. Además, el Instituto de Neurociencias de los Países Bajos ha demostrado que una mayor iluminación en centros geriátricos puede reducir el deterioro cognitivo y funcional en personas mayores, así como prevenir la depresión.

Y no es solo cuestión de luz. El Departamento de Psicología de la Universidad de Estocolmo comprobó que la exposición a sonidos naturales o al ruido ambiental favorece la recuperación del estrés. Por eso mismo, tener un jardín japonés —o una pequeña fuente en la terraza— actúa como un pequeño antídoto frente al frenesí diario.

Entornos bonitos que nos sientan bien

Porque, en el fondo, de eso se trata: de vivir en lugares que nos hagan sentir bien, no solo que luzcan bien. La neuroarquitectura une la arquitectura con la neurociencia para estudiar cómo los espacios afectan al cerebro, las emociones y el comportamiento. No se trata solo de diseñar lugares bonitos, sino de crear entornos que cuiden de las personas. Espacios que inspiren calma, fomenten la conexión, reduzcan el estrés y acompañen procesos de sanación, aprendizaje o creatividad.

Cada detalle cuenta: la luz natural que entra por una ventana, los tonos que visten las paredes, la calidad del aire que respiramos, la manera en que se distribuyen los espacios o cómo se integra la naturaleza en ellos. Todo dialoga con nuestro sistema nervioso, activando respuestas que pueden generar bienestar o, por el contrario, desequilibrio.

Casas desordenadas y oscuras, no, por favor

La arquitecta y especialista en neurociencia María Gil lo expresa con claridad: «Diseñamos espacios que concilien la biología humana para vivir más sanos, conectados y felices». Para ella, la neuroarquitectura es una llamada urgente a reconectar con nuestra esencia. «Durante millones de años evolucionamos en la naturaleza. Hoy pasamos el 90% de nuestra vida en entornos artificiales. Pero nuestro sistema nervioso sigue siendo ancestral, y necesita seguridad, luz natural, ritmos biológicos y conexión».

Su trabajo se inspira en la Teoría Polivagal de Stephen Porges, que explica cómo nuestro sistema nervioso evalúa constantemente si un entorno es seguro o amenazante. Este simple juicio inconsciente determina si nos abrimos a la conexión… o si entramos en modo de lucha, huida o parálisis. “Diseñar espacios seguros —emocional y sensorialmente— no es un lujo, es una necesidad humana básica”, afirma Gil. Su visión parte de una premisa sencilla: cuanto más natural es un entorno, más seguro se siente nuestro cuerpo. Por eso, en sus proyectos de neuroarquitectura aplica dos principios clave:

Conexión con la naturaleza, real o simulada, respetando los ritmos del cuerpo, la luz del sol, los sonidos agradables y las texturas orgánicas.

• Personalización emocional del espacio, integrando memorias, valores y símbolos significativos para quienes lo habitan. Porque un espacio que nos refleja, nos abraza.

Diseñando casas para ser vividas

A todos nos pasa: vemos una casa en una revista de interiorismo y echamos en falta un lugar donde apoyar el refresco mientras vemos la tele. O nos resulta extraño el sitio donde han colocado una ventana. Gil insiste en que la neuroarquitectura debe ser un bien social: “No podemos seguir diseñando pensando solo en la rentabilidad o en fotos de revista. La arquitectura debe ser ética. Es parte de la salud pública. No basta con ciudades sostenibles con el medioambiente, necesitamos ciudades sostenibles con nuestro sistema nervioso”.

Aplicar estos principios no solo mejora la calidad de vida. También reduce enfermedades, mejora la productividad, favorece la convivencia y disminuye el sufrimiento emocional. Desde la Academia Española de Neurociencias para Arquitectura y Diseño®, María Gil lo resume así: “El conocimiento debe llegar a quienes deciden, construyen y legislan”.

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Son hogares que no solo se habitan, se sienten. Donde siempre te sientes a gusto, aunque no sea tu casa. También lo vemos en espacios públicos, como el High Line de Nueva York, un paseo ajardinado sobre una antigua vía ferroviaria diseñado para ofrecer sombra, arte, descanso y conexión social.

En España, el Centro de Oncología Pediátrica del Hospital Sant Joan de Déu, en Barcelona, es otro ejemplo. Su diseño, realizado junto a expertos en neurociencia y psicología ambiental, no solo trata el cáncer: también alivia el sufrimiento emocional de quienes lo atraviesan.

Son solo algunos ejemplos de cómo la neuroarquitectura, bien aplicada, nos ayuda a crear espacios que contribuyen a que nos sintamos mejor. Que no es poco.

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