
Lo que comemos afecta directamente a cómo nos sentimos, y cómo nos sentimos afecta a cómo digerimos. FOTO: Freepik.
ALIMENTACIÓN
Sandra Moñino, nutricionista: «Un suplemento probiótico mal elegido puede empeorar la inflamación»
¿Cómo reducir la inflamación crónica? ¿Qué alimentos evitar y cuáles priorizar? La experta nos ayuda a entender qué cambios reales pueden transformar nuestra salud intestinal.
14 DE MAYO DE 2025 / 07:30
Cada vez se habla más de inflamación crónica, especialmente en redes sociales, donde términos como intestino permeable o alimentación antiinflamatoria están en pleno auge. Y no es para menos: muchas personas conviven con síntomas como hinchazón, fatiga o digestiones pesadas sin identificar su origen.
Para Sandra Moñino, nutricionista y autora del libro Adiós a la inflamación, el primer paso para combatirla está claro: hay que revisar lo que comemos. «El azúcar y las harinas refinadas deberíamos eliminarlas totalmente de nuestra dieta. Son las culpables de la inflamación crónica por dos vías: elevan los índices de glucosa en sangre, lo que produce picos que generan inflamación, y además alimentan a las bacterias malas del intestino, lo que genera un desequilibrio brutal en el cuerpo», explica.
Asegura que con sólo eliminar estos dos ingredientes se puede notar una mejora muy significativa. De hecho, son su primera recomendación para quienes no saben por dónde empezar.


¿De verdad necesitas dejar el gluten y los lácteos para reducir la inflamación?
En un momento en el que muchos los eliminan por moda o recomendación de influencers, Moñino defiende una visión más individual y menos radical. «No todo el mundo digiere mal los lácteos. Depende del tipo y de cada persona. A nivel genético, muchos no estamos preparados para digerir la beta-caseína de la leche de vaca, pero la leche de cabra o de oveja contiene una beta-caseína similar a la de la leche materna, lo que hace que la toleremos mejor». Además, señala que los lácteos fermentados, como yogures o quesos, suelen ser mejor tolerados y pueden formar parte de una alimentación saludable.
Con el gluten ocurre algo similar. «Antes de eliminarlo hay que descartar bien una celiaquía, y no sólo con una analítica de sangre, porque muchas veces los anticuerpos salen negativos», explica. Según Moñino, «para un diagnóstico más certero deberían realizarse pruebas genéticas o una biopsia del duodeno». La celiaquía es una enfermedad autoinmune que no solo afecta al intestino, sino también al sistema hormonal, inmunitario o incluso hormonal.

Comer bien no es suficiente
La alimentación es clave, pero no lo es todo. Sandra insiste en que la salud se sostiene sobre cinco pilares fundamentales: la nutrición, el ejercicio físico, la gestión del estrés, el descanso adecuado y el contacto con la naturaleza.
«La alimentación es el pilar que tiene que estar más estable», afirma, «pero sin movimiento, sin dormir bien y sin saber gestionar el estrés, no hay salud posible». También llama la atención sobre cómo nuestro estilo de vida moderno nos desconecta de lo natural: «Estamos encerrados todo el día. Del trabajo al coche, del coche a casa… y eso también nos enferma. Necesitamos sol, aire puro, estar en contacto con la tierra«.
Tu intestino también quiere comer bien (y no sólo probióticos)
El intestino es nuestro segundo cerebro y su equilibrio afecta al estado de ánimo, nuestras defensas, las hormonas y la inflamación. Por eso, Moñino insiste en la importancia de cuidar la microbiota con alimentos reales. «Una microbiota sana se alimenta de pescado azul, frutas y verduras variadas, y proteínas de calidad como el huevo o el marisco son clave para mantener un buen ecosistema intestinal», señala. No de suplementos al azar.
¿Probióticos orales en cápsulas? Prudencia: «Solo si están bien pautados por un profesional y después de analizar la microbiota. Con disbiosis o SIBO, por ejemplo, un probiótico mal elegido puede empeorar todo». En cambio, los probióticos naturales, como el kéfir o el yogur, sí pueden incluirse libremente en la dieta.
Lo que comes influye en cómo te sientes. Y viceversa
«Si aprendes a escuchar a tu cuerpo y vuelves a lo esencial, la salud acaba llegando sola», resume Sandra Moñino. Porque sí, lo que comemos influye en cómo nos sentimos. Pero también ocurre al revés: lo emocional afecta a la digestión, al descanso, al metabolismo. Por eso, incluso para seguir modas, hay que entrenar el criterio y escuchar a quienes de verdad saben.
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