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Mujer come saludable para evitar inflamación de bajo grado

Una dieta saludable basada en alimentos frescos es un primer paso para frenar la inflamación de bajo grado. FOTO: Ron Loach/Pexels.

OTRO ENEMIGO SILENCIOSO EN MENOPAUSIA

Sentirse hinchada no es sinónimo de tener inflamación crónica de bajo grado, aunque puede ser una señal

El mayor problema de esta peligrosa respuesta del sistema inmune, que aumenta el riesgo de numerosas enfermedades, es que pasa desapercibida en sus etapas iniciales.

Por Cristina Martín Frutos

15 DE DICIEMBRE DE 2025 / 14:00

El lenguaje, especialmente uno tan rico como el nuestro, tiene estos caprichos. Según el Diccionario de la Lengua Española, el primer sinónimo de hinchazón es inflamación. Sin embargo, llevándolo al terreno médico, la sensación de sentirse hinchada no significa que tengamos inflamación crónica de bajo grado.

De hecho, a esta patología, también se la conoce como inflamación silenciosa, porque a diferencia de la aguda, suele pasar desapercibida en sus etapas iniciales. Lo que se inflama, en primera instancia, no es la tripa, sino las células: las inmunitarias (macrógafos, células T, mastocitos…), las de los tejidos (adipocitos, las del hígado, etc.) y las endoteliales de vasos sanguíneos.

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Un sistema inmune en alerta demasiado tiempo

Esta capacidad de ‘camuflaje’ es la que propicia, precisamente, que se alargue en el tiempo. En consecuencia, «el sistema inmunitario permanece activado de forma constante y, con el tiempo, se desgasta. Así, aumenta el riesgo de desarrollar enfermedades cardiovasculares, cáncer, trastornos neurológicos o patologías autoinmunes», afirma la doctora Concha Blasco ginecóloga en la HLA Clínica Montpellier y en HLA Centro Médico Zaragoza, del grupo ASISA.

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Pero, ¿qué desencadena esa activación prolongada? La ginecóloga menciona el estrés crónico, la exposición a toxinas (tabaco), los contaminantes y ciertos químicos presentes en los alimentos, el sobrepeso y las infecciones persistentes como los principales desencadenantes.

La mujer tiene más puntos para la inflamación crónica de bajo grado

A estos factores hay que sumar uno: la disminución de las hormonas sexuales desde la perimenopausia. La caída de estrógenos, advierte la doctora Blasco, «vuelve a la mujer más vulnerable a la inflamación crónica de bajo grado».  La razón es que alguno de los síntomas de esta etapa intensifican el estado de alarma inmunológico. «Si se altera el sueño, puede generar insomnio, cansancio y fatiga. Esta falta de vitalidad, sumada al propio desequilibrio hormonal del momento, favorece la aparición de ansiedad y depresión. Además, el aumento del cortisol incrementa el estrés, creando un círculo vicioso», ilustra la experta de ASISA.

Tampoco hay que dejar de lado el hecho de que, a partir de los 40-45 años, el metabolismo se vuelve más lento. Por tanto, se acumula más grasa en los tejidos y, finalmente, disminuye la eficiencia con la que el organismo produce energía.

Inflamada no es estar hinchada… pero puede serlo

Mientras esa serie de catastróficas desdichas va sucediendo en el organismo, lo habitual es no darse cuenta de nada. Al fin y al cabo, como advertía la ginecóloga, hablamos de una inflamación sostenida en el tiempo y de carácter interno. Esto no quiere decir que no haya señales. La doctora cita varias. «Fatiga crónica, el cansancio extremo, la falta de energía, los estados de tristeza o melancolía, la desmotivación y los dolores musculares». Y suma otro: la hinchazón abdominal.

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Entonces, ¿en qué quedamos? ¿Están relacionados hinchazón e inflamación o no? «La distensión abdominal puede indicar un estado de inflamación crónica, sí. Ya que se ha descrito que durante la menopausia se producen cambios en la microbiota asociados a disbiosis (desequilibrio) intestinal», aclara. La hinchazón puede ser un síntoma, pero no tiene por qué serlo.

Otra forma, algo más objetiva, de identificar esa inflamación es recurrir a una analítica. «Existen diversos marcadores que permiten evaluar la presencia de inflamación crónica, como la proteína C reactiva (PCR o hs-CRP), la velocidad de sedimentación globular (VSG), la ferritina, la glucemia en ayunas, la hemoglobina glicosilada, la presencia de disbiosis intestinal o la calprotectina fecal». Sin embargo, en algunos casos solo se elevan cuando existen infecciones agudas y no cuando la situación se ha cronificado.

Apostar por la famosa dieta antiinflamatoria

Lo más sensato para combatir la inflamación crónica de bajo grado es prevenirla. Intentar adelantarse a ella o, al menos, reducir al máximo los factores que pueden desencadenarla. En este sentido, la alimentación juega un papel fundamental; siendo la dieta antiinflamatoria la reina de la partida. «Es aconsejable incorporar grasas saludables como omega3 y omega-9 presentes en el salmón, las sardinas, el aceite de oliva virgen extra, los frutos secos, las semillas y el aguacate. También es beneficioso aumentar el consumo de frutas y verduras, especialmente frutos rojos, vegetales de hoja verde, coles y cítricos», aconseja la doctora Concha Blasco.

Más ingredientes a tener en cuenta: probióticos y prebióticos, como el yogur, kéfir, fibra fermentable cocinada, semillas de lino, legumbres, huevos y carne de ave, así como especias con propiedades antiinflamatorias, como la cúrcuma con pimienta negra, el jengibre y la canela. Y, por supuesto, más que incluir, es fundamental evitar los alimentos proinflamatorios. Azúcares refinados, refrescos, grasas trans, alcohol y ultraprocesados que, por mucho que a veces nos tienten, son los mejores aliados de este enemigo sigiloso que puede atacarnos cuando menos lo esperamos.

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