No vive más el que más se cuida, sino el que es más feliz

No cabe duda de que la práctica de ejercicio físico tiene un sinfín de efectos positivos para el organismo. Entre los que se cuenta, como no podría ser de otra manera, un incremento de la longevidad. Sobre todo cuando esta lucha contra el sedentarismo se complementa con una alimentación sana y equilibrada. Pero aún así no es suficiente. Pues si bien el cuidado del cuerpo es muy importante para poder vivir muchos años, lo es más aún el ser feliz.

Eva Murillo, especialista en Psicología y fundadora y directora del centro de inteligencia emocional Ekilibrat-e, explica que «para disfrutar de una vida longeva es más importante ser feliz que practicar el autocuidado. De poco sirve comerte el brócoli si la cabeza te come por dentro. La felicidad es el mejor suplemento natural. Y no hace falta receta médica. Cuidarse está bien, pero disfrutar lo que cuidas… eso es vivir de verdad».

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No te obsesiones con el ejercicio

Es cierto que el mundo está cada vez más concienciado de la necesidad de cuidar la salud mental. Sobre todo a raíz de la pandemia que asoló el planeta hace un lustro. Pero aún queda mucho por hacer. La importancia que se le concede al bienestar emocional se encuentra todavía muy alejada de la que se otorga al ejercicio físico.

El motivo para este menosprecio, como apunta Eva Murillo, «es que las emociones no se ven en el espejo, aunque sí en la mirada. El problema es que nos hemos obsesionado con el cuerpo y nos hemos olvidado de la mente, que es quien lo gobierna todo. Puedes tener abdominales de acero y una ansiedad que no te deja dormir. Y que al final te puede acabar enfermando físicamente».

Mens sana in corpore sano

Evidentemente, no tienes que dejar de salir a correr o darte de baja en el gimnasio. Pero para disfrutar de una vida (muy) larga, también tienes, tal y como haces para mantenerte en forma, esforzarte por ser más feliz. Además, obsesionarte con el ejercicio puede resultar contraproducente tanto para tu salud física como mental.

En este contexto, la especialista en Psicología aporta uno datos que, si bien no resultan para nada significativos, no dejan de ser ciertamente curiosos: Friedrich Ludwig Jahn, el considerado padre de la gimnasia moderna, falleció a la edad de 57 años; y Eugen Sandow, primer campeón mundial de culturismo, a los 41. En el otro extremo, uno de los dueños de la tabacalera Winston alcanzó a vivir 102 primaveras, mientras que la persona responsable de la industrialización del opio murió a los 116. Y no a consecuencia de su tan avanzada edad, sino víctima de un terremoto.

El ejemplo de las «blue zones»

Los habitantes de las bautizadas como zonas azules, esto es, las regiones del planeta que acaparan el mayor número de personas centenarias, lo han dejado muy claro. Hay que cuidar del cuerpo. Comer bien y moverse. Sin dejar nunca de lado el bienestar mental y emocional. Para lo que además de apoyarse continuamente en la familia y amistades, viven sus vidas de la manera más calmada posible. Sin entrenar ni correr maratones pero caminando o pedaleando para llegar a todos los sitios.

Cómo ser (más) feliz

En definitiva, no queda otra que trabajar en la felicidad propia. Lo que plantea la pregunta que el ser humano llega intentando responderse desde tiempo inmemorial: ¿qué hay que hacer para ser (más) feliz? Pues como refiere Eva Murillo, «tienes que reírte más, exigirte menos y permitirte un postre de vez en cuando sin culpa. Rodearte de gente que te sume, no que te reste. Y, sobre todo, entrenar el músculo más importante que tienes. Que no es el glúteo, sino la inteligencia emocional».

Mira en tu interior

Muy importante: es mucho más que cultivar tus amistades o concederte un capricho gastronómico. La clave para encontrar la felicidad no se encuentra tanto en el exterior como en tu interior. Como concluye la experta, «el exterior entretiene, pero el interior transforma. Mirar hacia fuera está bien, pero si no sabes quién eres por dentro, acabarás persiguiendo lo que no necesitas. La verdadera paz no está en el gimnasio ni en la cuenta del banco. Está en la cabeza. Y a veces también en una buena charla con alguien que te escuche de verdad».