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El estrés puede aparecer por un conflicto puntual. El problema es cuando se convierte en una dinámica crónica. FOTO: Freepik.

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Cuando alguien te cae mal y no sabes por qué: qué es el estrés relacional antagónico y cómo nos afecta

Se produce cuando te generan ansiedad personas de tu entorno. Una experta desvela las estrategias para evitarlo.

Por Paka Díaz

20 DE JUNIO DE 2025 / 11:30

En ocasiones, notas que alguien te provoca malestar. La mayoría de las veces, ante ese sentimiento que no parece tener una explicación clara de por qué ocurre, uno tiende a tratar de superarlo. Incluso se puede intentar quitarle importancia. Sin embargo, el malestar comienza a crecer y hasta te provoca ansiedad social. No se trata de un hecho aislado. Se llama estrés relacional antagónico y, a la larga, puede causar un profundo malestar.

«Se identifica cuando se produce una reacción emocional que causa ansiedad, irritabilidad, malestar… Y que se presenta de manera constante al relacionarnos con determinadas personas cercanas de nuestro entorno», apunta Pilar Conde, psicóloga y directora técnica de Clínicas Origen.

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Esta tensión que provoca un malestar emocional, surge en relaciones interpersonales, no necesariamente en pareja, aunque también puede pasar. Este tipo de estrés se caracteriza por una carga emocional que se acumula y tiene unos patrones determinados. Se tratan de relaciones que agotan más que nutren. Además de con tu pareja, te puede ocurrir con amistades, familia o incluso compañeros de trabajo.

La persona en cuestión nos hace sentirnos tensos, irritables o ansiosos cada vez que estamos con ella, incluso si es muy cercana. A veces, no es necesario que exista un conflicto directo para que el vínculo se sienta como una carga. Este malestar acumulativo se conoce como estrés relacional antagónico.

Los principales signos o patrones emocionales y de comportamiento que nos alertan de que estamos en una dinámica de estrés relacional antagónico son «cambios de humor, sentimientos de culpa, enfado, irritabilidad…», destaca Conde.

Además, la psicóloga explica que este tipo de estrés «puede ir combinado por una necesidad de aprobación y relaciones de dependencia». Ello hace que la persona que lo siente pueda «reaccionar de manera defensiva o pasiva, sin permitirse ser asertivo o marcar límites».

Si se mantiene en el tiempo sin gestionar, el impacto del estrés relacional antagónico en el bienestar mental y físico puede ser profundo. «Si estos signos son mantenidos en el tiempo y provienen de una interacción constante, puede derivar en problemas ansiosos, anímicos, problemas de sueño…», alerta la experta.

Además, subraya que no se trata de un simple enfado puntual ni de una discusión aislada. Este tipo de estrés se acumula y se convierte en una tensión crónica. Se manifiesta en relaciones que, aunque importantes, generan un desgaste continuo: conversaciones que nos dejan emocionalmente agotados, dinámicas donde sentimos que siempre tenemos que justificarnos o vínculos en los que no podemos ser nosotros mismos sin consecuencias negativas.

Uno de los factores más preocupantes del estrés relacional antagónico es que muchas personas lo toleran durante años. «Esto suele estar determinado por las dinámicas aprendidas en el entorno familiar. Cuando se viene de dinámicas dañinas es más fácil normalizar y perpetuar estos patrones», explica Conde.

Es decir, si desde pequeños hemos visto o vivido relaciones desequilibradas, es posible que de adultos aceptemos el malestar como parte normal del vínculo. A esto se suma la dificultad de romper ciertos lazos emocionales por culpa, miedo a la soledad o baja autoestima.

En ocasiones, el estrés puede aparecer por un conflicto puntual. El problema es cuando se convierte en una dinámica crónica. No todas las discusiones o tensiones indican un problema grave. Las relaciones humanas son complejas y los desacuerdos son parte natural de cualquier vínculo. La diferencia está en la frecuencia, la duración y la capacidad de reparación. «Un conflicto puntual puede ser sano si hay posibilidad de diálogo y reparación», destaca la experta.

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Cuando el malestar se convierte en la norma, y no hay posibilidad de mejorar la dinámica, estamos ante un caso de estrés relacional antagónico. Aprender a detectar este tipo de estrés es fundamental para nuestra salud emocional.

No es egoísta poner límites, distanciarse o incluso romper un vínculo que daña más de lo que aporta. De hecho, es un paso necesario para recuperar la tranquilidad y poder establecer relaciones más equilibradas y sanas. Como recuerda Pilar Conce: «hay que permitirnos decir no, expresar lo que sentimos y no aceptar dinámicas que nos desgastan, solo por mantener el vínculo».

Romper con este ciclo no siempre es fácil, pero sí es posible. La clave está en aprender a diferenciar entre lo que es saludable y lo que simplemente estamos soportando por costumbre o miedo. «Es necesario ser consciente de lo que realmente es saludable o no soportar. Y desde ahí empezar a defender los derechos personales sin invadir el ajeno», apunta Conde.

Esto implica ser asertivo, expresar nuestras emociones y establecer límites claros. No se trata de atacar o culpar, sino de comunicar cómo nos sentimos y qué necesitamos. También es importante pedir cambios y establecer consecuencias si no hay una respuesta por parte de la otra persona.

La psicóloga insiste en que, independientemente del tipo de relación, «no hay que normalizar manipulaciones, o infravaloraciones. Siempre hay que poner por delante el amor propio y permitirse enfrentarse y marcar límites para uno mismo».