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Poner límites es un acto de autocuidado. Hay que aprender a decir que no. FOTO: Pexels/ Yankrukov.
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Retrasar tu respuesta, dar demasiadas explicaciones o preocuparte por el enfado de quien te pide las cosas hará que tu vida se llene de tareas ajenas. Toma nota de las claves para aprender a decir que no.
Por Marcos López
9 de septiembre de 2024 / 13:44
La jornada laboral llega a su fin y es el momento de marcharse a casa. Pero según te encaminas hacia a la puerta, tu jefe te asalta para encargarte una nueva tarea. Que, por cierto, no puede esperar a mañana. Otra vez. Como hacen tantos de tus amigos con sus peticiones de última hora. Y llevas así toda la vida. Porque aunque no tengas tiempo, ni ganas, siempre acabas diciendo que sí. Aunque este continuo pasar por el aro haga que te sientas (muy) mal contigo mismo. Es el momento de acabar con tanto abuso. De poner límites para lograr el respeto tanto de los demás como, sobre todo, de ti mismo.
En realidad, que la gente recurra a ti es un halago. Una muestra de confianza en tus habilidades para la resolución de problemas. Pero no importa. La principal razón por la que siempre te buscan para sacarles las castañas del fuego es que no sabes decir que no. Lo que puede acabar consumiéndote. Lorraine Pascale, psicóloga clínica, explica que «poner límites es un acto de autocuidado fundamental. Y no pasa nada si a los demás no siempre les parece bien. Tu bienestar importa». Te contamos cómo lograr que, por fin, te dejen en paz.
Tienes que escuchar a tu cuerpo. La falta de consideración que muestran tus allegados y tus compañeros te genera mucha ansiedad, cuando no ira. Lo que provoca que, como revela el Centro de Ciencias de la Salud de Arizona, experimentes síntomas como dolor muscular, palpitaciones, falta de aliento o mareos. Y cuando llega la noche, tu falta de negativa hace que te sientas tan mal que no puedes dormir. Tienes que parar. No cabe duda de que ayudando a los demás mejoras su bienestar. Pero tu propio bienestar, tu salud, es más importante.
Tampoco es que te lances a solucionarles la papeleta. Quieres negarte, pero como no eres capaz de hacerlo, empiezas a plantear una excusa tras otra. Das demasiadas explicaciones. Lo que es un error. Son unos manipuladores natos, y siempre encontrarán un resquicio en alguna de tus argumentaciones para colarte su tarea. Si tan liado estás, ¿qué importa una faena más? En teoría no hay tanta diferencia.
Tampoco sirve que retrases tu respuesta. Que plantees que sopesarás la situación con la esperanza de que se olviden de ti. Lo que no sucederá. Y cuanto más tiempo transcurra, peor te sentirás. Te invadirá la culpa. Y esperar hasta el último momento para, por fin, expresar tu negativa, será incluso peor. No habrá margen de maniobra y te verás obligado a asumir la faena.
Temes que tu negativa provoque el enfado del solicitante. Pero recuerda: es su responsabilidad, no la tuya. Y no se trata de una situación puntual. Siempre es mucho más cómodo que saquen adelante tus tareas que hacerlo uno mismo. Así que no dudes en decir que no. Y si tu allegado, que en teoría tanto te aprecia, no atiende a razones y te da la espalda, enhorabuena. Te acabas de librar de una relación tóxica.
Como apunta Lorraine Pascale, «con el paso del tiempo, cuando la gente entienda y respete tus límites, podrás establecer unas conexiones aún más auténticas. Así que mantente firme con tus límites. Son una seña de respeto hacia ti mismo y una manera de alcanzar relaciones más saludables».
En realidad tienes tiempo de sobra. Lo que da absolutamente igual. No te dejes avasallar con tareas que no te corresponden. No permitas que abusen continuamente de tu confianza. Decir que no a quien parece tan necesitado no es agradable. Incluso puede resultar difícil. Sobre todo la primera vez. Pero no tanto la quinta. Mucho menos la décima. Se enfade quien se enfade. No es tu problema. Como concluye la psicóloga clínica, «tienes el derecho a poner límites, igual que la gente tiene derecho a que no les guste». Permíteme que insista: la persona importante eres tú.
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