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El EMDR trabaja a través de la estimulación bilateral.
PSICOLOGÍA
El cerebro humano es sorprendente y siempre encuentra la forma de sobreponerse ante situaciones difíciles. No obstante, en ocasiones los traumas lo superan, y necesita una ayuda extra para integrarlos.
Por Mónica Heras
16 de julio de 2022 / 15:30
Existen gran cantidad de terapias enfocadas a ayudarnos a superar nuestros traumas. Algunas de ellas, las más clásicas, se centran en escuchar al paciente y exponerlo a la emoción que le genera determinado recuerdo, hasta que gradualmente haya un entendimiento, una integración y un aprendizaje del mismo.
Otras, como el EMDR, trabajan directamente con las asociaciones que hemos hecho de ese recuerdo, así como sensaciones o pensamientos, ayudando a nuestro cerebro a que las procese adecuadamente. Como consecuencia de esto, cambiarán las creencias que desarrollamos a partir de ese trauma, sin necesidad de identificarlas o analizarlas.
Es una terapia ampliamente avalada, tanto por la Asociación Estadounidense de Psicología (APA), como por la Organización Mundial de la Salud (OMS), sobretodo para tratamientos de estrés postraumático, así como fobias o cualquier situación que hayamos vivido y que nos imposibilite llevar una vida funcional.
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A finales de los 80, la neuróloga estadounidense Francine Shapiro, descubrió de manera casual la terapia EMDR. Cuando le diagnosticaron cáncer, comenzó a indagar sobre psiconeuroinmunología, llegándose a curar de esta enfermedad. Después de esta experiencia, se dedicó a investigar cómo funciona nuestro cerebro frente a los traumas.
Ella dice: “cuando nos ataca una enfermedad potencialmente fatal, puede convertirse en un evento que cambia nuestra vida… El tiempo cobró para mí una nueva dimensión.”
Se conoce al EMDR como una terapia de desensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares. Trabaja con las memorias que tenemos almacenadas y no resueltas, de un hecho traumático. Lo hace a través de la estimulación bilateral, principalmente visual, aunque también auditiva y kinestésica, provocando una activación de ciertas zonas cerebrales relacionadas con la memoria, el aprendizaje o las emociones (la amígdala, hipocampo y zona prefrontales de la corteza cerebral).
Pensemos en nuestro cerebro como un enorme procesador de datos que está preparado para ir guardando la información de todo lo que nos sucede, bien sea de manera consciente o inconsciente. Al enfrentarnos a situaciones desagradables, es capaz de encontrar una resolución adaptativa que nos permita seguir adelante y olvidar las emociones negativas que hemos generado al respecto. Nos permite sacar un aprendizaje que utilizaremos en un futuro.
Sin embargo, cuando la información no puede procesarse debidamente, ese recuerdo se queda almacenado de manera fragmentada en la memoria, dando forma a una herida emocional o trauma, el cual se puede activar de manera automática en un futuro.
Son esos llamados detonantes emocionales de los que ya hemos hablado, que pueden manifestarse a través de pensamientos negativos e intrusos, tristeza, miedo, pesadillas, etc., y que pueden condicionarnos al convertirse en patrones de comportamiento que difícilmente somos capaces de ver.
La Asociación EMDR en España, nos lo explica de la siguiente forma. «Las respuestas al estrés son parte de nuestros instintos naturales de lucha, huida o congelación. Estas respuestas se activan ante algo que vivimos como amenazante y se desactivan cuando sentimos que el peligro ha pasado. Sin embargo, cuando ocurre algo que supera la capacidad del cerebro para procesarlo, estas respuestas siguen activas, y las imágenes, pensamientos y emociones perturbadoras pueden generar una sensación abrumadora de estar de vuelta en ese momento, o de que el tiempo se ha detenido en ese instante, que no podemos superar».
La terapia EMDR ayuda al cerebro a procesar estos recuerdos y permite que se reanude el proceso de curación natural que quedó interrumpido. «La experiencia aún se recuerda, pero la respuesta de lucha, huida o congelación asociada a la situación pasada se resuelve», continúan desde la asociación.
Por medio de la estimulación bilateral, esa información que ha sido guardada como un trauma, se pueda asimilar y almacenar de manera adaptativa. Lo que sucede es que se produce una desensibilización de la emoción, una reestructuración a nivel cognitivo y, como efecto del reprocesamiento, aparecen nuevos recursos y emociones positivas.
Todo esto no sucede por arte de magia, aunque lo parezca. Es gracias a la conexión entre los dos hemisferios cerebrales que pueden procesar mejor la información y disminuye así la carga emocional. Es como darle otra oportunidad al cerebro para que integre el aprendizaje de una manera sana.
Los expertos recomiendan este tipo de terapia a las personas que han sufrido algún tipo de estrés postraumático. Con esto, obtienen herramientas para traspasar sus bloqueos sin necesidad de indagar ni revivir una y otra vez la experiencia dolorosa.
Aunque se ha visto que es una técnica muy eficaz para cambiar patrones, superar duelos, rupturas, en casos de bullying, trastornos de alimentación, adicciones, y, en conclusión, para enfrentar cualquier herida emocional.
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