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NO TE PIERDAS No eres Cenicienta: no esperes que otros escriban tu final feliz

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Ilustración de Cenicienta vestida de doncella, tendiendo la ropa, símbolo del síndrome de Cenicienta y la dependencia femenina

El problema no era el zapato, sino esperar a que alguien viniera a probárselo. Foto: Unsplash

hechizos modernos

El síndrome de Cenicienta o la obsesión por que llegue un príncipe azul que te arregle la vida

El síndrome de Cenicienta no va de hadas, sino de vivir con el freno de mano echado esperando que otro resuelva tu vida. Aprende a romper tu zapato de cristal...

Por María Corisco

9 DE SEPTIEMBRE DE 2025 / 14:06

¿Recuerdas cómo Cenicienta vivía siempre dos pasos por detrás de sus hermanastras, aguantando carros y carretas y esperando a que un príncipe azul la liberara de tanta amargura? Lo de esperar a que un varón inteligente, apuesto y fornido nos resuelva la vida es una forma de plantear las cosas, más frecuente de lo debido entre mujeres, que la periodista y escritora Colette Dowling bautizó en 1981, como The Cinderella Complex (el síndrome de Cenicienta). Lo describe como un «miedo oculto a la independencia» demasiado frecuente en el universo femenino, un temor tan profundo y normalizado que no siempre es consciente de sufrirlo.

«La necesidad psicológica de evitar la independencia, el deseo de ser salvada, me pareció un tema crucial, probablemente el más importante al que se enfrentan las mujeres hoy. Nos educaron para depender de un hombre y para sentirnos desnudas y asustadas sin uno», explica la escritora.

Vivir con el freno de mano echado

Hay quienes se enfrentan a la vida como si fueran una centralita de esas en las que siempre te dejan en modo espera. Esperan a que llegue la persona adecuada, a que aparezca la oportunidad perfecta, a que alguien les saque de donde están. Mientras tanto, van por la vida con el freno de mano echado, sin dar los pasos necesarios, sin tomar decisiones, sin reclamar lo que les corresponde. Siempre con la excusa de que ‘no es el momento’. El tiempo pasa y siguen confiando en que la vida elija sin ser ellas las que eligen.

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Para Dowling, la educación, los estereotipos culturales y la narrativa romántica han alimentado la creencia de que el bienestar y la plenitud llegarían de la mano de un salvador externo. Ante esa idea de un ente perfecto que lo va a hacer todo requetebien, surge un inevitable miedo invisible que bloquea decisiones vitales, profesionales y afectivas. «La dependencia personal y psicológica, ese profundo deseo de que otros se ocupen de nosotras, es la fuerza principal que mantiene hoy a las mujeres en su lugar. No queda otra que emanciparnos desde dentro».

Un patrón que está ahí, pero no se ve

Nadie lo ha escrito sobre un papel, pero existe. Se siembra desde la infancia, como parte de un aprendizaje cultural que refuerza la idea de que, para ser ‘una buena mujer’, hay que ser complaciente, no confrontar y adaptarse a las expectativas ajenas. Dowling lo describe así: «A las mujeres se las ha alentado desde niñas a ser dependientes en un grado poco saludable. Sin embargo, se educa a los hombres para la independencia desde el día en que nacen. Por eso, aunque nos aventuremos por nuestra cuenta, sentimos que hay un límite invisible que nos detiene».

Lo más inquietante de este patrón es que no siempre se manifiesta de manera obvia. Puedes tener un empleo estable, tomar decisiones por ti misma y aun así sentir un anhelo secreto de que otra persona alivie el peso de tu vida. No es tanto una incapacidad como un condicionamiento profundo. Así lo explica Dowling: «Una vez establecida, la dependencia de la niña se refuerza de forma sistemática… Por ser ‘buena’ —no desafiante, no confrontativa, no quejumbrosa— recibe recompensas. ¿Qué motivo tendría para volverse inconformista o rebelde?».

Señales de alerta del síndrome de Cenicienta

Superar este síndrome de Cenicienta no significa que debas rechazar la ayuda o el amor de los demás. Implica reconocer cuándo esa necesidad se convierte en el eje de tu vida emocional.

El primer paso es distinguirlo del romanticismo, incluso de tener fe en el destino, y analizar si esa forma de ver la vida actúa como un freno invisible a tu autonomía y tu desarrollo personal. Para ello debes hacerte algunas preguntas:

  • ¿Te cuesta imaginar un futuro satisfactorio sin la presencia de una pareja?
  • ¿Tomas decisiones importantes esperando inconscientemente la aprobación de alguien?
  • ¿Te incomoda la idea de tener el control total de tus finanzas, tu vivienda o tu tiempo?
  • ¿Sientes alivio cuando otro asume responsabilidades que podrían ser tuyas, incluso si eso te resta autonomía?

Si respondes afirmativamente a varias, quizá haya un terreno fértil para explorar cómo se formó ese vínculo con la dependencia y cómo empezar a liberarte de él.

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Herramientas para romper el hechizo

  • Autoobservación: identifica cuándo surgen los pensamientos de ser salvada y en qué situaciones se activan. Nombrar el patrón es el primer paso para desmontarlo.
  • Microdecisiones de autonomía: asume pequeñas responsabilidades que normalmente delegarías, desde gestiones administrativas hasta elegir un destino de viaje sin consultar.
  • Reeducación emocional: la independencia no significa aislamiento ni frialdad. La autonomía se puede vivir en comunidad y en pareja.
  • Red de apoyo no jerárquica: rodéate de personas que te animen a tomar tus propias decisiones en lugar de resolverlas por ti.
  • Revisión de creencias: cuestiona las frases o ideas con las que creciste, como una mujer sola no es feliz o es normal que el otro lleve las riendas.
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