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El perfume te hace sentir mejor por dentro y por fuera./ Foto: Pexels.
Belleza
Aunque emplear las propiedades de los aromas para sentirse mejor está de plena tendencia, su origen se remonta a las civilizaciones más antiguas. La periodista Clara Buedo repasa su evolución en un libro.
29 de marzo de 2024 / 08:30
Si hoy nos dijeran que nuestro frasco de colonia tiene propiedades casi mágicas puede que nos entrara la risa. Cierto es que cada vez gastamos más en perfumarnos: en 2022 las ventas de este artículo subieron un 19,8% con respecto al año anterior, según la Asociación Nacional de Perfumería y Cosmética. También, que nuestros gustos se han refinado (la subida, en las fragancias de alta gama, supera el 21%). Y que el concepto de perfume para el bienestar está de plena tendencia. Pero de ahí a tener poderes…
Sin embargo, tal y como cuenta la periodista Clara Buedo en su libro Historia del perfume. Relatos olfativos del pasado (ed. Catarata), “los antiguos pensaban que en el perfume había un poder oculto, una fuerza secreta y sobrenatural capaz de manipular la realidad para obtener beneficios”. Por citar solo un ejemplo de los muchos que repasa Buedo en estas páginas, en la China ancestral pensaban que “las sustancias aromáticas estaban imbuidas del poder de sanar”.
De hecho, debemos pensar que en su origen, las fragancias no tenían una intención hedonista o estética. «Esa función no se popularizó hasta el siglo XIX con el desarrollo de moléculas. En ese momento se amplía la paleta del perfumista y empiezan a construirse creaciones abstractas, sin réplica en la naturaleza», explica Clara Buedo, directora de la web de belleza Beauty Matters.
Por tanto, cuando nuestros antepasados -hablamos de civilizaciones anteriores a la era cristiana- recurrían a perfumarse lo hacían con un fin práctico. En muchas ocasiones se empleaban los aromas, generalmente obtenidos por combustión de elementos naturales, para entrar en trance y contactar con la divinidad. «Esa parte mística, entre sagrada y esotérica, fue dando paso al uso del perfume para el bienestar, es decir, empleando sus propiedades medicinales», señala la periodista. Así nos encontramos con que ya en el siglo IV a.C, Hipócrates, considerado el padre de la medicina racional, mandó sahumar Atenas con plantas aromáticas para acabar con la peste que asolaba la ciudad.
Pero no todo eran inciensos o plantas quemadas. Los romanos aprovechaban las cualidades medicinales de los extractos botánicos en forma de aceites y ungüentos. En su Imperio también se desarrollaron guirnaldas con flores y plantas aromáticas para el hogar; fragancias sólidas para el cuerpo o en seco -como un talco- para aromatizar sus ropas y sábanas. Pero siempre con la idea de que el buen olor era símbolo de salud, bienestar e, incluso, poder.
Capítulo aparte merecen los perfumes para beber. «Es uno de los descubrimientos más interesantes que me he encontrado mientras escribía el libro», afirma la autora. A lo largo de la historia, son muchos los ejemplos sobre estas aguas, creadas con flores y hierbas que se podían ingerir.
En la antigua China, una de las civilizaciones más perfumadas hasta que Mao prohibió el uso de cualquier fragancia, tenían sus propios desodorantes internos. Elaborados con angélica, regaliz y melón de invierno, garantizaban «una boca fragante a los cinco días». Mientras que pasados diez días, aseguraban que el cuerpo estuviera perfumado. «La razón no es otra que el organismo metabolizaba esas sustancias y las convertía, a su vez, en moléculas olorosas. De modo que además de tratar problemas de salud, al final la persona exhalaba ese olor por los poros de su piel«, explica.
Una de las anécdotas favoritas de la periodista tiene que ver, precisamente, con estas fragancias bebibles y la siempre sorprendente Cleopatra. En el libro relata cómo la reina ingería pequeñas cantidades de trementina (una resina) y de bayas de enebro «con el fin de conferir a su orina un delicado matiz a violetas».
Si actualmente pensamos en qué notas olfativas tienen relación con el bienestar nos decantaríamos por la lavanda, la bergamota, el neroli o quizá el intenso pachuli. Seguramente todos ellos han sido empleados a lo largo de la historia por estas propiedades. Pero en el libro de Buedo aparecen muchos otros ingredientes con beneficios para la mente y el cuerpo.
El nardo («el bulbo, no la flor que conocemos», aclara la autora) se usaba por su inquietante acción espiritual. «Su complejo aroma sedaba la mente», se cuenta en el libro. Otro infalible era la flor de loto o nenúfar azul, cuyos alcaloides bloquean los receptores de dopamina, induciendo al trance, y tienen propiedades afrodisiacas.
«En realidad se servían de todo: raíces, resinas, plantas, flores, maderas…», apunta Clara. La experta insiste en un matiz importante. «Los aromas actúan de muchas formas -sobre las emociones, la memoria, las sensaciones…-, pero la acción terapéutica solo la tienen los ingredientes naturales. En mi opinión, solo las fórmulas compuestas al 100% por sustancias naturales tienen realmente ese poder». De hecho, la aromaterapia solo se refiere a materias primas naturales.
Como se señala en las páginas de la Historia del perfume, en el siglo XVIII las fragancias empezaron a usarse por puro placer. Una función que se mantiene intacta hasta hoy. «Sin embargo, si algo nos trajo el confinamiento fue la necesidad de buscar el bienestar en cada detalle; en los perfumes también, por supuesto», sostiene la autora del libro.
De hecho, se calcula que cuando nos exponemos a un aroma agradable nuestro ánimo puede dispararse un 40% , según la empresa de marketing experencial Mood Media. No es de extrañar, por tanto, que desde la pandemia hayamos vivido un repunte de los aromas para el hogar y las notas confortables -como el olor a limpio o a verano– y las fragancias funcionales. Estas últimas, capaces de influir en los estados emocionales, aportare energía o favorecer la salud- son las más cercanas a esas pócimas aromáticas de hace siglos.
Aunque para llegar a ellas se emplean las tecnologías más innovadoras, desde inteligencia artificial a monitorización de ondas cerebrales, sus efectos recuerdan bastante a lo que conseguían en el Antiguo Egipto o en el Imperio Romano sin más herramientas que el ensayo-error. En cualquier caso, no podemos olvidar que, tanto entonces como ahora, el olfato es el sentido más ligado a las emociones y la memoria. Es más, las investigaciones estiman que el 75% de los sentimientos que experimentamos en un día están relacionados con lo que olemos.
Si bien es una de las tendencias más punteras en el mercado de las fragancias, hay que tener cierto conocimiento para iniciarse en su uso. Hay quienes, como la propia Clara Buedo, apuestan por los aceites esenciales y la aromaterapia.
La periodista, que confiesa su gusto por los perfumes orientales y con un punto eróticos, suele combinar ella misma los aceites esenciales en función de lo quiere conseguir. «Nardo con mirra. O vetiver con pachuli, si busco seguridad y sensación de arraigo. Pero he de reconocer que son mezclas arriesgadas», cuenta. «Si tengo que recomendar una que funcione sería rosa, sándalo y cardamomo«.
Para la casa, recomienda quemar resinas naturales y hierbas secas («nada de inciensos en barrita», advierte). Mientras que si hablamos de marcas, Clara se queda con dos, perfectas para iniciarse: «Por un lado, Ayuna y su perfume Dojo, 100% natural y que además de oler genial, favorece una respuesta emocional positiva; y, por otro, las creaciones de The Nue&Co, una firma muy puntera en fragancias funcionales». Sin duda, habrá que seguir sus consejos.
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