A la zona de Brihuega se la denomina "la Provenza española" por sus cultivos de lavanda./ Foto: D. R.
BELLEZA
He estado en los campos de lavanda donde nacen los pefumes más relajantes
En Brihuega, cerca de Guadalajara, se encuentra la finca más grande de Europa dedicada al cultivo de esta planta aromática. Viajamos hasta este paraíso sostenible.
21 DE JULIO DE 2024 / 08:40
Dicen que la lavanda que se usa en la alta perfumería viene siempre de la Provenza francesa, pero también dicen que los niños vienen de París, así que no hay que creerse todo lo que escuchamos. La Academia del Perfume española lleva años reivindicando que aquí, en nuestro país, también se produce una lavanda de muchísima calidad, así que he decidido comprobarlo en primera persona. En un caluroso día de julio viajo hasta Brihuega, una localidad de poco más de tres mil habitantes situada en la comarca de la Alcarria, cerca de Guadalajara, que ha encontrado en la lavanda un potente recurso económico además de un efectivo reclamo turístico.
Las abejas zumban a mi alrededor mientras observo, casi con pena, cómo una máquina cosechadora va segando las flores de ese inconfundible color violeta, dejando intactos sólo los tallos verdes. “Sería imposible hacer este trabajo manualmente”, reflexiona Emilio Valeros. Él es una de las personas más acreditadas para hablar de la lavanda, pues como perfumista ha utilizado este ingrediente en innumerables ocasiones, por ejemplo, cuando formuló la exitosa fragancia “Solo”, de Loewe, casa de la que fue nariz oficial durante tres décadas. Pero es que, además, Valeros destaca como uno de los impulsores de la producción de lavanda en Brihuega. No en vano la Academia del Perfume le ha hecho merecedor de su Sillón Lavanda (al igual que los académicos de la Real Academia Española ocupan sillones correspondientes a letras, en esta institución cada académico tiene asignado un ingrediente olfativo).
El perfumista explica que esta zona reúne las características idóneas para el cultivo de la lavanda. “Estos terrenos son semejantes a los de la Provenza francesa, con una climatología similar y una altitud por encima de los mil metros”, señala. “Son terrenos muy calcáreos, con mucho drenaje”. Tradicionalmente, en Brihuega se cultivaba cereal, pero hace unos treinta años se empezaron a investigar las posibilidades de la lavanda y, desde entonces, el grano ha ido dando paso progresivamente a esa planta tan codiciada en perfumería.
La lavanda es muy importante en su profesión, apunta Valeros, porque «tiene un olor particular, muy agradable, fresco, etéreo, floral, ligeramente especiado y también afrutado». Es uno de los componentes esenciales de las fragancias que pertenecen a la familia fougère, que son esas que emulan los aromas que percibimos al pasear por el campo. El término «lavanda» viene del latín «lavare», que significa «lavar», y cuentan que antiguamente esta planta se añadía al agua del baño para favorecer el sueño. En la actualidad, este ingrediente también está presente en las fragancias más relajantes, entre ellas las brumas concebidas para vaporizar en la almohada.
El caso es que el avance de esta planta ha sido tal que hoy esta zona de la Alcarria aglutina más de 6.000 hectáreas dedicadas al cultivo de la lavanda y el lavandín (esta última variante es un híbrido del espliego y la lavanda, que resulta más económico). «La lavanda puede producir unos 30 kilos de esencia por hectárea, mientras el lavandín puede llegar a 120 o 150 kilos por hectárea», aclara Valeros. El lavandín, pues, tiene menor calidad, y se destina a la elaboración de productos de segundo rango, como ambientadores o champús. El lugar exacto en el que nos encontramos es la finca más grande de Europa dedicada al cultivo de la lavanda y el lavandín: 450 hectáreas que agrupan cuatro millones y medio de plantas en un solo terreno.
Por esas fotogénicas hileras de color violeta pasean, junto a Valeros y protegidos del sol con sombreros, algunos de los miembros del jurado de cultura de los premios que concede anualmente la Academia del Perfume, como la escritora Espido Freire, que enseguida conecta la lavanda con las novelas de su admirada Jane Austen. Tampoco se ha querido perder la recolecta el modista Lorenzo Caprile, quien cuenta que, aunque en España relacionamos el color violeta con la Semana Santa, para él esta tonalidad es una fuente de inspiración que va mucho más allá de las procesiones.
Tras pasear por los campos, nuestro anfitrión nos conduce hasta la destilería Intercova, de la que el propio Valeros es socio. Dentro hace calor y hay un olor intenso que, paradójicamente, resulta bastante desagradable. Las máquinas están destilando la esencia de la lavanda al vapor. El proceso es sostenible; se utiliza energía solar y los residuos se aprovechan al máximo. El agua utilizada procede de aquí mismo, de Brihuega; hacen falta unos 25 litros por cada kilo de esencia.
Y de la destilería, nos dirigimos al pueblo, donde las calles se han engalanado de violeta para celebrar el Festival de la Lavanda de Brihuega. El calor aprieta cada vez más, así que recibo con gusto el refresco con lavanda que me tiende uno de los responsables del café La Celestina. Por allí pasan el alcalde, Luis Viejo, y la concejala de Turismo, Susana Rodríguez, quienes cuentan que, en un par de años, la localidad abrirá su Museo del Perfume en un edificio histórico del siglo XVII.
Quién necesita ir a la Provenza francesa, si ya tenemos nuestra propia Provenza española…
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