Un escarabajo sobre una flor. FOTO: archivo de Miguel Delibes.
PLANETA
Delibes: «El cambio climático es importante, pero también cómo gestionamos la tierra»
El científico, hijo del escritor Miguel Delibes, publica el libro Gracias a la vida. En su opinión, "seguimos acercándonos al abismo de una catástrofe ambiental, pero cada vez más despacio".
26 DE NOVIEMBRE DE 2024 / 17:22
«La crisis de biodiversidad es una crisis de humanidad», dice Miguel Delibes de Castro. Nos recibe en la antigua sala de plenos de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, rodeado de retratos de algunos de los sabios que forman parte de la Historia de esta institución. Sabios como él: Delibes es doctor en Ciencias Biológicas por la Universidad Complutense de Madrid, profesor ad honorem del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y autor de centenares de artículos científicos. Desde 1988 hasta 1996 fue director de la Estación Biológica de Doñana, y también ha ostentado el cargo de presidente del Consejo de Participación de Doñana.
Ha viajado desde Sevilla –donde reside habitualmente– hasta Madrid para presentar su nuevo libro, Gracias a la vida, en el que defiende que necesitamos la naturaleza para sobrevivir. La charla con él es cordial y salpicada de referencias a su padre, el inolvidable escritor con el que comparte nombre.
En 2004 escribió, junto a su padre, el libro Tierra herida, en el que analizaban los problemas ambientales del mundo. ¿Hemos resuelto alguno de ellos o, por el contrario, el panorama se ha agravado?
En general, se ha agravado. Aunque hemos tomado conciencia sobre las emisiones, no hemos conseguido rebajarlas. La contaminación en general no ha disminuido, salvo excepciones (por ejemplo, las aguas dulces en Europa son mucho más sanas hoy que hace 20 años). Los problemas de desertificación tampoco disminuyen. Y hemos descubierto otros problemas, como los microplásticos que tenemos todos dentro; antes ni hablábamos de ello. Mi esperanza es que seguimos empeorando pero más lentamente. Ante el pesimismo extremo, me gustaría señalar que íbamos muy rápido hacia una catástrofe ambiental y hemos pisado el freno. Seguimos acercándonos al abismo pero cada vez más despacio. A ver si somos capaces de parar…
A muchas personas nos cuesta valorar el papel de esos seres vivos aparentemente insignificantes (de las lombrices a los hongos) cuya función destaca en su libro. Consuela saber que a un genio como Delibes, su padre, le ocurría lo mismo, como desvela usted en el prólogo…
(Risas) ¡Claro, es normal que nos cueste! Hasta que llegó Darwin, nadie se creía que pequeñas cosas sumadas a lo largo de mucho tiempo puedan causar transformaciones profundas. Darwin fue el que dijo que una lombriz no es nada, pero decenas de miles de lombrices en una hectárea mueven toneladas de tierra en un año. Las islas Maldivas las han hecho pequeños pólipos con una especie de algas microscópicas durante miles de años. Un abeja lleva el polen a unos cientos de flores en un día, pero millones de abejas se encargan de polinizar nuestras cosechas. Mi padre se entristecía ante la desaparición de los pájaros, los linces o las truchas porque le parecía que sin ellos el mundo era más feo, pero no creía que eso pudiera tener consecuencias para nosotros.
¿Diría usted que el principal pecado del hombre a la hora de observar el entorno que le rodea es la soberbia?
Somos soberbios porque somos ignorantes. La ignorancia nos llevó a considerarnos los más poderosos, el ser humano como centro de la creación. Y atribuíamos una riada, por ejemplo, a un enfado de los dioses.
Hablemos de riadas. Como científico, ¿qué análisis hace la DANA que ha asolado Valencia y otros puntos de España? ¿Es todo culpa del cambio climático?
Todo, no. Un académico, Antonio Cendrero, que es geólogo, ha dicho que unas lluvias catastróficas dependen en parte del cielo y en parte de la tierra. Y tiene razón. Lo que cae del cielo está muy influido por el cambio climático: llueve más, más a menudo y más fuerte cerca del mar, porque está más caliente que antes. Pero además está la tierra: por una mezcla de ignorancia y soberbia hemos pensado que el agua irá por donde canalizamos, sin pensar que el agua debe tener sus salidas naturales, que la tierra traga el agua pero el cemento no, que las llanuras de inundación que frenan las riadas han desaparecido porque ahí es más fácil construir… O sea, que el cambio climático es importante, pero cómo gestionamos la tierra también. Los técnicos y los científicos saben que una zona determinada va a inundarse catastróficamente cada cierto tiempo.
Usted destaca (incluso bromea sobre ello) la lentitud de Darwin a la hora de tomar decisiones. ¿Hoy nos falta tiempo de reflexión, a todos los niveles?
Lo que nos falta es asumir lo que dice la ciencia. A raíz de la victoria de Trump en Estados Unidos, una revista científica, Nature, ha dicho que no se puede luchar contra la evidencia.
¿Qué probabilidades hay de que se repita una crisis sanitaria como la del COVID?
Cada vez es más probable. Siempre ha habido contagios de virus y bacterias de animales a humanos, pero se quedaba circunscrito al grupo contagiado, porque no se relacionaba apenas con otros. Pero hoy, como estamos hiperconectados y cada vez hay más gente en relación con la fauna potencialmente contagiosa, la posibilidad de una pandemia es grande. Los entendidos dijeron, después del covid, que no sería la última. Yo no lo sé, pero me lo puedo imaginar.
Defiende que algunas especias están cargadas de ingredientes químicos que nos protegen. ¿Cuáles no faltan en su despensa?
¡En mi despensa hay muchas! Guindilla, cayena, nuez moscada, cúrcuma… Tenemos un armario lleno de frasquitos con especias. Son productos muy potentes, porque están hechos para repeler a los que se van a comer a las plantas, lo cual significa que tienen poder bactericida que nos puede ayudar a nosotros también.
Hoy en día se han puesto de moda actividades que suenan un tanto esotéricas, como los denominados baños de bosque. ¿Qué evidencia científica hay sobre los beneficios para la salud del contacto con la naturaleza?
Las cárceles que están a la orilla del mar, o aquellas desde las cuales se ve el bosque a través de las ventanas, tienen menos motines que las cárceles urbanas. Y la convalecencia de una misma operación es más corta si se pasa en un hospital que esté en contacto con la naturaleza. En 1979 mi mujer y yo fuimos con mi padre a Noruega y Suecia en coche (a él no le gustaba viajar en avión). Nos llamó mucho la atención que nos contaran que ellos venían a España por receta médica; cuando tenían neurosis, depresiones, trastornos… les prescribían pasar 15 días en Canarias o en Benidorm para que les diera la luz del sol. Nosotros pensábamos: “¡Qué exagerados, estos suecos!” Pero ahora eso lo notamos todos.
Un dato extraído de su libro: en un beso con lengua intercambiamos 80 millones de bacterias. Dan ganas de abrazar la castidad…
(Se ríe) ¡Pero son bacterias positivas! Nos intercambiamos las bacterias que nos cuidan. Hay muchísimos millones de bacterias que nos cuidan y unos pocos cientos que nos producen enfermedades. Lo que nos enferma es la bacteria que está donde no tiene que estar, que es lo que pasa con las infecciones. Si hay una bacteria en la piel no pasa nada, pero si tienes una herida y entra en el torrente circulatorio y se infecta puede ser peligroso. Las bacterias que nos intercambiamos al besarnos nos ayudan a enamorarnos. Enamorarte es un poco decir: “Las bacterias de este chico o de esta chica me gustan”.
¿Cuál es el principal mensaje con el que le gustaría que se quedaran los lectores al acabar Gracias a la vida?
Lo más bonito que he escuchado sobre este libro me lo dijo un abuelo con el que coincidí en el parque, en Valladolid. Me dijo que ahora ya no veía los árboles de ese parque como un escenario, sino como una cosa viva con la que podemos interactuar. Me gustaría que la gente, cuando vea una planta, una seta, un animal…, en vez de pensar que eso es parte del escenario en el que se desarrolla nuestra vida sepan que todo eso es parte de la obra en la que nosotros también estamos interpretando. Eso es básicamente lo que yo quería transmitir. Todo en nuestra vida es parte de una obra coral.
Me pregunto cómo serían sus conversaciones con su padre, siendo él un hombre tan de letras y usted tan de ciencias…
Pues, básicamente, mi padre me reñía. Él era de letras, pero creía en la ciencia. Me decía: “Hijo, los científicos tenéis que ser más drásticos, más peleones. Si ya sabíais que se estaba calentando el clima, ¿por qué habéis tardado veinte años en confirmarlo?” Yo le explicaba que la ciencia tarda en obtener certezas, evidencias. A él lo que más le preocupaba era la temperatura. Tenía termómetros por todas partes, dentro y fuera de la casa. Más que por sensaciones, se guiaba por lo que decía el termómetro. En Valladolid, en aquella época, había calefacción central que no podías apagar cuando quisieras, así que él tenía la ventana abierta en pleno invierno. Me enseñaba el termómetro y decía: “Mira, hijo, 26 grados, ¡esto nos mata! ¡Hasta que no baje a 20 no cierro la ventana!” Cuando íbamos a visitarle no nos quitábamos el abrigo.
No puedo terminar esta entrevista sin plantearle una pregunta que probablemente le habrán hecho muchas veces: ¿cuál es su libro preferido de todas las obras magistrales que escribió su padre?
Es muy difícil elegir. De joven, mi libro favorito era Las ratas, porque muestra una Castilla profunda, y yo en aquella época era muy castellanista, muy apegado a mi patria chica. Cuando mi padre decía que “el cielo de Castilla está muy alto porque lo levantan los labradores de tanto mirarlo”, me conmovía. Luego está, claro, Señora de rojo (se refiere a Señora de rojo sobre fondo gris, dedicado a su madre, que falleció antes que Miguel Delibes); al leerlo, a los hijos se nos llenaban los ojos de lágrimas. Nos alegró mucho que mi padre echara fuera de sí ese dolor con un libro… También me gusta mucho El hereje, lo he leído como tres veces. La primera de ellas, antes de publicarse, porque mi padre nos lo mandó a algunos hijos. Yo le aconsejé algún cambio y me contestó con cajas destempladas (se ríe). A ratos cojo Diario de un cazador y me lo pasó muy bien leyéndolo. O Mis amigas las truchas, que mi padre nos dedicó a mi hermano Juan y a mí… En fin, es muy difícil.
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