Sueño
_Cómo y cuánto hay que dormir para recordar mejor las cosas al día siguiente
Las prendas fast fashion se usan solo cinco veces de media antes de desecharlas. Foto: Warner Bros Tv (Gossip Girl).
LIFESTYLE ECO
La moda de consumo rápido, auspiciada por las redes sociales y las marcas low-cost, hace que tengamos muchas más prendas de las que necesitamos. Analizamos este fenómeno tan perjudicial para el planeta.
8 de julio de 2024 / 08:54
Basta con hacer un sencillo ejercicio. Abre el armario, busca todas las camisetas que tienes y cuéntalas. Algunas ni sabrás que existían (puede que hasta encuentres etiquetas sin cortar…). Otras llevan años en el último rincón, esperando al momento en que se pongan de nuevo de moda o a que vuelvas a recuperar tu talla. Pero el problema no es ese. De todas las que has amontonado: ¿cuántas has comprado en el último año? Ahí es donde entra en juego el fast fashion (o moda rápida).
Bajo este término se conoce a un modelo de producción y consumo dentro de la industria textil caracterizado por la rapidez a la hora de producir prendas, a grandes volúmenes y a bajo coste. Es decir, comprar más por menos. Es lo que, a gran escala, hace que gigantes como Shein presenten 6.000 prendas nuevas cada día a precios irrisorios que se agotan en menos de 72 horas. Eso que en nuestros armarios se transforma en kilos y kilos de ropa acumulada. Y lo que termina siendo un arma arrojadiza contra nuestro planeta. De hecho, Greenpeace calcula que la producción actual de ropa representa el 10% de las emisiones de CO2 a nivel global, “el equivalente a lo que libera la Unión Europea”.
Precisamente, el fenómeno del fast fashion fue uno de los aspectos sobre los que se reflexionó en Segovia Thinks For The Future. En este foro de innovación y sostenibilidad de la Fundación Caja Rural Segovia, que se celebró el pasado mes de junio, participaron Javier Goyeneche, fundador de la firma de moda Ecoalf; la periodista especializada en sostenibilidad Ana de Santos; y Manuel Jiménez, CEO de Nagami, especialista en mobiliario 3D a partir de plástico reciclado.
Durante el encuentro se analizaron las consecuencias de que, de media, consumamos unos 15 kilos de ropa por persona al año. Lo que se traduce, ni más ni menos, que en una tonelada a lo largo de nuestra vida. No es de extrañar cuando se estima que, a escala global, se producen entre 80.000 y 150.000 millones de prendas de vestir anualmente. Una aceleración que nada tiene que ver con el sector textil de antaño, sino que se sitúa como un problema reciente. Según la fundación Ellen MacArthur para la economía circular, solo entre el año 2000 y el 2015 la producción anual de ropa se duplicó. Sin embargo, expertos del instituto de sostenibilidad Hot or Cool aseguran que, para cumplir con los objetivos de calentamiento global del Acuerdo de París, nuestro fondo de armario debería reducirse a 74 piezas. Y de ellas, solo cinco nuevas cada año.
Una de las consecuencias más destacadas de esta moda rápida, más allá de llenarnos el vestidor de manera absurda, es el daño medioambiental que provoca. Existen muchos ejemplos ilustrativos. Si seguimos con la camiseta de algodón, fabricarla consume 2.700 litros de agua, de acuerdo con el World Resource Institute. Es decir, para confeccionar una sola camiseta se necesita el mismo agua que una persona bebe en casi tres años… Por no mencionar que el cultivo masivo de algodón ha sido uno de los culpables de la sequía del Mar de Aral, situado en Uzbekistán, principal exportador barato de esta fibra. Y eso si hablamos de algodón. Ya que el poliéster, mucho más económico y habitual en la moda rápida, puede tardar aproximadamente 200 años en descomponerse, según Greenpeace. La ONG pronostica que si la tendencia del uso de esta fibra continúa, en 2050 se triplicaría el consumo de petróleo -de donde se extrae- hasta los 300 millones de toneladas.
La clave, como asegura Javier Goyeneche, es el poco uso que se les da a estas prendas. El empresario explica que “al usarla solo cinco veces de media, producimos un 400% más de emisiones de CO2 que si la usamos 50 veces”. Pero no olvidemos que, en la mayoría de los casos, bajo precio es igual a baja calidad. De hecho, las marcas de fast fashion no fabrican pensando, precisamente, en que sus prendas duren.
A eso hay que sumar aspectos sociales como el consumo al estilo tiktok (fragmentado y casi efímero), el auge de las microtendencias, también impulsado por las redes sociales y el incremento de las compras online, que ya alcanza el 22,8% de las ventas totales del sector. Las rebajas constantes tampoco ayudan. Todo esto provoca, tal y como sostiene el fundador de Ecoalf, “que la industria de la moda sea una de las más contaminantes en cuanto a generación de emisiones de CO2 y consumo de agua. Sin embargo, no tiene por qué ser así”. Su marca, por ejemplo, lleva desde 2009 priorizando materiales reciclados para la confección, así como procesos de fabricación sostenibles.
Otra consecuencia muy preocupante de este consumo hiperacelerado es que, como destacaron en el encuentro Segovia Thinks For The Future, el 73% de esa ropa se envía al vertedero o se incinera. Un camión por segundo, según ilustra el informe Regalos envenenados, de Greenpeace, que alerta sobre las montañas de basura textil. España las carga con cerca de 990.000 toneladas más cada año. El mismo estudio indica que la mayoría de esta ropa usada se exporta a Europa del Este y África. Pero prácticamente la mitad (40%) no se puede vender ni usar.
Los paisajes son escalofriantes. Ríos de ropa en Ghana; ciudades de Kenia y Tanzania prácticamente inundadas de telas; el desierto chileno de Atacama convertido en un cementerio de moda low cost… Pese a todo, las tasas de reciclaje textil siguen por los suelos. Solo el 10% de los residuos textiles se recoge para su reciclado; y menos del 1% se recicla en ciclo cerrado (con el mismo uso). “Para alcanzar una verdadera circularidad, las prendas deben diseñarse desde el punto de vista ecológico, con los mismos materiales reciclables para volver a reutilizarlos. De lo contrario, seguiremos contribuyendo a los vertederos de ropa: tenemos que comprar menos y mejor”, expresa Goyeneche.
Aunque no es tan evidente como los vertederos, los océanos no se salvan de esta fiebre por el fast fashion. Tal y como advierte un informe presentado por varias ONG a la Comisión Europea, los textiles, fuente del 35% de los desechos de microplásticos, se encuentran por delante de los neumáticos (28%) o los productos de limpieza y cosmética (2%) en el ranking de contaminantes marinos. El ya mencionado poliéster, junto al acrílico y al elastano, casi omnipresentes en cualquier etiqueta de ropa low cost, son los más habituales.
Tampoco podemos pasar por alto las precarias condiciones laborales que se esconden detrás de muchas marcas de la industria low cost. El hecho de buscar el mayor abaratamiento posible lleva a muchas compañías a apostar por la deslocalización. E, incluso, como denuncian diversos organismos como Oxfam, a la precariedad laboral y salarial en países que ya de por sí luchan contra la pobreza y el hambre. En Bangladesh, uno de los mayores exportadores de prendas de vestir del mundo, las jornadas pueden alcanzar las 12 horas diarias y el 100% de los trabajadores gana un salario insuficiente para alimentarse a sí mismo y a sus familias, según la misma ONG.
Si bien el compromiso del sector textil y de la moda es fundamental para poner remedio a las consecuencias negativas del fast fashion, los gestos individuales juegan un papel fundamental. «Vivimos en la cultura de la inmediatez, y nos hemos acostumbrado a una rotación de la moda muy rápida a precios económicos… Parar y bajarse de la rueda exige una toma de conciencia», sostiene Ana de Santos, autora de Vivir sin huella. La periodista, que fundó en 2023 la asociación medioambiental Oxígeno Azul, recuerda que para ofrecer gangas hay mucho detrás. «Las personas que manufacturan las prendas no están teniendo salarios dignos; nosotros compramos cosas que no usamos y luego donamos, sin saber adónde van…», advierte. Por eso, propone pequeños gestos como fijarse en que la confección sea de proximidad, que la marca cuente con diseñadores, o algo tan sencillo como repetir la ropa. «A veces nos da vergüenza repetir el modelo, pero la ropa habla de nosotros y nuestros valores. Y si algo nos gusta y nos queda bien hay que darle muchas vidas», defiende.
Pese a todo, hay lugar para el cambio. El crecimiento del mercado de la moda sostenible, que según algunos informes, se incrementará a un ritmo del 9% anual hasta 2030. O el auge del alquiler o de la segunda mano son una buena muestra de ello. Según una reciente encuesta de Wallapop, el 94% de las personas ya se plantea escoger productos reutilizados en cada ocasión de compra. Y cerca de la mitad -47%- lo hace motivado por practicar un consumo más responsable. Ana de Santos también confía en este giro de guion. «Hasta ahora, hemos ahorrado comprando a menor precio, pero el nuevo consumidor está dispuesto a pagar un poco más sabiendo que va a durar en el tiempo. Sabemos que las camisetas a 5 euros no duran, que se realizan mediante explotación infantil y que causan desastres medioambientales como el de Atacama, donde mandamos lo que ya no nos sirve. Nos hemos cansado de eso».
WeLife hoy
Retinol y melatoninaMemoria funcionalEjercicio y ayunoAstaxantina antioxidantePatri PsicólogaSueño
_Cómo y cuánto hay que dormir para recordar mejor las cosas al día siguiente
MENTE
_Por qué a las mujeres les gustan más los videojuegos que hacen pensar
LONGEVIDAD
_Té negro, el secreto para vivir más años que protege el corazón y es mejor que el café
Ejercicio
_Yoga invertido, las mejores asanas para hacer boca abajo porque mejoran la circulación y aumentan la energía
MENTE
_Por qué es importante trabajar la memoria funcional y por qué a veces falla
Siguenos :)