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Las personas adictas al ejercicio sólo viven para entrenarse. FOTO: Freepik.

Ejercicio

Adicción al ejercicio: por qué el exceso de entrenamiento pone en riesgo tu salud y tus relaciones

Las personas adictas al ejercicio siguen entrenándose de manera compulsiva y excesiva aunque sus cuerpos hayan superado sus límites, sus allegados se enfaden por dejarles de lado o caigan enfermas.

Por Marcos López

17 DE JUNIO DE 2025 / 07:30

No hay duda de que el ejercicio es muy bueno para la salud. Pero como ocurre con (casi) todo en la vida, no tanto cuando se practica en exceso. Cuando se convierte en una adicción. Lo que además de sobre el cuerpo, acaba teniendo consecuencias muy negativas sobre la mente. Te contamos los signos que alertan de que has desarrollado una auténtica obsesión por tu entrenamiento.

Adrián Rodríguez, entrenador personal, explica que «la adicción al ejercicio o práctica de ejercicio compulsivo es una forma de adicción conductual caracterizada por una práctica obsesiva y excesiva de ejercicio físico, por lo general en detrimento de la propia salud, las relaciones personales y el funcionamiento diario».

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El porqué de esta obsesión

No hay una única causa por la que, como apunta el experto, «una persona se siente obligada a hacer ejercicio más allá de los límites saludables, a menudo sin tener en cuenta las consecuencias físicas y psicológicas negativas». Puede ser consecuencia de un trastorno dismórfico corporal, viéndose el afectado empujado a machacarse físicamente con el fin de eliminar los defectos, reales o imaginarios, detectados en su propio cuerpo; o emplearse como una estrategia de afrontamiento con la que lidiar con un exceso de ansiedad o estrés.

Asimismo, también puede ser un efecto colateral del perfeccionismo y su obsesión por el control, en el que, como se hace con el entorno, se busca manipular el propio cuerpo para que resulte ideal. Todo ello sin olvidar una razón mucho más biológica. Similar a la que explica la adicción a las drogas. Pues como apunta Adrián Rodríguez, «la práctica de ejercicio puede liberar endorfinas y, por ende, generar una sensación de euforia que puede resultar adictiva, obligando al individuo a buscarla de forma continua».

Del placer a la obligación

Con independencia de la causa, tienes que parar. Tanto entrenamiento va a cobrarse un peaje sobre tu salud. Por lo que no puedes dejar que tus ansias por el ejercicio tomen las riendas de tu vida. Lo que según la Universidad de Posgrado de Fielding en Santa Barbara ocurre tras varias fases. Una primera, la del ejercicio recreacional, en la que la persona se entrena no sólo buscando mejorar su salud, sino disfrutándolo. Lo que está muy bien. Pero luego llega la segunda fase, en la que ya no hay algarabía y el ejercicio se usa como bálsamo para desterrar el estrés y la disforia y pulir los defectos corporales. Y aquí empiezan los problemas.

Vivir para entrenar

En la tercera fase, la del ejercicio problemático, la persona organiza su vida en torno al ejercicio. Además, si bien comenzó a ir al gimnasio para socializar con otra gente, cada vez se entrena más en solitario. Y cualquiera le llama la atención o interrumpe su entrenamiento: la reacción puede ser muy violenta. Pero aún queda lo peor. La cuarta y última fase. La de la verdadera acción, en la que el ejercicio toma las riendas y sólo se vive para entrenar. Aunque el físico, la mente y las relaciones personales, e incluso el trabajo, se vayan al garete.

Cuáles son las señales de alerta

Pero ponerle remedio no es tan fácil. Como ocurre con otras adicciones, la persona afectada no es consciente de sufrirla. Aunque hay una serie de signos que alertan del problema. Como es, apunta Adrián Rodríguez, «la pérdida de control tanto sobre la cantidad de ejercicio como sobre su frecuencia. Incluso en aquellos casos en los que esta compulsividad acaba ocasionando daños físicos, caso de lesiones, o interfiere con la vida diaria».

Asimismo, las personas adictas sufren un síndrome de abstinencia cuando no pueden entrenar, por lo general en forma de (mucha) irritabilidad, ansiedad o depresión; como ocurre con las drogas, desarrollan tolerancia, necesitando dosis cada vez más altas para alcanzar la ansiada sensación de euforia; y dejan de lado todas sus responsabilidades sociales y laborales, pues el ejercicio lo ocupa todo.

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Además, poco importa que su cuerpo no pueda más, que sus allegados se enfaden o que caiga enfermo, caso de haber contraído un fuerte catarro. La persona adicta continuará ejerciéndose de forma compulsiva y excesiva.

La pregunta entonces es qué se puede hacer para desterrar esta obsesión. Pues tan sólo hay que tener en cuenta que no se trata de un vicio, sino de una adicción. Por lo que hay que ponerse en manos de un profesional. Como concluye el entrenador personal, «las personas afectadas por esta adicción deben someterse a una terapia en la que se aborden los problemas psicológicos subyacentes y puedan desarrollar una relación más saludable con el ejercicio». Mejor más pronto que tarde.

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