
La escritora colombiana Amalia Andrade explora el mundo de las emociones.
MENTE
Amalia Andrade, escritora: “Somos analfabetos emocionales, la felicidad no es una meta en sí misma”
La escritora colombiana aborda en su último libro el complejo mundo de las emociones y la trampa de un positivismo tóxico que busca borrar todo aquello que duele
Por María Corisco
13 DE ENERO DE 2025 / 10:14
Tras haber vendido más de un millón de ejemplares de sus libros, Amalia Andrade escribe ahora su obra más personal. “No sé como mostrar dónde me duele” (Ed. Temas de Hoy) es un viaje que atraviesa el dolor: la autora, que estuvo años sumida en una depresión, se pregunta sobre el lenguaje de las emociones y los sentimientos y, a través de una mezcla de datos, anécdotas personales, ilustraciones y fotografías, ofrece una guía para aprender a detectar cómo los cuerpos reaccionan al dolor de la vida diaria y qué se puede hacer para transitarlo
“Es un libro que por momentos no quise escribir; sobre el vacío que llevamos en la boca del estómago y sobre cómo detrás de fotos, dibujos, poemas y canciones está la herramienta más certera para decir dónde nos duele lo que nos duele”. Porque Andrade quiere mostrar cómo creencias y aprendizajes “nos han alejado de nuestra realidad emocional”.


Tanto el hombre como la mujer son víctimas: “Los hombres cuentan con muy pocas herramientas emocionales. Se les ha enseñado a no llorar, no tener miedo, no asustarse, no ser tan sensibles”. En el caso de la mujer, “se la cataloga en el otro extremo, el de la vulnerabilidad”.
Encierro en pijama
Ha sido el viaje emocional más difícil de su vida, “y quise aprovechar que ya estaba investigando este terreno para atravesar ese proceso que estaba sufriendo”. Han sido años de encierro, en pijama, acompañada por sus gatos, su pareja y su dolor. “Fue una etapa muy dura e intensa, aunque hoy veo que tuve el privilegio de poder hacer un alto y atenderme a mí. También, y suena horrible, de alguna manera la pandemia me vino bien porque no habría podido seguir el ritmo de vida que llevaba; necesitaba un parón”.
Ha habido un antes y un después en todos los sentidos, asegura. El mayor cambio, señala, “ha sido cuestionar mi labor como escritora, qué estaba comunicando. De hecho, hay algunas cosas que decía antes con las que ahora no estoy de acuerdo. Por ejemplo, la idea de engrandecer el dolor en la vida de los demás”.
Es de ahí de donde surge esa perversión de aplicar a los sentimientos la lógica de la productividad: “No necesariamente tenemos que transformar el dolor en algo más, sacar rédito de nuestros dolores. Nos dicen que transformemos el sufrimiento en arte, y no estoy en contra; pero también quiero transmitir la idea de que, si no quieres, no hagas nada. Basta con mirar al dolor y atravesarlo”.
Es una de sus batallas actuales, la de la tiranía de que en toda crisis hay que encontrar una oportunidad y sacarle partido. “Vivimos en una sociedad obsesionada por sacar rédito de las emociones. Las dificultades son grandes maestros, sí, pero el dolor a veces solo duele. Y es tremendo enfrentarte a dolores enormes y, encima, tener que dar gracias”.
No es lo mismo sentimiento que emoción
“Vivimos en una sociedad que ha desconectado la cabeza del cuerpo”, es otra de sus reflexiones, y critica esa obsesión por entender, por racionalizar, lo que te está sucediendo. Una obsesión de la que ella misma quiere librarse, y así lo escribe: “Quiero ser capaz de sentir sin pasarlo todo por la cabeza. Deshacerme del hábito de racionalizar cada emoción o de ponerla a un lado, guardarla para más tarde, como los restos del almuerzo”.
Es la intelectualización de los sentimientos: no te basta con sentir, sino que te esfuerzas por entender e intelectualizar todo lo que te está sucediendo. “Obsesionadas con pensar, no dejamos que nuestros sentimientos simplemente estén, sino que los pasamos por el filtro de la razón o los aparcamos. Las emociones dolorosas son incómodas y comenzamos a pensar por qué pasa y a desear que se vayan. Nos planteamos qué es lo normal y qué no”.

La violencia emocional
Resulta curioso que este batiburrillo de confusión sobre lo sentido y lo dolido se dé en un momento en el que tanto peso se está dando a la inteligencia emocional. Como señala Amalia Andrade, “Seguimos siendo analfabetos emocionales. Nos están dando muchas herramientas, pero no tenemos muchos espacios para integrarlas”. Y, lo que es peor, “se están utilizando las emociones contra nosotros. Se utiliza el miedo para desbaratarnos con fines políticos; se busca el adormecimiento selectivo de nuestras emociones frente a los horrores”.
Es una violencia emocional de la que muy pocas veces uno se da cuenta. Para salir de esa trampa, uno de los caminos es el de “cuestionar nuestros sistemas de creencias: vemos las emociones como buenas o malas tal y como aprendimos, y no las hemos vuelto a poner en duda”.
La violencia del positivismo tóxico
Amalia Andrade también pelea contra esa idea de una sociedad obsesionada con la felicidad. ¿A quién le beneficia esta corriente tóxica de positividad?, se pregunta. “Todos queremos vivir mejor, sentirnos plenos y llevar vidas que nos hagan sentir ligeros, pero no seremos capaces si no entendemos que todas las emociones, incluidas las que normalmente consideramos negativas, están bien. El riesgo del positivismo tóxico es que te aleja de la plenitud, porque ésta es entender que las emociones son información”.
Así, cita el caso de la ansiedad, que ha sufrido desde muy cerca y muy hondo. “Yo tengo un trastorno de ansiedad, es muy incómodo y, si alguien me dice que me cambia el cerebro para que no sufra, le digo que sí. Pero también entiendo que, cuando llega la ansiedad, en vez de pedir que me la quiten puedo explorarla, porque me está dando información sobre mí y sobre lo que necesito. Por otra parte, recordemos que ninguna emoción es para siempre, y la felicidad no es una meta en sí misma”.
Desde ahí, aboga por cambiar el lenguaje con el que se habla de las emociones: “Si enriquecemos nuestros diccionarios emocionales, dejaremos de jugar a las emociones buenas y malas”. Ahora mismo se usa el lenguaje de la guerra (pelea, batalla, lucha) o el de la administración de empresas (gestiona, rentabiliza, saca partido). “Mi propuesta es sacar la salud mental de ahí: si hablamos de luchar contra la ansiedad o la depresión, nos estamos poniendo en el plano de ganar o perder. Yo vivo con trastorno de ansiedad y, en esos términos, todos esos años supondrían que perdí. Pero no es así: rendirse puede ser muy liberador. Hay momentos en los que rendirse es ganar”.
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