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Cómo mantener la clama cuando estás enfadado. FOTO: fotograma de la película Barbie.
Cuerpo
La ira se asocia a un gran número de enfermedades que ponen tu vida en riesgo. Y también te hunde anímicamente. Tienes que calmarte y no dejarte llevar por la cólera.
Por Marcos López
12 de junio de 2024 / 07:30
La conversación se os ha ido de las manos. El tono es cada vez más elevado y parece que tu interlocutor, ahora parte contraria, no atiende a razones. El diálogo amable se ha convertido en una discusión (muy) acalorada. Pero por muy enfadado que estés, tienes que mantener la calma y no dejarte llevar por las emociones. Por la ira y la agresividad que hacen que pierdas el control. Y no sólo porque la relación que tanto te ha costado forjar con tu compañero, tu amigo o tu pareja esté en peligro. Tu salud también está en juego.
También es posible que, aun extremadamente enfadado, mantengas una actitud tranquila y no pierdas la compostura. Como explica Ryan Martin, profesor de Psicología en la Universidad de Wisconsin y autor, entre otros libros de éxito, de How to Deal with Angry People, «no todas las personas enojadas gruñen y gritan. Algunas rompen a llorar o, simplemente, se retiran del conflicto. Y también hay las que manifiestan su enojo de maneras más pasivo-agresivas. De hecho, la ira también se puede expresar de muchas formas positivas».
No importa. La ira, recuerda el experto, «es la emoción subyacente a todos estos comportamientos, no los comportamientos en sí». Lo realmente importante es que todo episodio de ira se cobra un peaje sobre tu salud. Te contamos lo que le pasa a tu cuerpo cuando pierdes los nervios (spoiler: no es nada bueno).
El ambiente está muy caldeado y tu cuerpo se prepara para luchar –o huir–. Y todo comienza en el cerebro, concretamente en la amígdala, que como ha mostrado la Universidad Rockefeller en Nueva York libera hormonas del estrés como el cortisol y la adrenalina para acelerar la respiración, la frecuencia cardiaca y la presión arterial.
La sangre se desviará hacia las extremidades y el organismo estará listo para hacer frente a la situación. ¿Y todo esto por una mera discusión? No. Se trata de una respuesta heredada que permitió a nuestros ancestros sobrevivir a los peligros de un mundo menos civilizado y más hostil.
Pero la ira no dura para siempre. Aquí entra en juego una segunda región del cerebro, la corteza prefrontal, responsable del razonamiento y de dar la orden para que el cuerpo respire profundamente. Para que se calme. Lo que no sucede durante un episodio colérico, en el que, ha observado la Universidad de Maastricht, su actividad está bloqueada por la amígdala. Y para cuando se ponga en marcha, puede que ya sea demasiado tarde.
La subida, aun temporal, de los niveles de presión arterial aumenta notablemente, tal y como revela la Universidad de Corea en Seúl, el riesgo de muerte súbita. Más aún cuando se acompaña de una liberación de adrenalina que constriñe los vasos sanguíneos.
Además, no hace falta que el episodio de ira dure demasiado: estas venas y arterias, ha confirmado la Universidad de Columbia, no se volverán a dilatar y recuperar su diámetro normal hasta 40 minutos después de que la persona se haya calmado, lo que presenta durante todo este tiempo un riesgo mucho mayor de sufrir un infarto o un ictus.
La situación es mucho peor cuando estos ataques de cólera se repiten una y otra vez. Como alerta el profesor Martin, «la ira crónica puede tener consecuencias importantes para la salud tanto física como mental».
Tanto daño acumulado en los vasos sanguíneos puede acabar fulminando el corazón y todo el sistema circulatorio. En realidad, todo el organismo. Las sustancias químicas liberadas durante el enfado, caso del exceso de cortisol, promueven la inflamación crónica y, por ende, el desarrollo de enfermedades muy graves y potencialmente letales.
No es sólo que puedas sufrir un ataque al corazón. Las evidencias sobre los perjuicios de la ira son tan innumerables como abrumadoras.
Por ejemplo, el Centro para la Investigación del Comportamiento en Cáncer de Australia ha constatado que incrementa el riesgo de distintos tipos de cáncer; la Universidad Estatal de Ohio que reduce la capacidad del sistema inmune para curar las heridas; y el Instituto de Psiquiatría de Kolkata que aumenta la predisposición a padecer úlceras de estómago.
En definitiva, dejarse llevar por la ira y perder el control no merece, ni mucho menos, la pena. Tampoco por lo que respecta al estado anímico.
Como indica el profesor Martin, «una ira mal expresada puede dar lugar a sentimientos de tristeza, culpabilidad o, incluso, miedo ante un posible castigo. Y es que cuando pierden el control, las personas pueden hacer cosas de las que posteriormente se arrepientan y experimentar emociones negativas». ¿Aún no se te ha pasado el enfado?
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