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El LAT exige ser honestos emocionalmente e invertir tiempo en cuidar a la pareja. FOTO: Pexels/©Victoria Strelka.
MENTE
Vivir cada uno en su casa y juntarse los fines de semana es el secreto del éxito de muchas parejas. Esta fórmula, conocida como LAT, hace que apenas surjan momentos en que tener que darse un respiro.
Por Silvia Capafons
13 de agosto de 2024 / 13:27
A nadie le extraña que, al conocer a una nueva pareja a cierta edad (a veces tras un divorcio), se decida no optar por la convivencia. Al fin y al cabo, con los años ganamos no sólo en independencia, sino también en costumbres y manías, y no convivir podría ser una forma atractiva de seguir viviendo cada cual a su manera y juntarse cuando apetece, avivando así la llama. Además, esta fórmula permite gestionar mejor otros condicionantes, como el que haya hijos no comunes.
Pero el llamado Living Apart Together (LAT) no sólo habla de cada uno en su casa como base de una relación como ya hicieron hace décadas Woody Allen y Mía Farrow –dejaremos aparte el final de lo suyo–, sino también en una convivencia de base en la que haya treguas de independencia: una tercera vivienda en la que ambos miembros de la pareja alternen la estancia, un hotel o, cuando las posibilidades económicas limitan, la casa de los padres o de un amigo.
Preguntamos al psicólogo sanitario y psicoterapeuta Buenaventura del Charco, que apunta a que esta corriente, que viene de Estados Unidos, cuaja mejor al otro lado del Atlántico. “Los americanos son una cultura marcadamente individualista y eso se evidencia en este tipo de prácticas. Con esto no quiero decir que no sea posible (e incluso una buena opción) para los españoles, pero es verdad que por el choque cultural es más complejo, va un poco en contra de nuestra esencia cultural, y eso se nota tanto en el hecho de plantearlo como en cómo lo percibe y juzga el entorno”.
La independencia, decíamos, se acrecienta con los años, aunque en buena parte viene de serie. El hecho de no vivir juntos –o al menos no todo el tiempo– facilita, según Buenaventura del Charco, una serie de procesos, tales como la posibilidad de tener las cosas a nuestra manera (orden, decoración, horarios, etc.) y más oportunidades para estar solos. “Esto no tiene porqué ser positivo en sí mismo (a mucha gente no le cuesta encontrar una forma de ponerse de acuerdo en cosas del hogar, poder estar cada uno en una habitación o salir a pasear para estar solo), salvo que para la persona sea especialmente importante y sienta que le facilita estas situaciones”, argumenta.
Si nos vamos a los inconvenientes, aparte del más evidente de tipo económico (no es lo mismo mantener una casa que dos), los hay a la hora de estrechar lazos: mayor dificultad para conciliar el tiempo en pareja (a veces es complicado encontrarlo aún viviendo juntos, y el hecho de dormir en la misma cama facilita la conversación, la intimidad, el sexo y el cariño), “y sobre todo, mayor soledad. Aunque entendemos los peligros de la dependencia y la importancia de la autonomía personal, en ocasiones romantizamos la soledad y negamos el impacto en la salud que tiene», añade el psicólogo, quien recuerda que hay estudios que revelan que la soledad puede ser tan nociva como el tabaco y que es causa de las altas tasas de problemas de salud mental en países como Japón, Corea del Sur, EEUU o Suecia. «Creo que vivimos en una sociedad que adolece de un excesivo individualismo, y potenciarlo podría ser peligroso. Con esto no digo que sea malo o bueno, puede ser una solución ideal para muchas personas. Simplemente hay que ser más proactivo para buscar esos momentos compartidos”, advierte el psicólogo.
Esta forma de convivencia a tiempo parcial conlleva también factores socioculturales: el coste de la vivienda, la falta de estabilidad, los horarios, la jornada laboral y el hecho de tratar de adoptar costumbres de culturas que no son la nuestra chocan con rasgos basales de nuestra forma de entender la vida y las relaciones. Cierto es que la edad, el haber pasado por un divorcio antes de encontrar a la actual pareja, incluso con hijos de por medio, al igual que las heridas emocionales por experiencias previas dolorosas en pareja, son factores que favorecen el Living Apart Together. Aquí lo importante, dice Buenaventura del Charco, es que esa decisión sea libre y no condicionada por esos traumas de relaciones anteriores que nos hagan elegir desde el miedo y no desde la apetencia real.
¿Y si entre semana vivimos con los niños y el finde viene él o ella o voy yo? «Habrá que ver cómo lo viven los hijos, preguntarles y –en la medida de lo posible– tenerlos en cuenta», prosigue el psicólogo. “Ellos necesitan estabilidad, mantener los lazos afectivos con su familia, sentirse queridos, atendidos y cuidados. Si podemos garantizar estos mínimos, la fórmula no es problema; podrían ser enriquecedoras esas experiencias de convivencia y crear lazos con los miembros de la otra familia”. A la hora de explicárselo, naturalidad: hablar de la nueva realidad sentimental, de la preocupación de cómo lo viven ellos y no adornar ni edulcorar nada. «Un niño siempre es capaz de asumir la verdad, sólo necesita un lenguaje adecuado«, añade.
Conviene también aclarar conceptos desde el principio: el convivir a tiempo parcial no debería implicar libertad para abrir la pareja. “Estar solo podría facilitar físicamente el estar con otras personas, pero no es la idea de esta forma de entender la relación. Cada persona tendrá que valorar si lo que le aporta esa soledad es más que lo que resta la ausencia de compañía, de compartir la cotidianeidad, de la estabilidad que supone vivir con alguien”.
Y como todo en esta vida conlleva renuncias, el psicoterapeuta propone tener en cuenta las que puede traer esto de vivir separados aunque sea a ratos: “Si optamos por una opción más individualista hemos de entender que eso puede cargarse la relación, de la misma forma que compartir la vida con otra persona puede agobiarnos. No podemos tenerlo todo, y hay cosas que implican ciertos riesgos a cambio de ciertos beneficios. Por eso creo que es importante ser muy honestos con nosotros mismos y con lo que queremos realmente, así como el precio que estamos dispuestos a asumir», dice el experto.
Y sobre todo, valorar cómo este sistema de convivencia funciona en nuestro caso en concreto. «Considero que con el LAT hay que poner mucho celo en variables básicas: crear momentos para una conversación sosegada, tranquila y profunda; no obligarnos a tener que estar bien porque es el momento en el que toca verse, sino ser honestos emocionalmente, e invertir tiempo en cuidar a nuestra pareja. En conclusión, hemos de entender que no es bueno ni malo, que cada persona debe analizar qué prefiere priorizar en su vida y asumir el coste que tiene, en tiempo, dinero y estabilidad. Si a una pareja le funciona está bien así; creo que lo importante es crear un clima de no juicio donde cada persona pueda buscar su propia forma de hacer las cosas de forma congruente con su momento de vida, sentir, perspectivas y valores”.
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