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Las molestias en la espalda pueden estar provocadas por el estrés. FOTO: Freepik.
CUERPO
No son sólo las malas posturas o las largas sesiones frente al ordenador. Cuando tu espalda se queja, plantéate cómo estás manejando tus tensiones, expectativas y tristezas.
Por María Corisco
13 de septiembre de 2024 / 13:28
Para muchas personas el dolor de espalda se ha convertido en una costumbre, un molesto compañero de vida que va y que viene, que se presenta en los momentos más inoportunos y ante el que terminan resignándose. Detrás de ese dolor a menudo se encuentran factores como el sedentarismo, con horas y horas de trabajo de oficina, las malas posturas o distintas lesiones. Pero, en muchas ocasionas, el dolor de espalda es la manera en la que nuestro cuerpo reacciona a situaciones de estrés, tanto agudo como crónico.
Así lo explica Carlos Pérez López, especialista en entrenamiento personal y readaptación de lesiones, que señala que en esta asociación hay una combinación de factores fisiológicos y psicológicos: “El estrés puede influir en gran medida en el dolor de espalda: partimos de un estrés cognitivo y lo transformamos en un estrés mecánico, que se puede materializar en tensión muscular en trapecios y otros músculos, lo que nos va a provocar estas molestias”.
Es una reacción en cadena: el estrés mental aumenta la tensión muscular, altera la postura, amplía la percepción de dolor y provoca estrés mecánico en la columna. Hay que recordar, en este sentido, que cuerpo y mente están interconectados, por lo que las tensiones mentales y emocionales pueden afectar a la biomecánica del cuerpo y tener efectos físicos, especialmente en el sistema musculoesquelético.
La tensión lleva a que la persona con estrés tienda a encorvarse o adoptar posturas corporales menos ergonómicas, lo que aumenta la presión en la columna vertebral y genera estrés mecánico en músculos y ligamentos de la espalda.
Además, en esta relación también juegan un importante papel algunas hormonas: cuando una persona está sometida a estrés se activa la respuesta de lucha o huida. Esto provoca que el cuerpo libere hormonas como el cortisol y la adrenalina, que aumentan la tensión en los músculos de la espalda como parte de una preparación biológica para el peligro percibido. Si esta tensión se prolonga, se convierte en una fuente de dolor mecánico.
“Las partes de la columna que se suelen resentir más son la columna cervical y la columna lumbar. Principalmente se debe a que en la columna cervical se descarga mucha energía mecánica a través de la articulación temporomandibular y del esternocleidomastoideo y, por consiguiente, de los trapecios”. En cuanto a la columna lumbar, “también sufre ya que sostiene mucho peso. Ambas son las partes de la columna que más movilidad tienen, y por eso lo notamos más cuando se resienten por una contractura».
La clave está en controlar y gestionar el estrés, algo que no siempre es fácil. En este sentido, Carlos Pérez apunta cinco recomendaciones iniciales para intentar aminorar el impacto de las tensiones en la vida cotidiana:
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