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A los amigos egoístas hay que ponerles límites. FOTO: Pexels/Cotton Bro
Mente
El exceso de empatía puede acabar mermando tu salud física y mental. Tienes que aprender a decir que no y dirigir hacia ti mismo el cariño y amabilidad que profesas a los demás.
Por Marcos López
19 DE JUNIO DE 2024 / 08:23
Te desvives por los demás. Desbordas empatía por todos tus poros. Sufres las emociones y problemas ajenos como si fueran propios, por lo que siempre estás disponible para escuchar, y echar una mano, a quien lo necesite. Lo que es (muy) digno de admiración. Pero tienes que ser un poco más egoísta. Pensar más en ti. Y es que dedicarte tanto al prójimo puede resultar agotador. Sobre todo si, como tantas veces sucede, el interés no es recíproco y la gente acaba aprovechándose de ti.
Nyle Beck, coach especializada en inteligencia emocional y bienestar, explica que «si bien la empatía es esencial para conectar con los demás, cuando se emplea de forma excesiva o inadecuada puede convertirse en toda una responsabilidad». Te contamos cómo poner límites a tu empatía para que cuides más de ti y evitar que las personas que te rodean no acaben decepcionándote.
No puedes evitar preocuparte por los demás. Compartir sus sentimientos para tratar de ayudarles a aliviar su carga. Pero nunca debes olvidar cuál debe ser tu verdadera prioridad: cuidar de ti mismo. Y para ello tienes que ser consciente de las emociones que te despiertan los problemas ajenos, que de ser demasiado intensas acabarán cobrándose un peaje sobre tu salud. Tanto física como mental. Si no únicamente empatizas, sino que somatizas, tienes que poner límites y empezar dedicarte más a ti.
No eres omnipotente. Nadie lo es. Así que no puedes ayudar a todo el mundo. Menos aún cuando tu energía emocional, como la del resto de seres humanos, no es ilimitada. Tienes que aprender a decir que no. Antes de que sea demasiado tarde y, a base de «asumir» las desgracias extrañas, te veas absolutamente sobrepasado.
Como alerta Nyle Beck, «demasiada empatía puede provocar que te sientas agotado, que te apropies erróneamente de los sentimientos o problemas de otra persona e, incluso, que actúes de forma autoritaria, cruces límites o alejes de ti a tus seres queridos».
Pero, ¿cómo decir que no a ese amigo que lo está pasando (tan) mal? La clave está en hacer ver a esa persona que, como tantas otras veces, busca tu ayuda, que necesitas tu espacio personal. Nunca aludir a que el compartir su situación puede tener un efecto negativo sobre tu estado anímico. La persona que recurre a ti ya lo está pasando mal y no debes generarle un sentimiento de culpa que agrande aún más su pesar. Es poco, o nada, empático.
Prestas tanta atención a los demás que ya no sabes que es lo que quieres o necesitas. Has perdido la capacidad de tomar decisiones que, priorizando tus intereses sobre los ajenos, redunden en tu propio beneficio. Así que ha llegado el momento de cambiar las tornas. De que dirijas hacia ti mismo el cariño y amabilidad que profesas a los demás. Lo que en ningún caso implica que des la espalda a la gente que te rodea. Simplemente tienes que elegir a quién le dedicas tu atención.
Recuerda: no puedes ayudar a todo el mundo. Así que céntrate en las personas que te quieren de verdad. Si ese «amigo» que tantas veces recurre a ti no te hace caso cuando eres tú quien se siente mal, ¿por qué deberías dedicarle un solo minuto de tu tiempo? Sé selectivo. Empezando siempre por la persona que más merece tu empatía: tú mismo.
En definitiva, debes siempre priorizar tu bienestar y tu tiempo a las solicitudes externas. Por muy mal que el demandante lo esté pasando. Encontrar un equilibrio entre tu atención a los demás y tu salud. Como concluye Nyle Beck, «somos muchas las personas que vivimos nuestras vidas sobrepasando nuestra verdadera capacidad. No sólo en el trabajo o tratando de abarcarlo todo, sino dando de nosotros mismos más de lo que tenemos para dar. Y es loable querer dar todo lo que podemos. Pero cuando nuestro sistema nervioso alcanza su límite nos lo acaba haciendo saber».
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