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Dialogar es una de las claves principales para solucionar un conflicto./ Foto: And Just Like That.

Salud mental

Cómo enfrentarte a los conflictos cuando odias la confrontación y no te gusta discutir

Expresa tus emociones y lo que piensas e intenta mantener un diálogo calmado para poder llegar a buen puerto en una discusión y evitarte tensiones.

Por Marcos López

15 de diciembre de 2023 / 11:53

No te gusta discutir, pero hay días en los que no te queda más remedio que afrontar la realidad. Alguien ha hecho algo que no puedes pasar por alto. Pero odias la confrontación. Tus manos empiezan a sudar, tus músculos se tensan, te falta el aliento y tu corazón se acelera. Te planteas la posibilidad de evitar el conflicto, pero eres consciente de que cometerías un error. La solución pasa por darle la vuelta y aprovechar esta confrontación para mejorar tu bienestar.

Es simplemente una discusión. No te va la vida en ello. Pero tu cuerpo no lo sabe. De hecho, esta respuesta física al conflicto, como explica la psicóloga clínica Elena Jiménez, “es una respuesta evolutiva al estrés, en la que el organismo identifica que está en una situación de peligro”. Como ya ocurría hace cientos de miles de años, estás preparado para correr y ponerte a salvo.

La buena noticia es que los conflictos, si bien inevitables, también pueden ser beneficiosos. La clave está en resolverlos de una forma saludable, lo que ayudará a mejorar tu bienestar, reducir tu estrés y aumentar tu autoestima. Y estos son los pasos para lograrlo y no tener discusiones tóxicas.

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Manifiesta tu desacuerdo

La «disidencia saludable» es como un músculo que requiere entrenamiento. Así que no te lances a discutir a tumba abierta con desconocidos. Primero, manifiesta tu desacuerdo a tus seres queridos, en los que confías plenamente, sobre aquellas cuestiones en los que no compartáis o alcancéis una visión común. Tampoco hay que ponerse a la defensiva. Basta con un sencillo y honesto «no estoy de acuerdo». Con el tiempo ganarás confianza en ti mismo.

Mantén un diálogo calmado

La razón no pertenece a quien expresa sus opiniones con un mayor número de decibelios. Una discusión es sólo una conversación con puntos de vista no concordantes, por lo general opuestos. No hay ninguna necesidad de perder la calma. Respira hondo para reducir tu ansiedad y mantén un tono amable durante todo el diálogo.

Tampoco des por hecho que conoces la opinión, ni la motivación, de la persona con la que entablas la discusión para resolver el conflicto. Es común anticipar en la mente cómo va a responder tu contrincante. Y también acalorarse ante una futura actitud que prevés negativa. Pero nunca tendrás la certeza absoluta de cómo va a reaccionar.

Habla de tus emociones

Lo ocurrido no es para nada de tu agrado. De hecho, es la causa del conflicto y la razón por la que discutes. Házselo saber a tu interlocutor. Cuéntale cómo te sientes al respecto. Y acto seguido, deja que comparta cómo se siente él. Elena Jiménez apunta que “las emociones y sentimientos que nos guardamos pueden manifestarse de forma pasiva-agresiva o, incluso, convertirse en ira y acusaciones. Es mejor poner nombre a los sentimientos que utilizarlos para culpar y atacar”.

Busca una solución conjunta

Toda conversación es una oportunidad de aprendizaje. Sobre todo cuando existen puntos de vista discordantes. Así que pon  sobre la mesa tus propuestas para resolver el conflicto. E igualmente, pregúntale a tu oponente por las suyas. Dialogad. Escuchad lo que tengáis que deciros. Sólo de esta manera podréis encontrar una solución conjunta con la que poner fin al problema.

Estas conversaciones para el aprendizaje también son muy útiles para cortar de raíz las confrontaciones espontáneas. Si alguien suelta de repente un comentario inapropiado, pregúntale por la causa de su observación, hazle pensar sobre su motivo para esta salida de tono. Es altamente probable que reflexione sobre su acción con un punto de vista más crítico y retroceda en su afirmación.

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¿No ha podido ser? No te culpes

La única persona sobre la que tienes el control eres tú mismo. Te has mostrado calmado y dialogante, incluso empático. Pero no ha habido manera de resolver la situación. Tu interlocutor se ha puesto a la defensiva y no ha concedido en ningún momento que pudieras tener la razón. Lo que es sumamente frustrante, pero nunca culpa tuya. En estas ocasiones, concluye Elena Jiménez, “hay que ser indulgente, incluso compasivo, con uno mismo. Tan sólo tienes que reconocer que has cumplido con tu parte, que has hecho todo lo que has podido”.

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