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Las personas perfeccionistas sienten una gran ansiedad ante la posibilidad de fracasar./ Foto: Beige/ Brown.
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La búsqueda continua de un resultado inalcanzable (perfeccionismo) hará que pospongas tus tareas (procrastinación) y que tu autocrítica por tu falta de acción te desmotive y te bloquee (parálisis).
Por Marcos López
7 de mayo de 2024 / 07:30
De hoy no puede pasar. Tienes que acabar esa tarea que llevas tantos días arrastrando. Y no porque no sepas cómo sacarla adelante. Estás más que capacitado para ello. Puede que, incluso, demasiado. De hecho, ya has anticipado que el resultado no estará a la altura de tus expectativas que, una vez más, son demasiado elevadas. Así que decides esperar a que la situación sea más propicia. O lo que es lo mismo, no haces nada. Otra vez. Ya has vuelto a caer en el círculo vicioso del perfeccionismo, la procrastinación y la parálisis que te impide alcanzar todos tus objetivos.
No hay ningún problema, sino todo lo contrario, en esforzarse para hacer las cosas lo mejor posible. No tanto así cuando el objetivo marcado resulta, simplemente, inalcanzable. La perfección no existe, y establecerla como única meta aceptable hace que ese «lo mejor posible» se convierta en imposible.
Y a esto es lo que aspiran las personas perfeccionistas, que como explica Elena Jiménez, psicóloga clínica, «no van a conformarse con menos. Y es que de no ser perfecto, será mediocre, cuando no horrible. Y como sus objetivos son tan dolorosamente elevados, sienten una gran ansiedad ante la posibilidad, altamente probable, de fracasar».
Errar es humano: todo el mundo se equivoca, y fracasa, alguna vez. Pero al contrario que el resto de la población, las personas perfeccionistas no son capaces de perdonar sus errores.
De hecho, tienen tanto miedo a fracasar que son incapaces de ponerse en marcha. Reevaluarán su tarea una y otra vez para facilitar el logro de su resultado inalcanzable.
También retrasarán su inicio, o pararán su desarrollo, esperando a que se alineen los astros y lo imposible pueda hacerse posible. Lo que, lógicamente, no va a ocurrir. Y aquí llega la segunda P: la procrastinación.
Elena Jiménez apunta que «perfeccionismo y procrastinación van de la mano. Las personas perfeccionistas siempre posponen sus tareas porque piensan que el resultado no será perfecto». Pero aún hay una última P: la parálisis. Tanta crítica por dejar todo para después, aunque en realidad provenga de uno mismo, acaba resultando agotadora.
El ser humano, sea perfeccionista o no, se ve estimulado por el refuerzo positivo. Por los elogios y alabanzas que le llenan de energía y le animan a seguir adelante. Lo que no sucede cuando lo único que se reciben son críticas y varapalos. Y da igual que vengan de fuera o, en este caso, del interior. La víctima de tantos reproches, como indica la experta, caerá en el desánimo y perderá toda ilusión por la tarea, que acabará finalmente abandonando. Su mente, que no es sino su crítico más despiadado, se bloqueará. Se paralizará.
La pregunta entonces es, ¿cómo evitar caer en este círculo vicioso de las tres Ps? Pues en primer lugar, tienes que acallar, o cuando menos ignorar, esa voz interior que te insta a buscar la perfección en todo lo que haces. Hacerle ver que no pasa nada por no lograr lo imposible. Con el tiempo será menos insistentes e irá perdiendo poder.
Como apunta Elena Jiménez, «como sucede con el resto de la población, las personas perfeccionistas tienen que comprender que completar una tarea sin obtener un resultado «perfecto» no supone un reflejo negativo de lo que son. Hay que separar los resultados de los individuos».
También ayuda fijarse en las personas que alcanzan el éxito y se sienten satisfechas con su trabajo cuando sus resultados son «sólo» suficientemente buenos.
Recuerda: la perfección es únicamente una ilusión, por lo que debes preguntarte si los objetivos que tantas veces te exiges son en verdad realistas y están a tu alcance. Y una vez asumas que ni tú, ni nadie, es perfecto, te sentirás gratificado por tu esfuerzo para lograr un resultado suficientemente bueno –o muy bueno, pero nunca «perfecto».
Un truco de experto: la próxima vez que tu jefe te asigne una tarea, compártela con un compañero. Te ayudará a fijar unos objetivos realistas y te animará a sacarla adelante.
Con el paso del tiempo y su ayuda, asumirás que estás más que capacitado para lograr un resultado más que aceptable y que era tu perfeccionismo, tu miedo al fracaso que perdonas a todo el mundo menos a ti mismo, el que no dejaba avanzar. Además, cada error es en realidad una oportunidad de aprendizaje.
Como concluye Elena Jiménez, «en una sociedad como la actual en la que tanto se busca la perfección es fácil caer en este círculo vicioso. Pero siguiendo unos sencillos pasos es posible salir y centrarnos en hacer las cosas que consideramos realmente importantes».
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